lunes, 11 de enero de 2016

Santo Evangelio 11 de Enero de 2014

Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,12-16):

Una vez, estando Jesús en un pueblo, se presentó un hombre lleno de lepra; al ver a Jesús cayó rostro a tierra y le suplicó: «Señor, si quieres puedes limpiarme.» 
Y Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio.» Y en seguida le dejó la lepra. 

Jesús le recomendó que no lo dijera a nadie, y añadió: «Ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés para que les conste.» 
Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírle y a que los curara de sus enfermedades. Pero él solía retirarse a despoblado para orar.

Palabra del Señor


Comentario al Evangelio del Sábado 11 de Enero del 2014


Francisco Javier Goñi, cmf
En medio de toda su frenética actividad, Jesús siempre saca tiempo para quedarse a solas con su Padre Dios. El evangelio de hoy nos habla de una curación concreta, la de un enfermo de lepra. Pero se nos dice también que cada vez eran más y más los que acudían a él para escucharle y para que les curara de sus enfermedades. Nos imaginamos a Jesús con grupos de gente cada vez más grandes, a los que anunciaba el Evangelio, curaba sus enfermedades, les atendía personalmente y les invitaba a la conversión. Pero hiciera lo que hiciera, siempre buscaba un tiempo para orar. A veces de noche, a veces en medio de su actividad diaria, a veces en despoblado, a veces a la orilla del lago, a veces en el desierto, a veces en la montaña. Toda su actividad y hasta su mismo ser manan como de una fuente de su relación con el Padre. Y Jesús, al parecer, la mantenía y alimentaba todos los días.

Su relación es tan profunda que Jesús llegará a decir que el Padre y él son uno. Su unión con el Padre no es sólo una unión ontológica en el seno de la Trinidad, es una verdadera relación personal vivida por Jesús en toda su profundidad día tras día. No podía ser de otra manera: él es el Hijo del Padre. Por su Encarnación consecuente, Jesús necesita historificar y existencializar su unidad ontológica con Dios en una relación interpersonal vivida en el tiempo. Gracias a eso podemos contemplar en Jesús la realización más plena de una relación profundamente humana y temporal con Dios, hacia la que estamos llamados a avanzar. Podemos encontrarnos con el Padre, podemos vivir una verdadera relación de amor interpersonal con él, podemos vivir y percibir nuestra filiación divina en Jesús, por él y con él: él es el camino hacia el Padre.

Si para Jesús fue importante y necesario vivir esta relación en tiempos concretos de su día a día, ¡cuánto más lo será para nosotros! Sea cuál sea nuestra situación, nuestras actividades, nuestro tiempo disponible o nuestras posibilidades, es vital para nuestra vida de fe y de seguimiento encontrar momentos concretos para vivir una relación personal con él y, a través de él, con nuestro Padre Dios.

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