María elevada al cielo nos indica la meta última de nuestra peregrinación terrestre. Nos recuerda que todo nuestro ser –espíritu, alma y cuerpo- está destinado a la plenitud de la vida: que quien vive y muere en el amor de Dios y del prójimo será transfigurado a imagen del cuerpo glorioso de Cristo resucitado (Ángelus, 15 de agosto 2008).
Benedicto XVI
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