domingo, 22 de diciembre de 2019

A las puertas de la Navidad



A LAS PUERTAS DE LA NAVIDAD…

Por Francisco Javier Colomina Campos

Llegamos al cuarto y último domingo de Adviento. A las puertas de la Navidad, este domingo la Iglesia nos presenta a María, que nos ha ido acompañando a lo largo de todo el Adviento, como la mujer a través de la cual Dios viene a nosotros hecho hombre. Aquello que anuncia el profeta Isaías se cumplirá en estos días de la Navidad: Dios nace hecho hombre y se queda con nosotros.

1. Ésta es la señal: La virgen está en cinta y da a luz un hijo. En la primera lectura escuchamos la señal que el profeta Isaías da al rey Acaz. Es bueno recordar el contexto histórico en el que sucede este acontecimiento. El rey Acaz, descendiente del rey David, es rey de Judá. Su reino se encuentra en un momento complicado, pues está rodeado de otros reinos más grandes que desean acabar con él y, para colmo de los males, el rey no tiene descendencia que pueda asegurar la continuidad de la casa de David, sobre la que Dios había hecho la promesa de un Mesías. Ante esta situación desesperada, el rey Acaz decide dar la espalda a Dios y buscar la ayuda que necesita en otros reyes vecinos para que le ayuden a defenderse de sus enemigos. En el pasaje que hemos escuchado, el profeta Isaías habla cara a cara con el rey y le ofrece una señal de parte de Dios. A pesar de que el rey no acepta en un principio esta señal, pues sabe que ha sido infiel a Dios, sin embargo, el profeta le da la señal: la doncella está en cinta y espera un hijo, que simbólicamente se llamará Emmanuel, que significa Dios con nosotros, Dios está de nuestra parte. Este niño, que será el hijo del rey, es la esperanza del reino de Judá, que ve en él el cumplimiento de la promesa de Dios de estar siempre al lado de su pueblo. Pero este niño es también una profecía del Mesías, como nos enseña el evangelista Mateo al ver en Él al niño que lleva María en sus entrañas.

2. Le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros. Mateo, en el Evangelio que acabamos de escuchar este domingo, ve cumplida la profecía de Isaías en la maternidad virginal de María. Ella es la virgen que está en cinta y que dará a luz un hijo que será el Emmanuel, Dios-con-nosotros. Ya no es el hijo de un rey que permite la continuidad de su dinastía y la permanencia de su reino, sino que es el Rey de reyes, el Mesías prometido que nacería de la casa de David. El nombre simbólico, Emmanuel, ya no significa simplemente que Dios está de nuestra parte, que Dios nos protege, sino que significa a partir de ahora que realmente Dios está con nosotros, hecho hombre como uno más de nosotros. Dios viene a morar entre los hombres, con nosotros, hecho hombre. Así, Dios no sólo cumple la promesa de proteger al pueblo de Israel, sino que además cumple la promesa de enviar un Mesías. La virginidad de María es para nosotros signo del cumplimiento de las promesas de Dios y signo de la salvación, pues de su seno virginal nacerá el Dios hecho hombre que viene a salvar al mundo.

3. El Hijo de Dios, nacido, según la carne, de la estirpe de David. San Pablo, en la carta a los romanos, hace un precioso resumen de su enseñanza: las antiguas escrituras se cumplen en el Hijo de Dios nacido, según la carne, de la estirpe de David. El Mesías, según los profetas, tenía que nacer de la casa de David, pues a él había hecho la promesa de un descendiente que se sentaría en su trono. Jesús, acogido como hijo por José, como nos relata el pasaje del Evangelio, se convierte así en descendiente de David, pues José era de la casa y estirpe de David. José, el hombre justo, como nos lo presenta el Evangelista, es clave en la historia de la salvación, pues él, al acoger a María como esposa a pesar de que ya esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo, y al recibir a Jesús como hijo adoptivo, es quien hace posible que Cristo sea reconocido como el Mesías prometido a la casa de David. Es clave en este domingo la figura de José. No sólo es un hombre justo, sino que además es un hombre fiel a Dios, que confía en su palabra. Perfectamente podría haber dicho José a Dios que no, que no quería acoger a María ni al hijo que llevaba en sus entrañas. Perfectamente podría haber desconfiado José de Dios, como lo hizo su antepasado el rey Acaz. Sin embargo, vemos en este varón justo y bueno a un hombre que se fía totalmente de Dios, que escucha cuál es la voluntad de Dios y con plena confianza acoge el plan de Dios al acoger a María en su casa.

Estamos muy cerca de celebrar la Navidad. Hoy hemos visto dos posturas bien distintas: la del rey Acaz, que es infiel a Dios, y la de José, hombre bueno que se fía de Dios y cumple su voluntad. Al acercarnos en estos días de Navidad al portal de Belén, acerquémonos con un corazón sencillo y bueno como el de José, confiando en Dios a pesar de las incomprensiones. Sólo así podremos reconocer en ese niño al Dios-con-nosotros.

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