MARÍA, LA BUENA PASTORA
“Mujer, ahí tienes a tu hijo” Señora, tú conoces bien las parábolas que nos propuso tu Hijo, y seguro que tehas visto reflejada en muchas de ellas.
Al considerar este domingo la figura del Buen Pastor, con la que Jesús quiso identificarse, y que San Pedro asocia a Cristo Resucitado, que muestra sus heridas, como mejor prueba del amor que nos tiene, te contemplo a ti, herida también de amor.
El Papa Francisco, en la homilía del día de la canonización de San Juan XXIII y San Juan Pablo II, proclamó: “Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado». (27, 04,2014)
Si las llagas de tu Hijo son expresión de amor, ¿qué no será la que tú sufriste con tanto realismo, como te lo anticipó el anciano Simeón? “Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! -a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones». (Lc 2,34-35)
La llaga del corazón se ha convertido en icono del amor divino en tu Hijo, y en quienes fuisteis y son heridos por el Amor de Dios. Santa Teresa narra el éxtasis de la transverberación, cuando sentía el dardo de fuego que le introducía el ángel en el pecho – “Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios” (Vida 9, 29). Y San Juan de Ávila comenta:
“Cuando yo, mi Buen Jesús, veo que de tu corazón sale ese hierro de esa lanza. Esa lanza es una saeta de amor, que me traspasa; y de tal manera hiere mi corazón, que no deja en él parte que no penetre.” (Tratado del amor de Dios 11).
El Buen Pastor está herido de amor, y tú, madre mía, te asociaste a su vocación entrañable. No me atrevo a pedirte que me hiera el Amor Divino. Pero, al menos, que en las pruebas recuerde la sagacidad de los que aman, y me ofrezca gustoso por los que caminan sin luz en la noche del dolor.
Amén
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