La Fe de la Virgen María
Thalia Ehrlich Garduño
(Catequesis del Papa Juan Pablo II, 3 de julio 1996)
En la narración Evangélica de la Visitación, Isabel, “Llena del Espíritu Santo, recibiendo a la Virgen María en su casa, exclama: “¡Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor!” (Lc. 1,45).
Esta Bienaventuranza, la primera en el Evangelio escrito por Lucas, presenta a la Bella María como la mujer que con su Fe precede a la Iglesia en la realización del espíritu de las Bienaventuranzas.
El elogio que Isabel hace de la Fe de la Virgen es reforzado comparándolo con el anuncio que el Ángel Gabriel hace a Zacarías. Si leemos superficialmente las dos anunciaciones, podríamos ver semejantes las respuestas de María y Zacarías al Mensajero Divino.
“¿Cómo podría creer esto? Yo soy viejo y mi esposa también.” Dice Zacarías.
Y María contesta: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc. 1,18.34)
La profunda diferencia entre las dos decisiones íntimas de los protagonistas de los dos relatos se manifiestan en las palabras del Arcángel, que reprocha a Zacarías su incredulidad, mientras que responde de inmediato a la pregunta de la Doncella de Nazaret.
A diferencia del esposo de Isabel, María se adhiere completamente al proyecto de Dios, sin dejar de lado su consentimiento que se va reflejar en un signo visible. Al Ángel que le propone ser Madre, María le dice su propósito de virginidad.
Ella, creyendo en que todo lo anunciado por el Mensajero de Dios se cumplirá, sólo le pregunta al Ángel como va a realizarse, y así, corresponder mejor a la voluntad de Dios, a la que quiere sumarse y tener una total disponibilidad. “Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia de Dios”, comenta san Agustín.
En el contexto en el que se llevan a cabo las dos anunciaciones, contribuye a exaltar la excelencia de la Fe de la Bella María.
En la narración de Lucas vemos la situación más favorable de Zacarías y lo inadecuado de su contestación:
Recibe el anuncio del Ángel en el Templo de Jerusalén,
En el altar del “Santo de los Santos” (Ex. 30,6-8);
El Ángel se dirige a él mientras ofrece incienso;
Por lo tanto, durante el cumplimiento de su función sacerdotal, en un momento importante de su vida; se le comunica la decisión Divina durante una visión.
Estas circunstancias favorecen que Zacarías pudiera comprender mejor la autenticidad de Dios y aceptarlo prontamente.
Por lo contrario, el anuncio a María tiene lugar en un contexto más simple, sin los elementos sagrados con los que cuenta Zacarías.
Lucas no nos dice el lugar preciso de la Anunciación del Nacimiento de Jesús:
Refiere, solamente, que la Madre de Dios se encontraba en Nazaret, aldea poco importante, que no parece predestinada a ese acontecimiento.
Además, el evangelista no atribuye especial importancia al momento en que el Ángel se presenta, dado que no precisa las circunstancias históricas.
En el contacto con el Mensajero celestial, la atención se centra en el contenido de sus palabras, que exigen a la Virgen una escucha intensa y una Fe pura.
Esta última consideración nos permite saber la grandeza de la Fe de la Bella María, si la comparamos con que muchas veces nosotros necesitamos tener un signo sensible para creer. Al contrario, la aceptación de María a la voluntad Divina, es motivada sólo por el Amor a Dios.
A María, el Ángel Gabriel, le pide que acepte una verdad más alta que la anunciada a Zacarías.
Él fue invitado a creer en un nacimiento extraordinario que se iba a llevar a cabo dentro de un matrimonio estéril, y que Dios quería fecundar. Es una intervención Divina semejante a otras que recibieron algunas mujeres del Antiguo Testamento: Sara (Gn. 17,15-21; 18,10-14), Raquel (Gn. 30,22), la madre de Sansón (Jc. 13,1-7) y Ana, la madre de Samuel (1 Sam. 1,11-20).
En estos pasajes bíblicos se subraya, la gratuidad de Dios.
Y a la Bella Doncella de Nazaret se le invita a creer en una Maternidad Virginal que no está registrada en el Antiguo Testamento. En realidad, el conocido oráculo de Isaías: “He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is. 7,14), aunque no excluye esta posibilidad, ha sido interpretado explícitamente en este sentido sólo después de la venida de Jesús y a la luz del Evangelio.
El Ángel le pide a la Virgen que diga que sí a una verdad jamás anunciada antes. Ella la admite con humildad y sólo pregunta: “¿Cómo será esto?”, y así expresa su Fe en el poder de Dios de conciliar la Virginidad única y excepcional.
El Mensajero Divino le contesta: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc. 1,35), el Ángel da una respuesta de Dios a lo que preguntó la Bella María.
La Virginidad se veía como un obstáculo, pero resulta necesaria para que el Espíritu Santo lleve a cabo la Concepción del Hijo de Dios Encarnado.
Al responder, el Ángel abre el camino para que la Virgen María coopere con el Espíritu Santo en la Concepción de Jesús.
Cuando se realiza la voluntad de Dios se da la libre colaboración de la persona humana. María creyó en la Palabra del Señor, y así coopera en el cumplimiento de la Maternidad anunciada.
Los Padres de la Iglesia subrayan frecuentemente este aspecto de la Concepción Virginal de Cristo.
San Agustín cuando comenta el relato de la Anunciación, dice: “El Ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe.” Y Añade: “Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia y la Fe le trae a su seno; desciende la Fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la fecundidad maternal.”
La Fe de María nos recuerda a Abraham, que al comienzo de la Antigua Alianza creyó en Dios, y se convirtió en padre de multitudes (Gn. 15, 6).
Cuando empieza la Nueva Alianza, la Doncella de Nazaret con su Fe tiene un papel decisivo en la realización del Misterio de la Encarnación, inicio y síntesis de la Misión Redentora de Jesús.
La estrecha relación entre Fe y Salvación, que durante su vida pública Jesús puso en relieve, nos ayuda a comprender el papel fundamental que la Fe de María ha tenido y tiene en la Salvación de la humanidad.
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