miércoles, 27 de enero de 2016

La Mirada del Señor



LA MIRADA DEL SEÑOR

Y mirándolo fijamente, dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan...
(Jn 1)
Yo le miro y él me mira, decía, en tiempos del santo Cura de Ars, un campesino que oraba ante el Sagrario1.
Yo le miro... y él me mira. ¡Te he mirado tantas veces, Señor! ¡Me has mirado Tú en tantas ocasiones!

Yo sé bien cómo es la mirada tuya.
Cuando la posas sobre la mía
es serena y firme. Segura.
Quizá por eso dejas
que se disipe la espesa niebla de
mis dudas. Siempre busco
en tus ojos mi respuesta...2.
Y siempre la encuentro.
¡Cómo recordaría Pedro esa mirada de Jesús que, en el comienzo de su vocación, se posó sobre él y cambió el rumbo de su vida! Mirándolo Jesús le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, roca. Y la vida de Pedro ya fue otra.

Unas veces, esa mirada del Maestro era imperiosa y entrañable; otras, de pena, al ver la incredulidad de los fariseos; de compasión ante el hijo muerto de la viuda de Naín; en otras ocasiones, invitará a dejarlo todo y a seguirle, como en el caso de Pedro, de Mateo...; sabrá conmover el corazón de Zaqueo, llevándolo a la conversión; se enternecerá ante la fe y la grandeza de alma de la viuda pobre que dio todo lo que tenía. Su mirada penetrante ponía al descubierto el alma frente a Dios, y suscitaba al mismo tiempo la contrición. Así miró Jesús a la mujer adúltera, y al mismo Pedro, llevándole a llorar amargamente su cobardía.

¡Qué bien conocía Pedro las miradas de Jesús! ¡Qué bien las conocemos nosotros!

Para los difuntos pedimos en la liturgia: «admítelos a contemplar la luz de tu rostro»3, de su rostro resplandeciente de gloria. En catalán se ha traducido con una fórmula más bella: «admeteu-los a contemplar la llum de la vostra mirada». La luz de tu mirada... ¡La luz de una mirada llena de misericordia!

Cuando en la primera Plegaria Eucarística se recuerda que Jesús tomó el pan y elevó los ojos al cielo, las rúbricas del Misal señalan al sacerdote que también él eleve sus ojos. Esa mirada se convierte en una oración breve pero intensa. Una mirada llena de amor a Jesucristo que se hará presente en la Sagrada Forma.

¡Cómo mirarías a tus amigos
Lázaro, Marta y María,
Que tanto querías!4.
¡Cómo nos mira a nosotros que tanto le queremos! ¡Cuántas veces nos ha hecho enderezar el rumbo de nuestra vida!

Él nos contempla con atención. Y su mirada purifica nuestra alma, ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres5. Nos permite participar en esa compasión eficaz que nos lleva a ser corredentores con Él. Con esa mirada suya, «el Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”»6.

Nosotros hemos recogido esa invitación, bajo la mirada atenta de Jesús, que nos alienta a ser audaces. Respexit nos Deus et laeti sumus, canta el salmo. Nos mira el Señor, ¡y ya estamos contentos!


Cfr. El día que cambié mi vida

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