Parábola del sembrador (Mateo 13, 1-23)
Padre Francisco Fernández Carvajal
I. El Señor sentado en una barca, enseñaba a la gente que le seguía: Salió un sembrador a sembrar, (Mateo 13, 1-23), y la semilla cayó en tierra muy desigual como era la situación agrícola en Galilea. La semilla caída en el sendero era pronto comida por los pájaros o pisada por los transeúntes. La semilla caída en suelo pedregoso, brotaba con rapidez, pero el calor la seca por no tener raíces profundas. Nosotros también somos tierra para la simiente divina, y aunque la siembra es realizada con todo el amor de Dios, el fruto depende en buena parte del estado de la tierra donde cae. Las palabras de Jesús nos muestran con toda fuerza la responsabilidad que tiene el hombre de disponerse para aceptar y corresponder a la gracia de Dios. El camino de la parábola es la
tierra pisada, endurecida: son las almas disipadas, vacías, abiertas por completo a lo externo, incapaces de recoger sus pensamientos y guardar los sentidos, sin orden en sus afectos, de corazones duros, que escuchan la
palabra divina, pero con suma facilidad el diablo la arranca de su alma.
Pidamos al Señor fortaleza para no ser jamás como los que se parecen a los caminos donde cayó la semilla: tibios y negligentes.
II. La tierra pedregosa de la parábola representa a las almas superficiales, inconstantes, incapaces de perseverar. Tienen buenas disposiciones, incluso reciben la gracia con alegría, pero llegado el tiempo de hacer frente a las dificultades, retroceden, no son capaces de sacrificarse por llevar a cabo los propósitos que un día hicieron, y éstos mueren sin dar fruto. Dejar que el corazón se aficione al dinero, a las influencias, al aplauso, a la última comodidad de la publicidad, a la abundancia de cosas innecesarias, es un grave obstáculo para que el amor de Dios arraigue en el corazón. Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón (Lucas 12, 34), Quien pone su corazón en los bienes terrenos como si fueran bienes absolutos comete una especie de
idolatría (SAN PABLO, Colosenses 3, 5 ). Por esta razón necesitamos de la mortificación y del desprendimiento.
III. Lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta. Dios espera de nosotros que seamos un buen terreno que acoja la gracia y dé frutos.
Cualquier alma se puede convertir en un vergel, aunque antes haya sido un desierto, porque la gracia de Dios nunca falta y sus cuidados son mayores que los del más experto labrador. Supuesta la gracia, el fruto depende del hombre, que es libre de corresponder o no. Pidamos a Nuestra Madre que nos ayude a ser siempre tierra fértil, para que la semilla de la gracia germine en nosotros y demos mucho fruto.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal,
Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
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