DON DE TEMOR DE DIOS
Lo primero para entender este santo temor de Dios es distinguirlo del miedo. El miedo es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario; recelo o aprensión que uno tiene de que le suceda una cosa contraria a lo que desea” (Diccionario de la Real Academia). El Don de Temor es un hábito sobrenatural por el cual el justo, bajo la inspiración del Espíritu Santo, adquiere docilidad especial para someterse totalmente a la voluntad divina por reverencia a la excelencia y a la bondad de Dios. El Temor de Dios es el temor a alejarse de Dios, el temor de no ser felices, el temor de errar el camino de felicidad que Él nos propone.
SÚPLICA DEL DON DE TEMOR DE DIOS, AL ESPÍRITU SANTO
Espíritu Santo, si a la hora de comprender tus dones he tenido que abrirme a un significado diferente al que el diccionario atribuye a las palabras que los denominan, es en la interpretación del don de Temor de Dios donde necesito mayor ayuda para comprender debidamente lo que quiere decir la formulación del séptimo don.
Parece, en principio, que no es propio de quien ha recibido el don de Piedad, por el que le ha revelado la entrañable misericordia de Dios, que deba reaccionar ante
Él con miedo o temor, y por tanto, no se explicar que haya que pedir el regalo del “Temor de Dios”, si parece una relación inadecuada con lo que Dios ha querido desvelarnos de sí, através de tu acción.
Sin embargo, cuando se comprende bien lo que significa tu don, surge, inmediatamente, la necesidad de pedirlo, porque sería de una gran injusticia,después de haber recibido los demás dones, el pretender caminar por propia cuenta, con riesgo de ofender a quien ha sido es tan magnánimo.
El don de Temor de Dios evita el engreimiento vanidoso, la conducta pretenciosa, el modo de actuar con protagonismo, la inconsciencia en el camino de la vida.
Evita el error de avanzar por sendero engañoso, que se aparte de la voluntad divina, y convierte nuestra vida en un verdadero cántico de alabanza y de sensibilidad agradecida.
¡Ven, Espíritu Santo, derrama sobre mi el don de Temor de Dios, por el que jamás caiga en la insensibilidad ni en la inconsciencia que me hagan vivir afirmado en mis capacidades de manera orgullosa y prepotente.
Espíritu Santo, hazme humilde, reconocedor constante de la fuente de mis destrezas, y de dónde proceden las de los demás, para manifestar con mi modo de vivir y de actuar la actitud que canta el salmista: “Mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre” (Sal 130).
Amén
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