«Para que todo el que crea en él tenga vida eterna»
La figura es una manera de exponer, por imitación, las cosas que esperamos. Por ejemplo, Adán es la prefiguración del Adán que había de venir (1C 15,45) y la piedra [en el desierto durante el Éxodo] es la prefiguración de Cristo; el agua que sale de la piedra es figura del poder vivificante del Verbo (Ex 17,6; 1C 10,4), porque dijo: «El que tenga sed que venga a mí y beba» (Jn 7,37). El maná es la prefiguración del «pan vivo bajado del cielo» (Jn 6,51); y la serpiente colocada en lo alto de una asta es figura de la Pasión, de nuestra salvación consumada sobre la cruz, puesto que los que la miraran quedarían salvados (Nm 21,9). De la misma manera, lo que dice la Escritura de los Israelitas saliendo de Egipto, ha sido narrado como una prefiguración de los que se salvarían por el bautismo; porque los primeros nacidos de los Israelitas fueron salvados... por la gracia concedida a los que habían sido señalados con la sangre del cordero pascual y esta sangre prefiguraba la sangre de Cristo...
En cuanto al mar y a la nube (Ex 14), que en aquel entonces condujeron a la fe por la admiración, en el futuro figurarían la gracia que ha de venir. «El que sea sabio, que recoja estos hechos y comprenda la misericordia del Señor» (Sl 106,43). Comprenderá que el mar, que prefiguraba el bautismo, separaba del Faraón de la misma manera que el bautismo nos hace escapar de la tiranía del diablo. Antiguamente el mar ahogó al enemigo; hoy hace morir la enemistad que nos separa de Dios. El pueblo salió del mar sano y salvo; y nosotros salimos de las aguas como devueltos a la vida los salimos de entre los muertos, salvados por la gracia de Aquel que nos ha llamado. En cuanto a la nube, era la sombra del don del Espíritu, que refrigeraba nuestros miembros apagando la llama de las pasiones.
San Basilio (c. 330-379), monje y obispo de Cesárea en Capadocia, doctor de la Iglesia
Tratado sobre el Espíritu Santo, 14
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