domingo, 7 de febrero de 2021

Oración a la humanidad de Cristo



 ORACIÓN A LA HUMANIDAD DE CRISTO 


Tú has querido, Señor, hacerte hombre, de nuestra

carne frágil y mortal, nazareno. Y probaste hasta el

extremo el sabor de la naturaleza humana, menesterosa

del cuidado entrañable, maternal, amigo.

Tú quisiste poner tus manos en la tarea, y ganar el

pan como cualquier otro hombre hasta el extremo de

darte a conocer por el oficio de quien protegió tu infancia

y a tu madre bendita. Dicen que quizá fuiste carpintero,

albañil, entendido en picar piedra en peonadas trabajosas.

Me enseñas a medir las fuerzas cuando te miro

sentado sobre el brocal del pozo, o a la ribera del mar, en

Galilea, y hasta dormido de cansancio, que ni la tormenta

pudo despertarte.

Hay quienes te pintan comedido, bucólico, por aquello del pastor y de las ovejas,

o por tu forma de ir de un lado para otro de camino, mirando los trigales, y los viñedos,

los árboles frutales, y el horizonte. Pero no por esto fuiste ajeno a mirar el dolor del

hombre, la estrechura, y sobre todo no fue incompatible tu ser contemplativo con la

fuerza y el carácter de quien lleva una determinación arriesgada al proponer el amor, el

perdón, el servicio, la radicalidad como forma de vida.

Me ayuda verte necesitado de amistad, rodeado de los tuyos, deseoso de estar en

sitios apartados para disfrutar de conversación íntima. Y que expreses también tus

sentimientos de tristeza ante la incomprensión y el abandono de los más cercanos.

No pactas con el lenguaje de la época ni con su cultura, irrumpes trascendente,

teologal, orante, reivindicador de los derechos de tu Padre Dios, reclamando respeto a lo

sagrado, al Templo y a las personas más pobres. Superas todo dualismo y si reivindicas

dar a Dios lo que es de Dios, no es a costa de olvidar la solidaridad humana

comprometida.

Dicen que tu mirada era suficiente para sentir muy adentro la atracción del

seguimiento, sin discutir la pérdida o la ganancia, porque en ir detrás de tu persona

estaba el premio. Así lo comprendieron quienes te amaron. Y así lo demandaste al que

quisiera seguir tus enseñanzas.

Eres Hermano, Maestro y Padre. Eres amigo, compañero y Señor. No me dejas

perecer en mi indigencia, por más que me sé distante en la fidelidad a tu llamada. Mas

eres Tú siempre quien acorta el trecho, que va de tu mirada a mis entrañas, y me dejas

de nuevo sentir el atractivo de tus ojos, por saberte siempre acogedor, hecho

perdonanza.

No te pido nada, solo sé que si no te pierdo de vista, me quedará al tiempo la

esperanza de que pases a mi lado y con tan solo que me roce tu manto, alargues tu mano

o extiendas tu mirada, se producirá en mí el movimiento renovado de seguirte. A fin de

cuentas te has mostrado vulnerable, con el corazón abierto, para que yo no tenga excusa

en mis exilios.

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