SEGUNDA CARTA AL SEÑOR QUE YA VIENE
Por Ángel Gómez Escorial:
Señor:
Espero tu venida. Y cada vez que se acerca la Navidad se abre un compás fuerte de esperanza. Ya te lo dije la semana pasada. Pero es que no puedo quitármelo de la cabeza. Sin duda, Señor, pienso en tu Segunda Venida. Y tal vez, lo cifro para muy largo. Debería atenerme solo a Belén. Pues tu nacimiento en Belén fue ya un milagro prodigioso por el que el Dios Todopoderoso se hacía niño por amor a sus criaturas. Y este milagro se renueva todos los años en el corazón de millones de hombres y mujeres que reciben en sus almas más paz y más amor.
Algunos, ¿sabes?, critican en exceso las muchas muestras de paz, alegría y de luz. Es verdad, que son, en su mayoría, los comerciantes los que más luz dan y despliegan en sus marquesinas y escaparates. Y lo hacen para vender. Sin duda. Pero tampoco en estos tiempos tenemos muchas actividades públicas que hablen de Ti. ¿O es que se nota algo en otro tiempo importante, como los es la Semana Santa y la Pascua? ¿Alguien lo celebra con gran exhibición pública? Parece que no, a no ser en las carreteras por la abundancia de automóviles en busca de vacaciones
Las gentes en Navidad se vuelven más humanas y la caridad es más frecuente e intensa. Se ama más y se da más. La gente hasta se sonríe en el ascensor, lo cual es casi también un milagro. Por eso bien podríamos decir, Señor Jesús, que en estos tiempos tan duros y fríos, “algo es algo”. Y la gente celebra tu Natividad, cuando ya apenas, a nivel masivo y mayoritario se celebran pocas cosas que te recuerden. No es cuestión de poner en mínimos, pero sí de ser objetivos, porque, Señor, bendita sea esta Navidad nuestra –la de estos días-- que nos hace un poco mejores, aunque sea poco.
Tú has dicho en el Evangelio: “Y cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” Es una frase muy dura e inquietante. Conmina a un ejercicio fuerte de responsabilidad para nosotros y resume el resultado de nuestros esfuerzos. Hemos de trabajar mucho para que encuentres fe cuando vuelvas. Sin desmayo y con esperanza. Pero esa frase tenía, tal vez, un poco de misterio. Sin tu ayuda, Señor, no somos nada. Si Tú no cuidas de tu viña se seca y Tú vas a estar con ella –con tu Iglesia—hasta el final de los tiempos. Pero esa presencia permanente tuya no nos debe hacer flojear. La redención continua en nuestras débiles manos con tu superior ayuda, aunque algunas veces el camino se haga duro y desesperante.
No he querido Señor escribir hoy a un Niño. Y no por falta de ganas. Es que el entorno es bronco, difícil, lleno de violencia, de mentira y de desamor. Y creo que si tú Señor eres amor, eres verdad, lo peor es fabricarse un mundo mentiroso y lleno de odio. Sabes que a veces esperamos tu intervención porque el camino se antoja imposible. Y puede que lo sea. Pero no podemos parar, porque tú nos mandaste al confín del mundo y hasta ahora –muchos como yo—no hemos recorrido ni un par de kilómetros. Ven Señor, Jesús. No tardes.
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