viernes, 23 de octubre de 2020

Reconciliación y perdón

  


RECONCILIACIÓN Y PERDÓN


Si tu hermano peca, repréndelo; pero si cambia de actitud, perdónalo. Aunque peque contra ti siete veces en un día, si siete veces viene a decirte: 'No lo volveré a hacer', debes perdonarlo."

(Lc 17, 3-4)

La desconfianza, los malos entendidos, las peleas y divisiones producen lesiones que hieren profunda y frecuentemente a la humanidad. Hay tantos casos de padres e hijos que viven separados o maridos y esposas que no se pueden ni ver como resultado de estos conflictos. Esta es una tragedia derivada de nuestro pecado personal, del pecado contra el medio ambiente y de todo el arrastre que durante siglos ha generado el hábito del conflicto que produce divisiones algunas veces irreparables. 

Todos cargamos un depósito surtido con influencias positivas y negativas que otras personas, de una manera u otra, se han encargado de llenar con conceptos y visiones muchas veces distorsionadas de la realidad. Entre los conceptos negativos que conservamos en este depósito, que es el subconsciente, están todos los prejuicios que nos hacen creer que hay razas superiores e inferiores; que el hombre es superior a la mujer; que nuestra manera de ver las cosas es la única y verdadera; que nuestra familia, partido político y aún nuestro país es mejor que los demás. 

Esta manera tergiversada de ver la realidad nos condiciona en nuestro actuar. Antes de establecer cualquier relación humana, estamos juzgando a las personas por el color de su piel o su condición social pensando que unas valen y otras no, lo cual es realmente lamentable y triste. Cuando llegamos a pensar de esta manera distorsionada, nos convertimos en un peligro para los demás porque justificamos cualquier ofensa, humillación o grito creyendo que tenemos toda la razón y los demás están equivocados. Cuando esta manera de pensar se hace radical, justificamos, hasta con argumentos sofisticados, la marginación, el rechazo y aún la aniquilación de razas. De hecho, los que han cometido asesinatos o han llevado a la humanidad a genocidios siempre han creído que existe una raza o partido político superior, y los otros, por ser inferiores, no merecen ni la vida. Esa fue la justificación para la muerte de seis millones de judíos antes y durante la segunda guerra mundial. 

Los prejuicios que nos predisponen en contra de los demás los absorbemos en el ambiente en que vivimos o a través de personas que tienen intereses creados y los aplicamos aún en el seno de nuestra propia familia. Esto provoca antagonismos, rivalidades y encontronazos, porque resulta que "yo soy el que tengo la verdad y tú estás equivocado"; que "yo sí conozco la realidad y tú no sabes nada". En algunas familias se crea un conflicto permanente en el que unos se enfrentan a otros empeñados en convertirse en dueños de toda la verdad y los demás son relegados porque solamente tienen una verdad a medias o ninguna. Cuando permitimos que los prejuicios nos dominen, nuestra visión de la realidad se empobrece y, protegidos en nuestro castillo, nos preparamos para la batalla convirtiéndonos en únicos depositarios de toda la verdad. En el fondo de todo está Satanás que quiere vernos divididos. 

Desde niñitos nos enseñan a defender y justificar siempre nuestras acciones. El cultivo de este, digamos, mecanismo de defensa es peligroso porque una persona es la que siempre sale victoriosa, limpia y pura y todos los demás son culpables por corruptos, perezosos, intrigantes o bochinchosos. Nos olvidamos que para las otras personas nosotros somos "los demás" y al final terminamos acusándonos unos a otros. Andamos por la vida con la mirada turbia buscando culpables, tratando de adivinar quién y cómo nos quieren hacer daño o dónde está la trampa. Actuamos como si viviéramos en una selva, donde los animales luchan unos con otros para defenderse y sobrevivir. La otra persona, sea su marido, esposa, hijo, suegra, jefe, empleado, compañero o rival, siempre es sospechoso y tiene que estar tramando algo. En el fondo, consideramos a todos como rivales capaces de cualquier cosa, por lo que tenemos que cuidarnos constantemente de ellos. Los demás son así, pero no nos damos cuenta que nosotros también somos parte del grupo de "los demás". 

Como consecuencia del ambiente negativo en que nos criamos y desarrollamos, nos impregnamos de una atmósfera viciosa, cargada de fanatismo, autosuficiencia o, aún peor, odio. Estamos predispuestos y a la defensiva porque creemos ciegamente que somos los buenos y somos víctimas de los demás quienes solamente buscan hacernos daño, hacernos sufrir. O sea, ellos son malos y nosotros buenos. Nuestro dedo acusador anda siempre señalando culpables en todos los campos de la vida. 

En los matrimonios se presentan muy frecuentemente casos en que uno se cree víctima del otro y está convencido que el otro es el único culpable de toda la situación. De vez en cuando aparece alguien un poco lúcido que acepta tener también alguna culpabilidad, pero muy poquita. En cambio, la culpa del otro es enorme. 

Vivimos en un mundo que no quiere reconciliarse. Hay tantas familias en las que eso de reconciliarse es algo absurdo. A nivel político o empresarial muchas veces se dificulta la convivencia y el mantenimiento de relaciones interpersonales armoniosas. Es bastante seria la brecha que se abre en muchos hogares, comunidades y empresas por la falta de un espíritu de reconciliación. Muchas personas simplemente se rehúsan a perdonar y olvidar, con lo que pierden la oportunidad para renovar una relación armoniosa, fraternal y humana con sus semejantes. 

Es muy difícil mantener una relación humana intachable, inmaculada, sin tensiones ni fallas. Somos seres humanos con limitaciones. La individualidad e historia personal y las experiencias propias causan que en algunas ocasiones la persona piense de manera diferente sobre ciertos temas. Por lo tanto, es irremediable el intercambio de pareceres, las discusiones y aún los encontronazos. La pérdida de control en una discusión muy acalorada trae como consecuencia la abertura de una brecha, una cierta separación. Es normal que esto ocurra en cualquier tipo de relación humana, inclusive en los matrimonios o entre padres e hijos. 

Los equipos deportivos tienen casi siempre un masajista y un médico como parte de su personal. Cuando un jugador se lesiona, inmediatamente salen al campo de juego un par de personas con una camilla, el masajista y el médico para tratar de arreglar la pierna o el brazo lesionado del jugador. La cuestión es suministrar rápidamente los primeros auxilios para que el jugador pueda volver al campo de juego tan pronto sea posible. Además, en estos equipos existen programas de prevención y mantenimiento para evitar en la medida de lo posible que se produzcan accidentes que ocasionen a los jugadores lesiones temporales o permanentes. Son personas prevenidas que saben muy bien las probabilidades de que ocurran accidentes y los resultados muchas veces trágicos que éstos provocan. 

También en nuestra vida personal estamos propensos a contingencias imprevistas. Recuerde esos momentos en su pasado en que se enfrascó en una controversia que causó un distanciamiento o separación entre usted y otra persona. Si existía algún lazo fuerte de amor entre los dos, le debe haber dolido bastante. Si la brecha que se abrió se hizo insuperable, usted sufrió mucho y quizás todavía sufre porque se rompió totalmente el puente de comunicación. Romper vínculos fuertes duele mucho, deja heridas graves y repercute en nuestra convivencia. Debemos establecer los mecanismos adecuados para evitar que las peleas abran brechas que no puedan ser reparadas. 

¿Quién puede vivir reconciliado y en armonía en un mundo donde todos somos culpables, nos acusamos mutuamente, y estamos siempre sospechando de aquel o del otro? Seamos realistas. Es muy difícil que en la vida familiar no se produzcan lesiones, golpes, choques y ofensas, igual que en el mundo empresarial o en cualquier otro tipo de convivencia humana. Desgraciadamente, estas situaciones causan muchas veces lesiones permanentes en el corazón. Por eso, así como los equipos de fútbol llevan al médico y al masajista, debemos llevar siempre en nuestro botiquín un remedio para el corazón que es la reconciliación. Tengamos siempre a mano esa medicina del alma para evitar que las heridas que sufrimos se infecten. 

Dios nos llama siempre a reconciliarnos con El, con los demás y con nosotros mismos. El no quiere que las heridas permanezcan en nuestro corazón, sino que las vayamos cerrando por medio de la medicina del perdón y la reconciliación. Estas dos palabras tan importantes deben quedar grabadas permanentemente en nuestro corazón. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...