miércoles, 16 de junio de 2021

María, La Obediente

 




MARÍA, LA OBEDIENTE

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». (Lc 1, 38) María, siempre me sorprendo cuando leo en los evangelios lo dócil que era Jesús a su Padre. Aquel por quien y para quien se hizo todo, afirma de sí que no actúa por su cuenta, sino por lo que ha oído y visto a su Padre. «En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo.» (Jn 5, 19)

Esta docilidad la descubro también en tu respuesta al ángel del Señor, cuando, después de dialogar con él, concluyes diciendo: “Hágase en mí, según tu Palabra”.

Actitud que revela la posibilidad de la gracia.

En el camino espiritual, con frecuencia, nos empeñamos en alcanzar nuestras metas, muchas veces de manera pretenciosa y como proyección de nuestros deseos, más o menos protagonistas. “El que habla por su cuenta, busca su propia gloria” (Jn 7, 18). Tú, en cambio, abandonaste tu proyecto y abrazaste el querer de Dios, y por esa docilidad aconteció el hecho más sobrecogedor de la historia, que Dios se hiciera hombre, que el Verbo tomara carne en tu seno.

Jesús enseña en una ocasión respecto al Espíritu Santo: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir.” (Jn 16, 13).

Tu actitud es una referencia magistral; es la actitud emblemática de los que desean avanzar por el camino que Dios quiere. Sin embargo, tú conoces lo que nos cuesta dejar de realizar aquello que nos parece razonable y bueno, por seguir por sendas de obediencia, donde se acrisola el propio yo.

Es contundente el axioma: “Mejor es obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros.” (1Sam 15, 22)

Madre, tú nos enseñas, como lo hizo el Maestro a los apóstoles, a servir sin complejos, sino como la mayor prueba de libertad y de amor. Dame valor y  sabiduría para responder siempre como tú lo hiciste y como lo hizo tu propio Hijo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”

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