DON DE TEMOR DE DIOS
“Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga. No habéis sufrido tentación superior a lamedida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito.
Por eso, queridos, huid de la idolatría. Os hablo como a prudentes. Juzgad vosotros lo que digo” (1 Co 10, 12-15).
ESPÍRITU SANTO REAVIVA EN NOSOTROS EN DON DE TEMOR DE DIOS
“Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso. Teniendo, pues, estas promesas, queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios.
Dadnos lugar en vuestros corazones. A nadie hemos ofendido; a nadie hemos arruinado; a nadie hemos explotado. No os digo esto con ánimo de condenaros. Pues acabo de deciros que en vida y muerte estáis unidos en mi corazón” (2 Co 6, 18-7, 3).
ORACIÓN
Espíritu Santo, es muy frecuente que atribuyamos a Dios nuestras formas de pensar y de actuar e identificarlo con gestos de poder que infunden miedo, temor, reacciones contrarias a la que Jesucristo nos pide. ¡Ven, Espíritu Santo, concédenos el verdadero Temor de Dios, que es el conocimiento de su amor, a la vez que el de nuestra debilidad!
Espíritu Santo, qué fácil es caer en la tentación de huir e intentar esconderse, como lo hizo Adán, con la excusa de haber cometido pecado, o como reacción ante la propia incoherencia. ¡Ven, Espíritu, líbranos de nosotros mismos, de los deseos de fuga que nos dicta nuestra naturaleza cuando nos descubrimos humillados!
Espíritu Santo, Tú eres espíritu de amor y no de temor, infunde en nosotros la manera justa de tratar con Dios, como hijos confiados, que retornan siempre a la casa entrañable, aunque sea para pedir constantemente el perdón. Que no sucumbamos en la falsa humildad de justificar nuestro alejamiento por sentirnos débiles, cuando lo recto es acudir confiados y humildes al Señor. ¡Ven, Espíritu Santo, derrama en nosotros el don de Temor de Dios, que es el don de sobreponernos siempre a nosotros mismos en circunstancias vergonzantes, para acogernos a la misericordia divina!
“¡Ven, Espíritu divino!
Salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno” (Secuencia).
Amén
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