jueves, 31 de octubre de 2019

Santo Evangelio 31 de Octubre 2019



Día litúrgico: Jueves XXX del tiempo ordinario



Texto del Evangelio (Lc 13,31-35): En aquel tiempo, algunos fariseos se acercaron a Jesús y le dijeron: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte». Y Él les dijo: «Id a decir a ese zorro: ‘Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén’.

»¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».


«¡Jerusalén, Jerusalén! (...) ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos (...) y no habéis querido!»

Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i Sánchez 
(Barcelona, España)

Hoy podemos admirar la firmeza de Jesús en el cumplimiento de la misión que le ha encomendado el Padre del cielo. Él no se va a detener por nada: «Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana» (Lc 13,32). Con esta actitud, el Señor marcó la pauta de conducta que a lo largo de los siglos seguirían los mensajeros del Evangelio ante las persecuciones: no doblegarse ante el poder temporal. San Agustín dice que, en tiempo de persecuciones, los pastores no deben abandonar a los fieles: ni a los que sufrirán el martirio ni a los que sobrevivirán, como el Buen Pastor, que al ver venir al lobo, no abandona el rebaño, sino que lo defiende. Pero visto el fervor con que todos los pastores de la Iglesia se disponían a derramar su sangre, indica que lo mejor será echar a suertes quiénes de los clérigos se entregarán al martirio y quiénes se pondrán a salvo para luego cuidarse de los supervivientes.

En nuestra época, con desgraciada frecuencia, nos llegan noticias de persecuciones religiosas, violencias tribales o revueltas étnicas en países del Tercer Mundo. Las embajadas occidentales aconsejan a sus conciudadanos que abandonen la región y repatríen su personal. Los únicos que permanecen son los misioneros y las organizaciones de voluntarios, porque les parecería una traición abandonar a los “suyos” en momentos difíciles.

«¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa» (Lc 13,34-35). Este lamento del Señor produce en nosotros, los cristianos del siglo XXI, una tristeza especial, debida al sangrante conflicto entre judíos y palestinos. Para nosotros, esa región del Próximo Oriente es la Tierra Santa, la tierra de Jesús y de María. Y el clamor por la paz en todos los países debe ser más intenso y sentido por la paz en Israel y Palestina.

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La Maternidad Espiritual en la Escritura



La Maternidad Espiritual en la Escritura

Congregación para el Clero. Santa Sede Vaticano



La Maternidad espiritual de todos los hombres redimidos por la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, es algo que encontramos expresamente dicho en la Sagrada Escritura, y enseñado por el magisterio ordinario y universal de la Iglesia. 

Dos momentos principales se consideran en la Palabra de Dios escrita: en primer lugar, el referido por San Lucas l,38, sobre el consentimiento de la Virgen en la Encarnación: 

"Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." 

Este pasaje viene a señalar como el punto de partida de la acción maternal de María directamente sobre el Cristo físico, e indirectamente sobre la obra de Cristo, el Cuerpo Místico. Porque toda la obra de la redención, cuya perpetuación realiza la Iglesia, dependía en su realización de la aceptación que la Virgen diera de la gran propuesta que le hacía Dios. 

En segundo lugar, tenemos el pasaje de San Juan l9, 25-27, referente a la compasión de María con Cristo en la Cruz y la referencia expresa de Jesús a ella y al apóstol Juan; detengámonos brevemente en este trascendental pasaje. 

" Estaban en pie junto a la cruz de Jesús su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena. " Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo que Él amaba, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo." 

" Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. 

" Y desde aquel momento el discípulo la recibió consigo " 

En este relato San Juan representa al género humano entero, de verdad. León XIII, dice: " La Virgen Santísima, así como es Madre de Jesucristo, así lo es también de todos los cristianos, puesto que a todos los engendró entre los supremos tormentos del Redentor en el monte Calvario" " En la persona de Juan, según el perpetuo sentir de la Iglesia, señaló Jesucristo a todo el género humano." 

El marco del episodio indica un acto oficial y de alcance pública de Cristo, en esa hora solemne hacia la cual estaba orientado todo su ministerio aquí en la tierra. Realmente es la hora suprema en la cual el Salvador realiza lo esencial de su misión redentora, y se comprendería mal que hubiera escogido ese instante para un paréntesis de vida privada y de preocupaciones familiares. Su actitud no puede, pues, interpretarse sino en el orden de cumplimiento de su función pública. Por otra parte el texto mismo del Evangelio se toma el cuidado de confirmarnos lo que resaltaba suficientemente por el conjunto del contexto.

Inmediatamente después de haber contado el episodio, San Juan escribe: 

"Después de esto, sabiendo Jesús que todo se había acabado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed " 

El apelativo "mujer" muestra también que Cristo se colocó por encima de sus relaciones familiares con su Madre, en un plano más elevado, el de la obra pública. Si hubiera querido en ese momento testimoniarle su afecto con un acto de piedad filial, se hubiera dirigido espontáneamente a ella con el nombre de " Madre "... 

La tradición nos enseña esta creencia de la Iglesia por medio de un paralelismo muy elocuente entre Eva, la primera Madre de todos los vivientes pecadores y María, la segunda Madre de todos los vivientes redimidos y puestos a vivir según el nuevo Adán, que es Cristo. Este paralelismo suele designarse como la "recirculación", según la cual nos vienen todos los bienes de la gracia en la redención por los mismos cauces por los que se habían perdido con el pecado del origen. 

San Agustín dice que María es "Madre de los miembros del Cuerpo Místico." 

Esta maternidad espiritual de la Virgen sobre todos los cristianos, que tuvo su momento "incoactivo" en el consentimiento para la encarnación, su solemne proclamación en la cruz, se ejecuta y lleva a efecto en cuanto María, junto con Jesús e inseparablemente de él, merece por nosotros y colabora íntimamente en la redención, y por fin en la aplicación de sus méritos y gracias mediante su intercesión continua por sus hijos espirituales. En el primer momento, María es "Compañera del Redentor", expresión más justa que la de "Corredentora", que suele usarse mucho, y en el segundo, es "Medianera" universal. 

Fuente: clerus.org


LECTURA BREVE Rm 14, 17-19


LECTURA BREVE Rm 14, 17-19

El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo, pues el que en esto sirve a Cristo es grato a Dios y acepto a los hombres. Por tanto, trabajemos por la paz y por nuestra mutua edificación.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Santo Evangelio 30 de Octubre 2019



Día litúrgico: Miércoles XXX del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 13,22-30): En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’, y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».


«Luchad por entrar por la puerta estrecha»

Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés 
(Tarragona, España)

Hoy, camino de Jerusalén, Jesús se detiene un momento y alguien lo aprovecha para preguntarle: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (Lc 13,23). Quizás, al escuchar a Jesús, aquel hombre se inquietó. Por supuesto, lo que Jesús enseña es maravilloso y atractivo, pero las exigencias que comporta ya no son tan de su agrado. Pero, ¿y si viviera el Evangelio a su aire, con una “moral a la carta”?, ¿qué probabilidades tendría de salvarse?

Así pues, pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Jesús no acepta este planteamiento. La salvación es una cuestión demasiado seria como para resolverla mediante un cálculo de probabilidades. Dios «no quiere que alguno se pierda, sino que todos se conviertan» (2Pe 3,9).

Jesús responde: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’» (Lc 13,24-25). ¿Cómo pueden ser ovejas de su rebaño si no siguen al Buen Pastor ni aceptan el Magisterio de la Iglesia? «¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!. Allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Lc 13,27-28). 

Ni Jesús ni la Iglesia temen que la imagen de Dios Padre quede empañada al revelar el misterio del infierno. Como afirma el Catecismo de la Iglesia, «las afirmaciones de la Sagrada Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión» (n. 1036).

Dejemos de “pasarnos de listos” y de hacer cálculos. Afanémonos para entrar por la puerta estrecha, volviendo a empezar tantas veces como sea necesario, confiados en su misericordia. «Todo eso, que te preocupa de momento —dice san Josemaría—, importa más o menos. —Lo que importa absolutamente es que seas feliz, que te salves».

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María Madre de la Iglesia



María Madre de la Iglesia

Congregación para el Clero. Santa Sede Vaticano



Del oficio de Madre de Dios y de su consiguiente dignidad, derivan para la Virgen, otros que son estricta consecuencia de su maternidad total, como son la maternidad sobre el Cuerpo Místico de Cristo, o maternidad espiritual, la corredención, la eficiencia en el merecimiento y distribución de las gracias (mediación y dispensación), y, otras prerrogativas como la Asunción en cuerpo y alma a los cielos, que viene a ser el feliz coronamiento de su obra como Madre del Señor que triunfó sobre la muerte. 

MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA 

La obra redentora y santificadora de Jesucristo se perpetúa y realiza, según su expresa voluntad, en cuanto a su aplicación a cada alma en particular, no de una manera independiente y aislada, sino dentro de la corporación o sociedad instituida por El, anunciada en su predicación del Reino de Dios, establecida con la elección de los apóstoles a quienes confirió el poder de administrar su gracia, rubricada con su sublime sacrificio de la Cruz, alimentada con los Sacramentos y fortalecida con la infusión del Espíritu Santo. Esto es, en la Iglesia, su Cuerpo Místico.

Todos los fieles formamos con Cristo un solo Cuerpo, que es su Iglesia, de la cual El es la cabeza, el Espíritu Santo es el Alma, la Gracia y la caridad, la vida nosotros somos los miembros. Y María, que es Madre del Cristo físico, el cual es la Cabeza inseparable del Cuerpo Místico, y tiene por fuerza que ejercer su maternidad sobre El. 

" Nada hay tan antiguamente probado en la doctrina católica como el que la Bienaventurada Virgen María sea llamada Madre de los hombres. Título que confiere ciertamente una gran prerrogativa a la Virgen en el orden sobrenatural, según la cual la vida espiritual de la gracia santificante se comunica a todos los hombres por la Virgen María, por una acción que justamente puede llamarse maternal. Mas debe atenderse muy bien a dos momentos en que se ejercita esta maternidad espiritual. Porque la Virgen es primero Madre de todos los hombres tomados en general, o sea de todos los que han de ser miembros del Cuerpo Místico de Cristo, y en la medida en que lo han de ser; y luego, es madre de cada uno de hecho, desde el momento en que por el bautismo entra a formar parte del Cuerpo Místico. El primer momento pertenece a la realización misma de la redención, y tiene íntima relación con el oficio de Corredentora. El segundo momento pertenece a la aplicación de los frutos de la Redención, y coincide con la distribución de las gracias por María." 

Fuente: clerus.org


LECTURA BREVE 1Ts 5, 4-5


LECTURA BREVE 1Ts 5, 4-5

No viváis, hermanos, en tinieblas para que el día del Señor no os sorprenda como ladrón; porque todos sois hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas.

martes, 29 de octubre de 2019

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Un hijo, es siempre un niño para su madre



Un hijo, es siempre un niño para su madre

Pedir mucho a Dios por las mamás de todo el mundo, para que siga habiendo madres buenas, fieles, heroicas en su labor de educar al hombre

Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 

Se celebran muchas cosas y acontecimientos en el mundo, pero el día de la madre es el que más se merece una celebración, porque se celebra el amor más tierno, más desinteresado y más hermoso que pueda existir sobre la tierra. Habría que celebrarlo con versos y canciones. Hasta Dios quiso tener una madre, la Santísima Virgen. Quiso sentir las caricias y el amor de una madre humana como tú.

A la hora de dirigirles una felicitación se me ocurre ponerme en el caso de un niño que habla a su mamá. Hacerme también niño, porque resulta que un hijo, es siempre un niño para su madre. Lo primero que un niño dice a su madre es un ¡gracias! muy grande y muy tierno.

¡Gracias! mamá, por haberme traído a este mundo: tu primer regalo para mi fue el regalo de la vida, te debo la vida. Pude no haber nacido y ahora no correría a tu brazos a decirte que te quiero y no podrías mirarte en mis ojos de angelito travieso. Pero dijiste sí.

¡Gracias! ¡mamá!, me quisiste mucho antes de nacer; cuántas veces soñaste conmigo. ¡Gracias! por haberme cuidado de pequeñito con tantos sacrificios, desvelos, cansancios. No puedo saber cuánto has hecho por mi, porque en esos años no me daba cuenta; te he costado mucho, mamá, eso lo sé. Nunca te sabré agradecer lo suficiente, no podré hacerlo porque es demasiado lo que te debo. Cuántas noches en vela junto a mi, cuando estaba enfermo.

¡Gracias! porque me has enseñado a conocer y a querer a Dios. Cuando sea mayor quizá me vuelva un poco frío, quizá salga de hijo pródigo, pero volveré, sí, volveré a ese Dios que tú me enseñaste amar.

Perdóname todas mis travesuras de niño y mis travesuras ya no tan inocentes de mayor. En el fondo no iban con mala intención, no pretendía molestarte. Aunque si te han hecho sufrir, yo sé que tú tienes siempre corazón para perdonarme y para comprender mis debilidades.

Pero no tengo derecho a entristecerte. Perdóname si alguna vez has tenido que llorar por mi y te he hecho enojar; no tenia derecho a hacerlo, perdóname. Te prometo desde hoy portarme mejor, no puedo seguir haciéndote sufrir con mi mal comportamiento. Ayúdame a cumplir este propósito.

Voy a pedir por ti tantas cosas. Hay que pedir mucho a Dios por las mamás de todo el mundo, para que siga habiendo madres buenas, fieles, heroicas en su labor de educar al hombre, porque los grandes hombres se forman en las rodillas de su madre.

Pedir para que no tomen como dogma de fe, aquello de que la familia pequeña vive mejor. En algunos ambientes algunas familias han reducido su fecundidad, su amor y su generosidad a una criatura, a un hijo. No tienen amor más que para un ser. La familia que vive mejor, no es la pequeña o la grande, sino la que vive unida en el amor.

Pidamos por todas nuestras familias para que reine de verdad el amor y así vivan mejor cada día. Ojalá que todas las madres se sientan orgullosas, felices de su maternidad pues eso es lo más grande que han recibido. Que se sientan felices con sus hijos, orgullosas de sus hijos, realizadas en su misión de madres por encima de cualquier otra cosa en su vida. Otras tareas y oficios pueden añadir algo a su persona, pero ninguna como la gloria y la alegría de ser madre.


Tus hijos te perdonarán fácilmente no ser una extraordinaria profesionista, si eres una estupenda mamá. El mundo está más necesitado de mamás verdaderas que de profesionistas excelentes.


Comentarios al autor P. Mariano de Blas LC


Santo Evangelio 29 de octubre 2019



Día litúrgico: Martes XXX del tiempo Ordinario


Texto del Evangelio (Lc 13,18-21): En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».


«¿A qué es semejante el Reino de Dios?»

+ Rev. D. Francisco Lucas MATEO Seco 
(Pamplona, Navarra, España)

Hoy, los textos de la liturgia, mediante dos parábolas, ponen ante nuestros ojos una de las características propias del Reino de Dios: es algo que crece lentamente —como un grano de mostaza— pero que llega a hacerse grande hasta el punto de ofrecer cobijo a las aves del cielo. Así lo manifestaba Tertuliano: «¡Somos de ayer y lo llenamos todo!». Con esta parábola, Nuestro Señor exhorta a la paciencia, a la fortaleza y a la esperanza. Estas virtudes son particularmente necesarias a quienes se dedican a la propagación del Reino de Dios. Es necesario saber esperar a que la semilla sembrada, con la gracia de Dios y con la cooperación humana, vaya creciendo, ahondando sus raíces en la buena tierra y elevándose poco a poco hasta convertirse en árbol. Hace falta, en primer lugar, tener fe en la virtualidad —fecundidad— contenida en la semilla del Reino de Dios. Esa semilla es la Palabra; es también la Eucaristía, que se siembra en nosotros mediante la comunión. Nuestro Señor Jesucristo se comparó a sí mismo con el «grano de trigo [que cuando] cae en tierra y muere (...) da mucho fruto» (Jn 12,24).

El Reino de Dios, prosigue Nuestro Señor, es semejante «a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Lc 13,21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la levadura de hacer fermentar toda la masa. Así sucede con “el resto de Israel” de que se habla en el Antiguo Testamento: el “resto” habrá de salvar y fermentar a todo el pueblo. Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el fermento esté dentro de la masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal capaz de preservar de la corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (cf. Mt 5,13). También es necesario dar tiempo para que la levadura realice su labor.

Parábolas que animan a la paciencia y la segura esperanza; parábolas que se refieren al Reino de Dios y a la Iglesia, y que se aplican también al crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.

Santo Evangelio 29 de Octubre 2019



Día litúrgico: Martes XXX del tiempo Ordinario


Texto del Evangelio (Lc 13,18-21): En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».


«¿A qué es semejante el Reino de Dios?»

+ Rev. D. Francisco Lucas MATEO Seco 
(Pamplona, Navarra, España)

Hoy, los textos de la liturgia, mediante dos parábolas, ponen ante nuestros ojos una de las características propias del Reino de Dios: es algo que crece lentamente —como un grano de mostaza— pero que llega a hacerse grande hasta el punto de ofrecer cobijo a las aves del cielo. Así lo manifestaba Tertuliano: «¡Somos de ayer y lo llenamos todo!». Con esta parábola, Nuestro Señor exhorta a la paciencia, a la fortaleza y a la esperanza. Estas virtudes son particularmente necesarias a quienes se dedican a la propagación del Reino de Dios. Es necesario saber esperar a que la semilla sembrada, con la gracia de Dios y con la cooperación humana, vaya creciendo, ahondando sus raíces en la buena tierra y elevándose poco a poco hasta convertirse en árbol. Hace falta, en primer lugar, tener fe en la virtualidad —fecundidad— contenida en la semilla del Reino de Dios. Esa semilla es la Palabra; es también la Eucaristía, que se siembra en nosotros mediante la comunión. Nuestro Señor Jesucristo se comparó a sí mismo con el «grano de trigo [que cuando] cae en tierra y muere (...) da mucho fruto» (Jn 12,24).

El Reino de Dios, prosigue Nuestro Señor, es semejante «a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Lc 13,21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la levadura de hacer fermentar toda la masa. Así sucede con “el resto de Israel” de que se habla en el Antiguo Testamento: el “resto” habrá de salvar y fermentar a todo el pueblo. Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el fermento esté dentro de la masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal capaz de preservar de la corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (cf. Mt 5,13). También es necesario dar tiempo para que la levadura realice su labor.

Parábolas que animan a la paciencia y la segura esperanza; parábolas que se refieren al Reino de Dios y a la Iglesia, y que se aplican también al crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.

lunes, 28 de octubre de 2019

Santo Evangelio 28 de Octubre 2019



Día litúrgico: 28 de Octubre: San Simón y san Judas, apóstoles

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. 

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.


«Jesús se fue al monte a orar»

+ Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas 
(Barcelona, España)

Hoy contemplamos un día entero de la vida de Jesús. Una vida que tiene dos claras vertientes: la oración y la acción. Si la vida del cristiano ha de imitar la vida de Jesús, no podemos prescindir de ambas dimensiones. Todos los cristianos, incluso aquellos que se han consagrado a la vida contemplativa, hemos de dedicar unos momentos a la oración y otros a la acción, aunque varíe el tiempo que dediquemos a cada una. Hasta los monjes y las monjas de clausura dedican bastante tiempo de su jornada a un trabajo. Como contrapartida, los que somos más “seculares”, si deseamos imitar a Jesús, no deberíamos movernos en una acción desenfrenada sin ungirla con la oración. Nos enseña san Jerónimo: «Aunque el Apóstol nos mandó que oráramos siempre, (…) conviene que destinemos unas horas determinadas a este ejercicio».

¿Es que Jesús necesitaba de largos ratos de oración en solitario cuando todos dormían? Los teólogos estudian cuál era la psicología de Jesús hombre: hasta qué punto tenía acceso directo a la divinidad y hasta qué punto era «hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado» (He 4,5). En la medida que lo consideremos más cercano, su “práctica” de oración será un ejemplo evidente para nosotros.

Asegurada ya la oración, sólo nos queda imitarlo en la acción. En el fragmento de hoy, lo vemos “organizando la Iglesia”, es decir, escogiendo a los que serán los futuros evangelizadores, llamados a continuar su misión en el mundo. «Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles» (Lc 6,13). Después lo encontramos curando toda clase de enfermedad. «Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos» (Lc 6,19), nos dice el evangelista. Para que nuestra identificación con Él sea total, únicamente nos falta que también de nosotros salga una fuerza que sane a todos, lo cual sólo será posible si estamos injertados en Él, para que demos mucho fruto (cf. Jn 15,4).

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A María



A María

Fray Ángel Martín Fernández


¡La luz no ha de ponerse
bajo del celemín.

Estaba lejos todavía
la hora. de Jesús. Él era 
la luz y tú encendías
ya en él la tuya; cuánta claridad
envolviendo tu casa,
qué luminosidad
marcándote el camino cotidiano.

Tenías a la mesa
a Dios mismo, a menudo descansaba
su cabeza en tu pecho, te cogía
de la mano en la calle, si subías
a la fuente con él. ¿Disimulabas
quién eras tú
ante la gente. 
Yo sé que los misterios
tienen siempre cerrada
la puerta principal y apenas abren
un postigo a la calle.

Qué extraño entonces
que, al declinar la tarde y recogerse
la noche, tú encendieses hacendosa,
colgando de una viga oscurecida,
un candil en tu casa,
cuando el Hijo tenía
siempre encendido el corazón,
llenos de luz los ojos y las manos.

Un día, él nos dirá
que no pongamos nunca nuestra luz
bajo del celemín.
La luz es para ver. No se oscurece
una estrella con barro,
no se tapia una vela. 
La luz ha de brillar donde se vea.


LECTURA BREVE Rm 5, 1-2. 5


LECTURA BREVE Rm 5, 1-2. 5

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios; y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Bendigo al Señor en todo momento

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BENDIGO AL SEÑOR EN TODO MOMENTO…”

Por Antonio García-Moreno

1.- JUSTICIA. - Qué necesitados estamos de justicia, qué necesitados de imparcialidad. Fácilmente somos juzgados con ligereza, con falta de rectitud. Se interpretan mal nuestras acciones, o no se aprecian en su debido valor. Cuántos inocentes que son condenados y cuántos culpables que son absueltos. Y cuánto héroe desconocido, cuánto sacrificio oculto, cuánto genio incomprendido, cuanto santo menospreciado.

Por eso consuela el pensar que Dios es justo e imparcial, un juez clarividente que no se deja llevar de las apariencias, que sopesa con exactitud las intenciones... Cuántos que brillaron en la tierra, quedarán apagados en el más allá. Y por el contrario, muchos que aquí pasaron desapercibidos, brillarán eternamente como estrellas de primera magnitud... Esta realidad nos ha de mover a vivir de cara a Dios, desatados del aplauso de los hombres, conscientes de que el juicio que realmente cuenta, el que será definitivo, no es el juicio humano, sino el divino.

Lo terrible es que esa justicia divina y esa imparcialidad nos alcanzarán a muchos, no para restituirnos un derecho perdido, sino para arrebatarnos unos privilegios inmerecidos. Realmente es para echarnos a temblar. Pero resulta que muchas veces, casi siempre, nos inmunizamos a base de inconsciencia, a fuerza de estupidez, o de autojustificaciones insostenibles.

Sólo nos queda una salida viable. La de reconocer nuestra miseria y clamar, desde lo más hondo del alma, a este Dios y Señor nuestro que, además de justo, también es misericordioso. Considerar la propia pobreza y pedir perdón con sincero arrepentimiento. Seguros de que, como dice el texto sagrado de hoy, las súplicas del pobre, las quejas del indigente atraviesan las nubes, se elevan hasta el trono mismo de Dios.

Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha. El Señor está cerca del atribulado, salva al que está abatido. Redime a sus siervos y no será castigado el que, aunque gran pecador, pesaroso de su conducta se refugia arrepentido en él.

2.- EN TODO MOMENTO. - "Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca..." (Sal 32, 2) Mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. Los soberbios, en cambio, que callen pues nada tienen que decir ante Dios. Y si algo dicen, el Señor no los oye ni los escucha. Los soberbios son rechazados por el Todopoderoso, que los considera indignos de su Reino, ineptos para entender y gustar las cosas divinas, por creerse mejores. De ahí que el verse uno mismo tan frágil y tan débil, tan vulnerable y tan inclinado al mal, puede ser un motivo de gozo saber que Dios ama lo que el mundo desprecia, que se complace en la pequeñez de sus siervos. Sí, así es, a los sencillos y a los humildes el Señor abre de par en par las puertas de su corazón de Padre bueno.

Por este motivo, pues, el salmista bendice al Señor en todo momento, y la alabanza al Señor llena de continuo su boca. De aquí que, ocurra lo que ocurra, si uno se reconoce como es, sin desanimarse por ello, si uno se olvida de la propia pequeñez y piensa en el poder divino, entonces brota del alma un canto de gozo y de gratitud hacia Dios.

"El Señor se enfrenta con los malhechores para borrar de la tierra su memoria..." (Sal 33, 17). - A veces pudiera parecernos que Dios es vencido por sus enemigos, por esos que rompen su Ley divina. Y es cierto que en ocasiones los impíos triunfan, quedan impunes de sus delitos, riéndose y quizá hasta blasfemando. Siguen su vida como si tal cosa, impávidos y descarados. Sin embargo, de Dios nadie se ríe. Tarde o temprano la justicia divina da a cada uno su merecido. Es cuestión de tiempo y, al fin y al cabo, el que ríe el último ríe mejor.

Se tiene toda la eternidad por delante, bien se puede dar un margen de impunidad. Convencidos de esta realidad, no cesemos nunca de intentar hacer lo que Dios quiere, acudamos al Señor llenos de confianza por muy mal que nos vayan las cosas. En todo momento hay que apoyarse en Dios, y cuando todo va mal todavía más. No olvidemos que el Señor está cerca y dispuesto a sostenernos con sus brazos paternales.

2.- ESPERANZA EN LA DESESPERACIÓN. - "Querido hermano: yo estoy a punto de ser sacrificado..." (2 Tm 4, 6) .- San Pablo se da perfecta cuenta de su situación. Comprende que sus días están contados, que le aguarda la muerte a la vuelta de la esquina. Sí, el momento de su partida es inminente. En aquellas circunstancias había motivos para desesperarse. Y, sin embargo, en esos instantes mira hacia su pasado y dice sereno y lleno de esperanza: "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe".

Cada uno tenemos nuestro propio entorno vital, cada uno quizá piense que la muerte está lejos, o por el contrario, que se nos acerca cada vez más. De todos modos, hemos de vivir de tal forma que podamos morir serenos y confiados en el Señor. "La gloria de morir sin pena, bien vale la pena de vivir sin gloria". Ojalá que combatamos bien la batalla de cada día. Que Dios nos ayude a coger hasta la meta señalada, a ser fieles y leales a la fe de nuestros mayores. Sólo así podremos decir un día: Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará a mí... Por mi parte, más que en su justicia, espero en su infinita misericordia.

"La primera vez que me defendí ante los tribunales, todos me abandonaron..." (2 Tm 4, 16) Los recuerdos lastiman el corazón anciano y sensible del gran Apóstol. Sólo Lucas está ahora con él. Antes, ni siquiera eso. Estuvo solo ante los tribunales, sin apoyo humano alguno para llevar a cabo su defensa. Aquellos que decían ser sus amigos, aquellos por los que se sacrificó día y noche, aquellos a quienes amó con entrañas de padre, aquellos le abandonaron cuando más les necesitaba. Situación triste y casi desesperada. Pero también entonces Pablo se siente tranquilo y sereno.

Que Dios los perdone -dice-. El Señor me ayudó y me dio fuerzas... Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará, me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos, amén!... Cuando nos veamos traicionados, cuando nos olviden o nos paguen de mala manera, lo primero que tenemos que hacer es perdonar y poner nuestra confianza en Dios, apoyarnos en su fuerza inquebrantable. Sólo así renacerá la esperanza en la desesperación, sólo así nos sentiremos seguros, contentos, con ganas de bendecir a Dios.

3.- NECESIDAD DE UN GUÍA. - Es muy fácil engañarnos a nosotros mismos. Muchas veces nos “auto convencemos” en un determinado sentido, para acallar los remordimientos de nuestras conciencias, y aunque en el fondo nos damos cuenta de ello, seguimos nuestra vida sin más preocupaciones, metemos la cabeza debajo del ala como el avestruz, que piensa que al no ver al cazador, éste ya no le ve a ella... Por otra parte, es también muy fácil equivocarse en los asuntos que conciernen a uno mismo. Hay muchos factores que oscurecen nuestra mente cuando se trata de algo en lo que se juega nuestro propio interés. Unas veces esos factores son de tipo emocional, otras de tipo conceptúala.

El corazón nos suele engañar muchas veces, se deja llevar por los sentimientos y hace traición a la mente. El hombre no puede verse libre de sí mismo, no es inmune a las pasiones, en especial a la soberbia y a la sensualidad que, como malas raíces sin extirpar, lleva metidas en lo más íntimo de su interior. El engaño también puede venir por otros factores de tipo conceptual, y estos son los peores. Hay quienes viven en la ignorancia, quienes se dejan guiar por una conciencia deformada, hasta el punto de llamar indiferente, o incluso bueno, a lo que de por sí es realmente malo.

Por todo ello, no es inverosímil la situación que nos describe hoy el Evangelio: el absurdo de quienes, siendo unos impíos, se tenían por justos, se sentían seguros de sí mismos y, lo que es peor todavía, despreciaban a los demás. El Señor les quitó la máscara y los puso en su sitio. Dos hombres, les dice, subieron al templo para orar. Uno era fariseo y el otro un publicano. El primero da gracias a Dios por qué no es como los demás: ladrones, injustos, adúlteros... El otro no se atrevía ni a levantar los ojos del suelo, sólo se golpeaba el pecho y decía: Oh Dios, ten compasión de este pecador. Hasta aquí todos escuchaban complacidos, sin sospechar la conclusión: El publicano fue grato a los ojos de Dios, el fariseo salió del templo tan orgulloso como había entrado.

El fariseo no mentía, él contemplaba su vida tal como la describe. Pero estaba equivocado respecto de sí mismo. De aquí que una primera enseñanza para nuestra vida personal es la de que nunca nos fiemos de nosotros mismos en lo que se refiere a nuestra vida espiritual, pues puede ocurrirnos lo que al fariseo, que nos creamos limpios de toda culpa y resulte que estamos en pecado mortal, o en peligro de cometerlo. Estemos convencidos de que uno es mal consejero de sí mismo, y mal juez en las propias causas. De ahí la importancia capital que siempre se ha dado, y se da, a la dirección o acompañamiento espiritual, a la costumbre de confesarse con frecuencia y buscar la orientación de un buen sacerdote, que nos ayude en la delicada tarea de ser cada vez mejores, sobre todo en la humildad. Sólo así seremos agradables a Dios, sólo así nos apoyaremos en el Único que nos puede sostener. Seremos, además, más comprensivos con las faltas de los demás, sin atrevernos jamás a despreciar a nadie.

domingo, 27 de octubre de 2019

Santo Evangelio 27 de Octubre 2019



Día litúrgico: Domingo XXX (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 18,9-14): En aquel tiempo, a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús les dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. 

»El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’. 

»En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».


«¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí...»

Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez Secretario del obispo de Sant Feliu 
(Sant Feliu de Llobregat, España)

Hoy leemos con atención y novedad el Evangelio de san Lucas. Una parábola dirigida a nuestros corazones. Unas palabras de vida para desvelar nuestra autenticidad humana y cristiana, que se fundamenta en la humildad de sabernos pecadores («¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!»: Lc 18,13), y en la misericordia y bondad de nuestro Dios («Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»: Lc 18,14).

La autenticidad es, ¡hoy más que nunca!, una necesidad para descubrirnos a nosotros mismos y resaltar la realidad liberadora de Dios en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Es la actitud adecuada para que la Verdad de nuestra fe llegue, con toda su fuerza, al hombre y a la mujer de ahora. Tres ejes vertebran a esta autenticidad evangélica: la firmeza, el amor y la sensatez (cf. 2Tim 1,7). 

La firmeza, para conocer la Palabra de Dios y mantenerla en nuestras vidas, a pesar de las dificultades. Especialmente en nuestros días, hay que poner atención en este punto, porque hay mucho auto-engaño en el ambiente que nos rodea. San Vicente de Lerins nos advertía: «Apenas comienza a extenderse la podredumbre de un nuevo error y éste, para justificarse, se apodera de algunos versículos de la Escritura, que además interpreta con falsedad y fraude».

El amor, para mirar con ojos de ternura —es decir, con la mirada de Dios— a la persona o al acontecimiento que tenemos delante. San Juan Pablo II nos anima a «promover una espiritualidad de la comunión», que —entre otras cosas— significa «una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado».

Y, finalmente, sensatez, para transmitir esta Verdad con el lenguaje de hoy, encarnando realmente la Palabra de Dios en nuestra vida: «Creerán a nuestras obras más que a cualquier otro discurso» (San Juan Crisóstomo).

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Reconocer nuestro pecado

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RECONOCER NUESTRO PECADO

Por José María Martín OSA

1.- El soberbio que no reconoce su pecado. Dos personajes, dos actitudes, dos formas de entender la relación con Dios. El fariseo se creía santo, por eso se sentía "separado" de otro, el publicano. El afán de piedad y de santidad llevó a muchos a separarse de los demás, eran los "parushim" --en hebreo significa separado--. Cifraban la santidad en el cumplimiento de la ley tal como prescribía el Levítico. Ponían todo su empeño en la recitación diaria de oraciones, ayunos y la práctica de la caridad. Se sentían satisfechos por lo que eran y por lo que les diferenciaba de los demás. Estaban convencidos de que así obtenían el favor de Dios. Sin embargo, aquél que se creía cerca de Dios, en realidad estaba lejos. ¿Por qué? Porque le faltaba lo más esencial: el amor. Así lo reconoció después Pablo, que fue fariseo antes de su encuentro con Cristo: "si no tengo amor, no soy nada". Aunque alguien repartiera en limosna todo lo que tiene y hasta se dejara quemar vivo, si le falta el amor, no vale de nada. El fariseo dice "Te doy gracias". San Agustín se pregunta dónde está su pecado y obtiene la respuesta: "en su soberbia, en que despreciaba a los demás"

2.- El pecador que pide perdón con humildad. El otro personaje, el publicano, era un recaudador de impuestos odiado por todos. Se quedó atrás, no se atrevía a entrar. Pero Dios no estaba lejos de él, sino cerca. No da gracias, sino que pide perdón. No se atrevía a levantar los ojos a Dios, porque se miraba a sí mismo y reconocía su miseria, pero confía en la misericordia de Dios. Una vez más Dios está en la miseria del hombre, para levantarle de la misma. El publicano tenía lo que le faltaba al fariseo: amor. No puede curarse quien no es capaz de descubrir sus heridas. El publicano se examinaba a sí mismo y descubría su enfermedad. Quiere curarse, por eso acude al único médico que puede vendarle y curarle tras aplicarle el medicamento: su gracia sanadora.

3.- El que se humilla es enaltecido. No se trata aquí de caer en el maniqueísmo: hombre malo, hombre bueno. El fariseo era pecador y no lo reconocía, el publicano también era pecador, pero lo reconocía y quería cambiar. El fariseo se siente ya contento con lo que hace, se siente salvado con cumplir, pero esto no es suficiente. En el Salmo proclamamos que Dios está cerca de los atribulados. En realidad está cerca de todos, pero sólo puede entrar en aquellos que le invocan, porque El escucha siempre al afligido. Este es justificado y el fariseo no. Pablo en la carta a los Romanos emplea también el término "justificación". Justificar es declarar justo a alguien y sólo Dios puede hacerlo, no uno mismo. No es un mérito que se pueda exigir, sino un don gratuito de Dios. La conclusión de la parábola es bien clara: "el que se exalta será humillado y el que se humilla será enaltecido".

4.- Examinemos nuestro comportamiento como cristianos. ¿No somos muchas veces como el fariseo creyéndonos en la exclusiva de la salvación porque "cumplimos" nuestros deberes religiosos? Incluso despreciamos a los demás o les tachamos de herejes o depravados. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Sólo Dios puede justificar. Además la fe cristiana no consiste sólo en un cumplimiento de devociones, sino en encontrarnos con Jesucristo resucitado y dejar que su amor vivificante transforme nuestra vida. Entonces nos daremos cuenta de que hay amor en nuestra vida.

LECTURA BREVE Ez 36, 25-27


LECTURA BREVE Ez 36, 25-27

Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos.

sábado, 26 de octubre de 2019

Santo Evangelio 26 de Octubre 2019



Día litúrgico: Sábado XXIX del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 13,1-9): En aquel tiempo, llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo».

Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’. Pero él le respondió: ‘Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas’».


«Fue a buscar fruto (...) y no lo encontró»

+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret 
(Vic, Barcelona, España)

Hoy, las palabras de Jesús nos invitan a meditar sobre el inconveniente de la hipocresía: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró» (Lc 13,6). El hipócrita aparenta ser lo que no es. Esta mentira llega a su cima al fingir virtud (aspecto moral) siendo vicioso, o devoción (aspecto religioso) al buscarse uno mismo y sus propios intereses y no a Dios. La hipocresía moral abunda en el mundo, la religiosa perjudica a la Iglesia.

Las invectivas de Jesús contra los escribas y fariseos —más claras y directas en otros pasajes evangélicos— son terribles. No podemos leer o escuchar lo que acabamos de leer o escuchar sin que estas palabras nos lleguen al fondo del corazón, si realmente las hemos escuchado y entendido. 

Lo diré en plural personal, ya que todos experimentamos la distancia entre lo que aparentamos ser y lo que somos de veras. Lo somos los políticos cuando nos aprovechamos del país proclamando que estamos a su servicio; los cuerpos de seguridad cuando protegemos a grupos corruptos en nombre del orden público; el personal sanitario cuando suprimimos vidas incipientes o terminales en nombre de la medicina; los medios de comunicación social cuando falseamos las noticias y pervertimos al personal diciendo que lo estamos divirtiendo; los administradores de los fondos públicos cuando desviamos una parte de ellos hacia nuestros bolsillos (individuales o de partido) y alardeamos de honestidad pública; los laicistas cuando impedimos la dimensión pública de la religión en nombre de la libertad de conciencia; los religiosos cuando vivimos de nuestras instituciones con infidelidad al espíritu y a las exigencias de los fundadores; los sacerdotes cuando vivimos del altar pero no servimos abnegadamente a nuestros feligreses con espíritu evangélico; etc.

¡Ah!: y tú y yo también, en la medida en que nuestra conciencia nos dice lo que tenemos que hacer y dejamos de hacerlo para dedicarnos únicamente a ver la paja en el ojo ajeno sin querer darnos cuenta siquiera de la viga que ciega el nuestro. ¿O no?

—Jesús, Salvador del mundo, ¡sálvanos de nuestras pequeñas, medianas y grandes hipocresías!

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En sus relaciones con la humanidad


En sus relaciones con la humanidad

Congregación para el Clero. Santa Sede Vaticano

La maternidad Divina de María función necesaria para la Encarnación del Verbo, es inseparable de la suerte del género humano, lo cual confiere a Nuestra Señora, precisamente por haber concebido y dado a luz al Redentor, una dignidad y excelencia sobre toda la humanidad, y al mismo tiempo un sinnúmero de vínculos entre la humanidad redimida y la Madre del Redentor. 

Fuente: clerus.org


LECTURA BREVE 2Pe 1,10-11


LECTURA BREVE 2Pe 1,10-11

Hermanos, poned más empeño todavía en consolidar vuestra vocación y elección. Si hacéis así, nunca jamás tropezaréis; de este modo se os concederá generosamente la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y salvador Jesucristo.

viernes, 25 de octubre de 2019

Santo Evangelio 25 de Octubre 2019



Día litúrgico: Viernes XXIX del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 12,54-59): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: ‘Va a llover’, y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: ‘Viene bochorno’, y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».


«¿Cómo no exploráis (...) este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?»

Rev. D. Frederic RÀFOLS i Vidal 
(Barcelona, España)

Hoy, Jesús quiere que levantemos nuestra mirada hacia el cielo. Esta mañana, después de tres días de lluvia persistente, el cielo ha aparecido luminoso y claro en uno de los días más espléndidos de este otoño. Vamos entendiendo en el tema de cambios de tiempo, ya que ahora los meteorólogos son casi como de la familia. En cambio, nos cuesta más entender en qué tiempo estamos o vivimos: «Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?» (Lc 12,56). Muchos de los que escuchaban a Jesús dejaron perder una ocasión única en la historia de toda la Humanidad. No vieron en Jesús al Hijo de Dios. No captaron el tiempo, la hora de la salvación.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes (n. 4), actualiza el Evangelio de hoy: «Pesa sobre la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio (…). Es necesario, por tanto, conocer y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser, frecuentemente dramático».

Cuando observamos la historia, no nos cuesta mucho señalar las ocasiones perdidas por la Iglesia por no haber descubierto el momento entonces vivido. Pero, Señor: ¿cuántas ocasiones no habremos perdido ahora por no descubrir los signos de los tiempos o, lo que es lo mismo, por no vivir e iluminar la problemática actual con la luz del Evangelio? «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?» (Lc 12,57), nos vuelve a recordar hoy Jesús.

No vivimos en un mundo de maldad, aunque también haya bastante. Dios no ha abandonado su mundo. Como recordaba san Juan de la Cruz, habitamos en una tierra en la que anduvo el mismo Dios y que Él llenó de hermosura. La beata Teresa de Calcuta captó los signos de los tiempos, y el tiempo, nuestro tiempo, ha entendido a la beata Teresa de Calcuta. Que ella nos estimule. No dejemos de mirar hacia lo alto sin perder de vista la tierra.

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Jesús humilde y María....también



Jesús humilde y María....también


Meditaciones del Rosario. Primer Misterio de la Luz. El Bautismo de Jesús. 
Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net

Dios puesto en la fila de pecadores. En la fila había ladrones, asesinos, adúlteras, fariseos podridos, soldados...Jesús metiendo los pies en la charca del pecado. Él, el tres veces santo. Besó el suelo podrido de las almas, y no sintió náusea. Sabía que podía limpiar todas las almas, todos los basureros, todas las cloacas. 

¿Qué te costaba convertir los basureros en jardines, las ruinas en castillos donde Tú te sintieras divinamente a gusto? Cada santo es un pecador reconstruido como santo sobre sus propias ruinas. María se enteró porque se lo contaron. "Si Él se humilla así, yo... esclava del Señor. Yo quiero imitarlo sufriendo el castigo de los hombres -luego serán mis hijos- para ayudar a salvarlos." Tal vez a nosotros no nos ha impresionado ver a Jesucristo bautizado en el Jordán; a ti, María, te debió impresionar muchísimo, porque tú sabías, como nadie, que Él era Dios. ¡Qué humillación! Tu humildad te parecía pequeña, muy pequeña junto a la suya. Él no se había hecho esclavo, sino pecador. Y Tú, que a todo le buscabas la razón y el sentido, preguntarías: ¿Por qué Jesús se ha querido bautizar por Juan como un pecador más, ¿por qué? La pregunta sigue todavía en el aire...

Juan había sido el primer hombre que había reconocido a Jesús como el Hijo de Dios y trató de comunicárselo a los demás. Pero muy pocos lo aceptaron. Un día dijo a Andrés y a su amigo: "He ahí el cordero de Dios". Y éstos sí le siguieron, para su bien. Los demás no le hicieron caso, para su mal. Posteriormente Jesús se lo reclamaría: "¿El bautismo de Juan venía de Dios o de los hombres?" Le respondieron: "No lo sabemos, es decir, no lo queremos saber".

Jesús venía del desierto donde había realizado una dura penitencia: oración y ayuno muy fuertes. Ella aprendió que la oración es muy importante para un cristiano. Ella oraría con más fervor a partir de entonces, si se podía. Aprendió que la humildad y el sacrificio eran muy propios del cristianismo. Ella no pensaba como muchos cristianos y aún sacerdotes, que estas cosas están pasadas de moda y que no ayudan mucho para lo esencial, que es vivir la alegría pascual. Se han olvidado de que se llega a la alegría de la resurrección pasando por la humillación y el sufrimiento de la cruz. "¿No era necesario que el Cristo sufriera esto para entrar en su gloria?"

"Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias". Jesús era Hijo del Padre e Hijo suyo. Cómo recordaría la pérdida a los doce años-"¿No sabéis que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?" Ahora lo había dejado ir, para que se ocupara de las cosas de su Padre. Ella lo devolvía al Padre; sacrificaba su amor de madre. Dolor que sería total en la muerte en el Calvario. Muchas madres de posibles hijos sacerdotes no han sabido sacrificar el amor al hijo y no le han dejado trabajar en las cosas del Padre. Se trataba de un amor equivocado.

El Espíritu Santo descendió sobre Él para investirlo de la misión que le esperaba.
Un nuevo tema de meditación de María, sobre su Hijo. Aquí ya no es la sencillez del Jesús que parecía un simple hombre. Aquí interviene el cielo en pleno: El Padre celestial, Yahvé (con todo lo que significaba para un israelita) y el Espíritu Santo que ya había intervenido en Ella. "El Espíritu Santo descenderá sobre ti". Ahora sobre Él. La imagen de su Hijo crecía a sus ojos; y Ella se sentía pequeñita junto a Él. Como Juan, el hombre humilde por excelencia, Ella también se decía a sí misma: "Es necesario que Él crezca y que yo disminuya". 
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