domingo, 26 de mayo de 2019

Dios permanece en nosotros

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DIOS PERMANECE EN NOSOTROS

Por José María Martín OSA

1.- Lo que Jesús nos regala con su resurrección. Escuchamos hoy las últimas confidencias de Jesús a sus discípulos en la Ultima Cena, antes de entregarse a la muerte para resucitar a una nueva vida. Sus palabras suenan a despedida. Una mezcla de sentimientos embarga a sus seguidores: tristeza porque Jesús se va, alegría porque les promete que vuelve a su lado; sorpresa y esperanza porque anuncia la llegada del Defensor, el Espíritu Santo, enviado por el Padre, quien se lo enseñará todo; desasosiego y, al mismo tiempo, paz y plenitud que el mundo no puede dar. Sólo Dios es nuestra fortaleza en la debilidad. De ello son muy conscientes los enfermos que en este fin de semana reciben el sacramento de la Unción que les conforta. Los frutos de la resurrección son la alegría, la paz y el testimonio de vida. ¿La alegría se nota en nuestra vida y en nuestras celebraciones? Hay muchos niños y jóvenes que no se sienten atraídos por nuestra forma de celebrar rutinaria y triste. ¿Y la paz? La que Jesús nos regala es lo más grande del mundo, es la plenitud de todos los dones del Espíritu. Si la paz reina en nuestro corazón seremos capaces de transmitirla a los demás y de construirla a nuestro alrededor. “La paz os dejo, mi paz os doy”: la paz la ofrece Jesús como un don precioso. En la Biblia, la paz es uno de los grandes signos de la presencia de Dios y de la llegada del Reino, síntesis de todos los deseos de bienestar, de justicia, de abundancia, de fraternidad. ¿Cómo dar testimonio de nuestra fe en el mundo de hoy? No bastan las palabras, es nuestra propia vida el mejor testimonio.

2. – Distinguir lo esencial de lo superficial. "Para comprender el misterio de Dios hay que purificar el corazón; de ningún otro lugar proceden las acciones sino de la raíz del corazón" (San Agustín, Sermón 91). La fe cristiana nace del corazón, pero corre el peligro de transformarse en religión de ritos. Los judíos "religiosos" quieren imponer la circuncisión. La Iglesia está amenazada de quedarse en los medios, los ritos, y olvidarse de lo fundamental, la interioridad de la fe. También nosotros corremos el riesgo de confundir las tradiciones con la verdad, de afirmar como eterno e inmutable lo que es fruto de una época, de hacer apología de nuestra fe con una filosofía ya superada, de imponer cargas y obligaciones que alejan de lo fundamental, de sostener que viene de Dios lo que viene del hombre. Necesitamos vino nuevo en odres nuevos, recuperar la sintonía con la cultura y con el hombre de nuestro tiempo. En el llamado concilio de Jerusalén los primeros cristianos escucharon la voz del Espíritu Santo que Jesús les había prometido. El Espíritu nos ayudará a no quedarnos en lo superficial para llegar a identificarnos con el Padre que nos ama.

3.- Dios está muy cercano a nosotros. En el Antiguo Testamento se concebía a Dios como una realidad exterior al hombre y distante de él. El anuncio de Jesucristo es que el Padre no es ya un Dios lejano, sino el que se acerca al hombre y vive con él, formando comunidad con el ser humano, objeto de su amor. Buscar a Dios no exige ir a buscarlo fuera de uno mismo (sea en el Templo, en la montaña, etc.), sino dejarse encontrar por Él, descubrir y aceptar su presencia en una relación que ya no es de siervo-señor, sino de Padre-hijo. El Espíritu nos enseña y recuerda todo lo dicho por Jesús. Ésta es la gran tarea que Jesús le encomienda. Es fácil deducir que el creyente no está solo, no es un huérfano. Primero, porque el Padre no es Alguien lejano y distante; más bien, somos santuario y morada de Dios mismo: “vendremos a él y haremos morada en él”

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