jueves, 29 de octubre de 2015

“Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces he querido reunir a tus hijos”


“Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces he querido reunir a tus hijos”

La cruz de Cristo es la salvación del género humano; sobre esta columna se construye su casa. Cuando hablo de la cruz, no me refiero al madero sino a la pasión. Esta cruz se encuentra tanto en Bretaña como en India y en el universo entero.... Feliz aquel que lleva en su corazón la cruz y la resurrección, al igual que el lugar de su nacimiento y el lugar de la ascensión de Cristo al cielo. Feliz aquel que tiene Belén en su corazón y en el que Cristo puede nacer cada día... Feliz aquel en cuyo corazón Cristo resucita cada día porque cada día se arrepiente de sus pecados más leves. Feliz aquel que cada día sube del monte de los olivos al Reino de los cielos, donde las aceitunas son sabrosas y donde nace la luz de Cristo... 


No hay que congratularse por haber estado en Jerusalén sino por haber vivido santamente en Jerusalén. No hay que buscar la ciudad que mató a los profetas y que derramó la sangre de Cristo, sino aquella que se alegra por los canales de un río que viene de Dios (cf Sl 46,5), aquella que, edificada en un monte no se puede ocultar (Mt 5,12), aquella que es la madre de los fieles y por ella se regocija el apóstol al poder vivir en ella con todos los justos. (cf Gal 4,26-27)

San Jerónimo (347-420), sacerdote, traductor de la Biblia, doctor de la Iglesia 
Tratado sobre el salmo 95; CCL 78, p. 154-155; Cartas 58,2-4; PL 22, 580

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