miércoles, 24 de abril de 2013

Florecillas de San Francisco.- Capítulo 51



CAPÍTULO 51

El santo hermano Jacobo de Falerone y cómo se apareció al hermano Juan de Alverna después de muerto

Con ocasión de hallarse el hermano Jacobo de Falerone, hombre de gran santidad, gravemente enfermo en el convento de Mogliano, de la custodia de Fermo, el hermano Juan de Alverna, que a la sazón moraba en el convento de Massa, al enterarse de su enfermedad, se puso a orar por él, ya que lo amaba como a su padre querido, pidiendo a Dios devotamente, en su oración mental, que le devolviera al hermano Jacobo la salud del cuerpo, si así convenía a su alma.

Mientras estaba orando así fue arrebatado en éxtasis y vio en el aire, sobre su celda, que estaba en el bosque, un gran ejército de muchos ángeles y santos, en medio de un resplandor tan grande, que todo el contorno estaba iluminado. Y entre aquellos ángeles vio al dicho hermano Jacobo enfermo, por quien él oraba, con vestiduras blancas y muy resplandeciente. Vio también entre ellos al padre San Francisco adornado con las sagradas llagas de Cristo y lleno de gloria. Vio, asimismo, y reconoció al santo hermano Lúcido y al hermano Mateo el antiguo, de Monte Rubbiano, y a muchos otros hermanos que nunca había visto ni conocido en vida.

Estando mirando el hermano Juan con grande gozo aquel bienaventurado escuadrón de santos, le fue revelada con certeza la salvación del alma de aquel hermano enfermo y que moriría de aquella enfermedad, pero que no iría al paraíso en seguida después de la muerte, porque tenía necesidad de ser purificado un poco en el purgatorio. Con aquella revelación recibió el hermano Juan tal alegría por la salvación de aquella alma, que no sentía pena alguna por la muerte del cuerpo, sino que llamaba al enfermo con gran dulzura, diciendo dentro de sí:

¡Hermano Jacobo, mi dulce padre! ¡Hermano Jacobo, dulce hermano mío! ¡hermano Jacobo, fiel servidor y amigo de Dios! ¡Hermano Jacobo, compañero de los ángeles y asociado a los bienaventurados! Volvió en sí con esta certeza y este gozo, y en seguida salió del convento y fue a Mogliano a visitar al hermano Jacobo. Lo halló tan grave, que apenas podía hablar; entonces le anunció la muerte de su cuerpo y la salud y gloria de su alma, conforme a la certeza que había tenido por revelación divina. El hermano Jacobo, muy regocijado en el espíritu y en el semblante, lo recibió con muestras de gran alegría y júbilo, dándole gracias por las gratas nuevas que le llevaba y encomendándose devotamente a él.

Entonces, el hermano Juan le rogó encarecidamente que después de la muerte volviese a él y le hablase de su estado; el hermano Jacobo le prometió hacerlo, si era del agrado de Dios. Dicho esto, acercándose la hora de su muerte, el hermano Jacobo comenzó a decir devotamente aquel versículo del salmo: Dormiré y reposaré en paz en la vida eterna; y dicho este versículo, con el semblante gozoso y alegre, pasó de esta vida.

Después que recibió sepultura, el hermano Juan regresó al convento de Massa y estuvo a la espera de la promesa del hermano Jacobo de volver a él el día que había dicho. Estando en oración en dicho día, se le apareció Cristo con un gran séquito de ángeles y santos, entre los cuales no se veía al hermano Jacobo; el hermano Juan se sorprendió mucho y lo encomendó piadosamente a Cristo. Al día siguiente, estando el hermano Juan orando en el bosque, se le apareció el hermano Jacobo acompañado de ángeles, todo glorioso y alegre; y el hermano Juan le dijo:

¡Oh padre santo!, ¿por qué no has venido a mí el día que me prometiste? Porque tenía necesidad de alguna purificación -respondió el hermano Jacobo. Pero en aquel mismo momento en que se te apareció Cristo y tú me encomendaste a él, Cristo te escuchó y me libró de todas las penas. Entonces me aparecí al hermano Jacobo de Massa, santo hermano laico, que servía la misa, y en el momento de la elevación vio la hostia consagrada transformada en la figura de un hermoso niño vivo, y yo le dije: "Hoy, con este niñito, me voy al reino de la vida eterna, al que nadie puede ir sin él".

Dicho esto, el hermano Jacobo desapareció, yéndose al cielo con toda aquella bienaventurada compañía de ángeles; y el hermano Juan quedó muy consolado. Murió dicho hermano Jacobo de Falerone la víspera de Santiago Apóstol, en el mes de julio, en el convento de Mogliano, donde, por sus méritos, la bondad divina obró muchos milagros después de su muerte. En alabanza de Cristo. Amén.

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