EL SEÑOR ES COMPASIVO Y MISERICORDIOSO
Por José María Martín, OSA
1.- "Dios sólo puede permitir el mal para conseguir un bien mejor". El comienzo de este domingo nos resulta realmente duro: "si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera". Esta frase desconcertante, al igual que la parábola de la higuera, nos hace ver la urgencia de la conversión. Dios nos ofrece la posibilidad de la conversión y tiene paciencia con nosotros. En ningún momento se deben interpretar estos textos como una amenaza de Dios. Quizá cuando nos ocurre algún mal pensamos en qué hemos ofendido a Dios. Es un error pensar así, pues Él no es vengativo ni sádico, sino "compasivo y misericordioso". Dios ni quiere el mal ni lo provoca, pero lo permite. Es un misterio que como tal no se puede explicar del todo, pero hay algo de lo que estamos seguros: Dios está a favor del hombre y si permite el mal es para salvaguardar nuestra libertad. Jesús luchó contra el mal y, por ende, cura a los enfermos, perdona a los pecadores, resucita a los muertos. A veces se escuchan frases como "Dios aprieta, pero no ahoga"; craso error es hablar así, pues no es El quien provoca el mal. Es más, incluso nos ayuda a luchar contra el mal. Por eso, hemos podido asumir ciertas circunstancias de nuestra vida, ante las cuales pensábamos que no íbamos a tener fuerzas. Con San Agustín podemos decir que "Dios sólo puede permitir el mal para conseguir un bien mejor". Cada uno de nosotros podría contar cómo en su vida esto se ha hecho realidad.
3.- Dios no soporta el mal del mundo, el mal moral consecuencia del pecado, y por eso nos hace hoy esta seria advertencia. No echemos la culpa a Dios de aquello de lo que nosotros somos responsables. En cierta ocasión un hombre, indignado tras contemplar a una niña hambrienta y aterida de frío tendida en la calle, acusaba a Dios de no hacer nada para remediar este dolor. En ese momento se oyó la voz de Dios que le respondió: "Claro que he hecho algo, te he hecho a ti...". Dios no tiene manos, pero cuenta con nuestras manos, no tiene labios, pero cuenta con nuestros labios. Somos nosotros los que debemos luchar contra el mal, como hizo Jesús. Vencer el mal es ponerlo al servicio del bien. Incluso podemos hacer buen uso de aquello doloroso que nos ocurre, pues ello puede ayudarnos a encauzar nuestra vida y a no dormirnos en los laureles, como nos dice Pablo en la primera carta a los Corintios: "el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga". En la lectura del Éxodo se muestra claramente la sensibilidad de Dios ante el pueblo que sufre.
3.- Dios no deja de darnos oportunidades. Cuando nos equivocamos de camino nos ofrece siempre la posibilidad de volver. Es más, cuida de nosotros y nos proporciona personas, como el viñador de la parábola, que nos ayudan a dar fruto. Son los mediadores de Dios… Todos hemos recibido en alguna ocasión la ayuda de una persona que Dios ha puesto en nuestro camino. Por otra parte, esta parábola es una llamada a la paciencia y a la vigilancia. ¿Damos a Dios los frutos que esperaba de nosotros? ¿Si nos llamara ahora mismo a su presencia tendríamos las manos llenas de buenas obras o, por el contrario, vacías? ¿Tenemos buen corazón, como el de aquel viñador que "intercede" ante el amo para que no corte el árbol? ¿Nos interesamos por la salvación de los demás, con nuestra oración y con nuestro trabajo evangelizador? ¿Somos como Jesús, que no vino a condenar, sino a salvar? Con nosotros mismos, tenemos que ser exigentes: debemos dar fruto. Con los demás, debemos ser tolerantes y echarles una mano, ayudándoles en la orientación de su vida. La paciencia de Dios contrasta con nuestra impaciencia. Queremos ver pronto los resultados, que todo se arregle en un instante, que se acabe de golpe con el mal. Y la vida no es así: se crece lentamente, se madura lentamente, no siempre se da el fruto deseado. Hay que saber, por tanto, adoptar una actitud de espera activa y positiva, como la de aquel viñador que dio un plazo más a la higuera y dejó abierta la puerta a la esperanza de una cosecha abundante.
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