domingo, 14 de febrero de 2021

Oración ante la imágen peregrina de la Virgen de Fátima





 ORACIÓN ANTE LA IMAGEN PEREGRINA DE LA VIRGEN DE FÁTIMA


Durante los días en los que estamos siendo acompañados por el paso de la imagen

peregrina de la Virgen de Fátima, me he venido preguntando insistentemente ¿por qué se ha

dejado ver Nuestra Señora a los pastorcitos ella sola, sin llevar al Niño Jesús en los brazos?

Y me he sorprendido mucho más cuando he recordado el icono de la Virgen de

Guadalupe, quien se mostró al indio Juan Diego, la visión que

tuvo santa Catalina Labouré en la Rue du Bac, en París, las

apariciones de la Virgen en Lourdes a la pequeña Bernadette,

las que ocurrieron en la Salette, y últimamente en Medjugorje.

En todos los casos, los videntes testimonian que Nuestra

Señora se les muestra sin el Niño Jesús.

Me he seguido preguntando: ¿Por qué se muestra así la

Madre de Jesús, si la causa por la que es la Llena de Gracia,

la Inmaculada, la Asunta al Cielo, la Coronada de gloria es su

maternidad divina? ¡Y siempre se nos dice a Jesús por María!

En el deseo de comprender la razón de estas visiones,

he recurrido al texto del Apocalipsis, en el que se nos dice:

“Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol,

y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su

cabeza; y está encinta, y grita con dolores de parto y con el

tormento de dar a luz. Y apareció otro signo en el cielo: un

gran dragón rojo. Y el dragón se puso en pie ante la mujer que

iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando lo diera a luz. Y

dio a luz un hijo varón, el que ha de pastorear a todas las

naciones con vara de hierro, y fue arrebatado su hijo junto a

Dios y junto a su trono; y la mujer huyó al desierto, donde

tiene un lugar preparado por Dios para ser alimentada mil doscientos sesenta días” (Apc 12, 1-

6). Y en el contexto de mi reflexión, he interpretado que la mujer vestida de sol que se ha

quedado en el desierto, es Nuestra Señora. Ella nos acompaña durante la travesía de la vida y

en nuestras necesidades, como peregrina.

Mas, de pronto, como si escuchara dentro una voz nítida, me vino el pensamiento: “¿No

comprendes que la razón por la que me presento así es porque tú eres mi hijo?” Ante tal

percepción, imprevisible desde mi lógica, se me hizo un nudo en la garganta, y me sobrecogí

pensando que María me ofrecía su maternidad en obediencia a su único Hijo, que le dijo desde

la cruz “ahí tienes a tu hijo”, refiriéndose también a mí.

Después del impacto emocional, de manera cadenciosa volvía a mi mente el

pensamiento: “¿No te das cuenta de que tú eres mi hijo?” Ante el riesgo de caer en una

sensación pretenciosa, las palabras de san Pablo a lo gálatas me han serenado: “Mas cuando

llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para

rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos,

Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya

no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios” (Gal 4,

4-6).

Y sigo sobrecogido, aunque ahora ya solo se ha quedado la respuesta como pensamiento,

pero fundado en la Palabra y avalado por los testigos del amor maternal de María a todos los

hombres

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