miércoles, 28 de febrero de 2018

Santo Evangelio 28 de febrero 2018


Día litúrgico: Miércoles II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 20,17-28): En aquel tiempo, cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará».

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre».

Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».


«El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor»

Rev. D. Francesc JORDANA i Soler 
(Mirasol, Barcelona, España)

Hoy, la Iglesia —inspirada por el Espíritu Santo— nos propone en este tiempo de Cuaresma un texto en el que Jesús plantea a sus discípulos —y, por lo tanto, también a nosotros— un cambio de mentalidad. Jesús hoy voltea las visiones humanas y terrenales de sus discípulos y les abre un nuevo horizonte de comprensión sobre cuál ha de ser el estilo de vida de sus seguidores.

Nuestras inclinaciones naturales nos mueven al deseo de dominar las cosas y a las personas, mandar y dar órdenes, que se haga lo que a nosotros nos gusta, que la gente nos reconozca un status, una posición. Pues bien, el camino que Jesús nos propone es el opuesto: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo» (Mt 20,26-27). “Servidor”, “esclavo”: ¡no podemos quedarnos en el enunciado de las palabras!; las hemos escuchado cientos de veces, hemos de ser capaces de entrar en contacto con la realidad que significan, y confrontar dicha realidad con nuestras actitudes y comportamientos.

El Concilio Vaticano II ha afirmado que «el hombre adquiere su plenitud a través del servicio y la entrega a los demás». En este caso, nos parece que damos la vida, cuando realmente la estamos encontrando. El hombre que no vive para servir no sirve para vivir. Y en esta actitud, nuestro modelo es el mismo Cristo —el hombre plenamente hombre— pues «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28).

Ser servidor, ser esclavo, tal y como nos lo pide Jesús es imposible para nosotros. Queda fuera del alcance de nuestra pobre voluntad: hemos de implorar, esperar y desear intensamente que se nos concedan esos dones. La Cuaresma y sus prácticas cuaresmales —ayuno, limosna y oración— nos recuerdan que para recibir esos dones nos debemos disponer adecuadamente.

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Siete rayos de sol, Maria


Siete rayos de sol, Maria

 Emma-Margarita R.A. -Valdés
  

Te han taladrado siete espadas,
sus dobles filos te han herido,
fueron las penas anunciadas
que en un principio has asumido.

La primera, de Simeón,
al noticiarte los dolores,
cuando exultabas de emoción
ciega en asombro de esplendores.

La segunda al dejar Belén
para salvar la nueva Vida.
La tercera en Jerusalén,
sin el Niño, desfallecida.

La cuarta en el mortal Calvario
compartiendo el dolor con tu hijo.
La quinta en tu íntimo sagrario
ante el lóbrego crucifijo.

La sexta en el descendimiento
del cadáver del Ser amado.
La séptima en tu abatimiento
cuando el sepulcro fue cerrado.

Ante la fría sepultura,
con Juan y las demás mujeres,
sumida en triste noche oscura
mueres porque de amor no mueres.

Desde su cuna en el Portal
hasta que le crucificaron,
atravesando el bien y el mal
sus cinco rayos te alcanzaron.

Pides clemencia, arrepentida
por no esperar en paz la gloria,
tú eres la esclava, la elegida,
y en Él reside la victoria.

LECTURA BREVE Jl 2, 17


LECTURA BREVE   Jl 2, 17

Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: «Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, no la dominen las naciones.»

martes, 27 de febrero de 2018

Santo Evangelio 27 de febrero 2018



Día litúrgico: Martes II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 23,1-12): En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame "Rabbí".

»Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie "Padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar "Doctores", porque uno solo es vuestro Doctor: Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».

«Uno solo es vuestro Maestro; (...) uno solo es vuestro Padre; (...) uno solo es vuestro Doctor»


Pbro. Gerardo GÓMEZ 
(Merlo, Buenos Aires, Argentina)

Hoy, con mayor razón, debemos trabajar por nuestra salvación personal y comunitaria, como dice san Pablo, con respeto y seriedad, pues «ahora es el día de la salvación» (2Cor 6,2). El tiempo cuaresmal es una oportunidad sagrada dada por nuestro Padre para que, en una actitud de profunda conversión, revitalicemos nuestros valores personales, reconozcamos nuestros errores y nos arrepintamos de nuestros pecados, de modo que nuestra vida se vaya transformando —por la acción del Espíritu Santo— en una vida más plena y madura. 

Para adecuar nuestra conducta a la del Señor Jesús es fundamental un gesto de humildad, como dice el Papa Benedicto: «Que [yo] me reconozca como lo que soy, una creatura frágil, hecha de tierra, destinada a la tierra, pero además hecha a imagen de Dios y destinada a Él».

En la época de Jesús había muchos "modelos" que oraban y actuaban para ser vistos, para ser reverenciados: pura fantasía, personajes de cartón, que no podían estimular el crecimiento y la madurez de sus vecinos. Sus actitudes y conductas no mostraban el camino que conduce a Dios: «No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23,3). 

La sociedad actual también nos presenta una infinidad de modelos de conducta que abocan a una existencia vertiginosa, alocada, debilitando el sentido de trascendencia. No dejemos que esos falsos referentes nos hagan perder de vista al verdadero maestro: «Uno solo es vuestro Maestro; (…) uno solo es vuestro Padre; (…) uno solo es vuestro Doctor: Cristo» (Mt 23,8.9.10).

Aprovechemos la cuaresma para fortalecer nuestras convicciones como discípulos de Jesucristo. Tratemos de tener momentos sagrados de "desierto" donde nos reencontremos con nosotros mismos y con el verdadero modelo y maestro. Y frente a las situaciones concretas en las que muchas veces no sabemos cómo reaccionar podríamos preguntarnos: ¿qué diría Jesús?, ¿cómo actuaría Jesús?

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Te vestirás de luz


Te vestirás de luz 

 Emma-Margarita R.A. -Valdés
  

Tus horas de agonía pasan lentas.
El cándido verdor está manido
como vaso de barro,
su lengua se ha pegado al paladar
y ya le han conducido al polvo del sepulcro.
Ansías arrancarle
de las babosas fauces del león
y de las astas de los unicornios.

Por su ánima expectante
pasan los remolinos de las aguas
y las olas del mar,
arrastrándole al más umbroso abismo.
Desciende a la gehena.
Va a absolver las raíces de los álamos,
a forzar los cerrojos del infierno,
que le vomitará luminiscente
el glorioso tercero de los días.
Ha pisado el lagar,
están sus vestiduras teñidas con su sangre.
Rechaza el latrocinio
que disfraza de guerra al holocausto,
mas con sus cinco llaves luminosas
abre el portal de bronce que desune
la ciudad de la muerte de las verdes praderas.

Volverá majestuoso con llameante antorcha,
con sus flechas agudas,
enarbolando el célico estandarte.
Asentará sus pies sobre la piedra,
heredará naciones,
repartirá despojos de los fuertes
y en los últimos tiempos
construirá un palacio de marfil 
más alto que las cimas.
Le alabarán los labios
que han bebido del mágico torrente;
le aromarán con mirra, acacia y áloe;
le alegrarán con arpas.
Serán los invitados a las bodas,
advendrán con el traje arregazado
y tomarán el ázimo de Vida.

Tú, María, te vestirás de luz,
coronarán tu frente doce estrellas,
se postrará la luna a tus pies peregrinos.
Está prendado el Rey de tu hermosura,
perfecta es la belleza inmaculada.
Inclínate ante Él,
agradece los dones recibidos
y presenta tu ofrenda del dolor.
Te dará leche, harina, miel y aceite;
adornos de oro y plata.

Porque has crecido dulce flor de loto
reinarás colmenera en los países.
Serás matriz afable,
el tronco firme y recio
del frondoso ramaje de los hombres,
gestarás vida eterna,
le darás un lugar distinguido en su casa
y en la mesa del familiar banquete.

LECTURA BREVE Jr 3, 25b


LECTURA BREVE   Jr 3, 25b

Pecamos contra el Señor, nuestro Dios, nosotros y nuestros padres, desde la juventud hasta el día de hoy, y no escuchamos la voz del Señor, nuestro Dios. 

lunes, 26 de febrero de 2018

Santo Evangelio 26 de febrero 2018



Día litúrgico: Lunes II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Lc 6,36-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».


«Dad y se os dará»

+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret 
(Vic, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio de Lucas nos proclama un mensaje más denso que breve, ¡y eso que es muy breve! Lo podemos reducir a dos puntos: un encuadramiento de misericordia y un contenido de justicia.

En primer lugar, un encuadramiento de misericordia. En efecto, la consigna de Jesús sobresale como una norma y resplandece como un ambiente. Norma absoluta: si nuestro Padre del cielo es misericordioso, nosotros, como hijos suyos, también lo hemos de ser. Y el Padre, ¡es tan misericordioso! El versículo anterior afirma: «(...) y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos» (Lc 6,35).

En segundo lugar, un contenido de justicia. En efecto, nos encontramos ante una especie de “ley del talión” en las antípodas de (inversa a) la rechazada por Jesús («Ojo por ojo, diente por diente»). Aquí, en cuatro momentos sucesivos, el divino Maestro nos alecciona, primero, con dos negaciones; después, con dos afirmaciones. Negaciones: «No juzguéis y no seréis juzgados»; «No condenéis y no seréis condenados». Afirmaciones: «Perdonad y seréis perdonados»; «Dad y se os dará».

Apliquémoslo concisamente a nuestra vida de cada día, deteniéndonos especialmente en la cuarta consigna, como hace Jesús. Hagamos un valiente y claro examen de conciencia: si en materia familiar, cultural, económica y política el Señor juzgara y condenara nuestro mundo como el mundo juzga y condena, ¿quién podría sostenerse ante el tribunal? (Al volver a casa y leer el periódico o al escuchar las noticias, pensamos sólo en el mundo de la política). Si el Señor nos perdonara como lo hacen ordinariamente los hombres, ¿cuántas personas e instituciones alcanzarían la plena reconciliación?

Pero la cuarta consigna merece una reflexión particular, ya que, en ella, la buena ley del talión que estamos considerando deviene de alguna manera superada. En efecto, si damos, ¿nos darán en la misma proporción? ¡No! Si damos, recibiremos —notémoslo bien— «una medida buena, apretada, remecida, rebosante» (Lc 6,38). Y es que es a la luz de esta bendita desproporción que somos exhortados a dar previamente. Preguntémonos: cuando doy, ¿doy bien, doy mirando lo mejor, doy con plenitud?

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Das a tu hijo el último abrazo


Das a tu hijo el último abrazo

Emma-Margarita R.A. -Valdés


Esperas el cadáver de tu hijo
amortajado ya con sangre y agua,
envuelto en el temblor del mundo antiguo,
celado por el velo de la Alianza.
Tú aguardas aterida,
mientras cruzan tu mente las espadas
contemplando
su cabeza inclinada,
sus manos extendidas a la muerte
y su carne seráfica
macilenta,
y la orfandad del labio sin parábolas.

En tu glaciar exhaustas golondrinas
quieren abrir sus alas
y elevarse.
Mujer-Madre te ha hecho, tus entrañas
parirán con dolor al hombre nuevo
que nacerá mañana,
y tienes que vivir sobre la tierra
hasta que la semilla este granada.

Desenclavan a tu hijo.
Presurosa te lanzas y le abrazas.
Su rigidez helada te conmueve,
te haces llama,
se subleva el volcán de tu dulzura
y el fuego por tus besos se derrama.
Apoyada tu frente en sus cabellos
gimes la última nana.
Un suspiro de incienso, un aleluya,
un inconsciente hosanna
se escapa por jirones del relámpago
que te abrasa.

José de Arimatea, con permiso 
que Pilatos le dio sin pedir nada,
va a enterrar a tu hijo en su sepulcro,
compró una nueva sábana,
y Nicodemo trae una mixtura
de mirra y áloe, para la mortaja.

Con el cortejo fúnebre
te llevan a la tumba, una cueva cercana.
Su cuerpo yerto, exánime,
han vendado con fajas impregnadas
en la olorosa mezcla. 
Respetuosos lo envuelven en la sábana.
Por la abertura baja y estrechísima
pasas de la antecámara
al lugar de su solitario lecho,
donde un banco de piedra frío y gris le esperaba.
Le tienden sobre él, su bello rostro
cubren con una tela fina y blanca,
el sudario.
Te vence el desconsuelo y te abalanzas
sintiéndote morir.
Te pesa el alma,
se aferra a la reliquia del amado,
en Él está su casa.

LECTURA BREVE Ez 18, 23


LECTURA BREVE   Ez 18, 23

«¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor- y no que se convierta de su conducta y que viva?»

domingo, 25 de febrero de 2018

Santo Evangelio 25 de febrero 2018



Día litúrgico: Domingo II (B) de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mc 9,2-10): En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. 

Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. 

Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.


«Se transfiguró delante de ellos»

Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós 
(Barcelona, España)

Hoy contemplamos la escena «en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor» (San Juan Pablo II): «Se transfiguró delante de ellos y sus vestidos se volvieron resplandecientes» (Mc 9,2-3). Por lo que a nosotros respecta, podemos entresacar un mensaje: «Destruyó la muerte e irradió la vida incorruptible con el Evangelio» (2Tim 1, 10), asegura san Pablo a su discípulo Timoteo. Es lo que contemplamos llenos de estupor, como entonces los tres Apóstoles predilectos, en este episodio propio del segundo domingo de Cuaresma: la Transfiguración.

Es bueno que en nuestro ejercicio cuaresmal acojamos este estallido de sol y de luz en el rostro y en los vestidos de Jesús. Son un maravilloso icono de la humanidad redimida, que ya no se presenta en la fealdad del pecado, sino en toda la belleza que la divinidad comunica a nuestra carne. El bienestar de Pedro es expresión de lo que uno siente cuando se deja invadir por la gracia divina.

El Espíritu Santo transfigura también los sentidos de los Apóstoles, y gracias a esto pueden ver la gloria divina del Hombre Jesús. Ojos transfigurados para ver lo que resplandece más; oídos transfigurados para escuchar la voz más sublime y verdadera: la del Padre que se complace en el Hijo. Todo en conjunto resulta demasiado sorprendente para nosotros, avezados como estamos al grisáceo de la mediocridad. Sólo si nos dejamos tocar por el Señor, nuestros sentidos serán capaces de ver y de escuchar lo que hay de más bello y gozoso, en Dios, y en los hombres divinizados por Aquel que resucitó entre los muertos.

«La espiritualidad cristiana -ha escrito San Juan Pablo II- tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro», de tal manera que -a través de una asiduidad que podríamos llamar "amistosa"- lleguemos hasta el punto de «respirar sus sentimientos». Pongamos en manos de Santa María la meta de nuestra verdadera "trans-figuración" en su Hijo Jesucristo.

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La fe transfigura la realidad

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LA FE TRANSFIGURA LA REALIDAD

Por Gabriel González del Estal

1.- Subió con ellos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Aplicado al relato evangélico de la Transfiguración, esto nos parece evidente. Los tres apóstoles que subieron con Jesús al monte Tabor vieron, no con los ojos corporales, sino con los ojos de la fe, el Espíritu de Jesús transfigurado ante ellos. Sólo con los ojos de la fe, con los ojos del espíritu, se puede ver lo espiritual. También con los ojos de la fe vieron los tres discípulos a Elías y a Moisés conversando con Jesús. También con el Espíritu oyeron la voz del Padre que decía desde la nube: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”. La visión dejó a los discípulos tan entusiasmados que querían quedarse allí contemplando la visión para toda la vida. Tuvo que ser el mismo Jesús el que le dijo a Pedro que “no sabía lo que decía”. Y fue el mismo Jesús el que les dijo a los tres que había que descender de la montaña y bajar al llano, para seguir caminando hacia Jerusalén, donde le matarían, pero que él después resucitaría de entre los muertos. También hoy a nosotros es la fe en el Cristo resucitado la que puede y debe permitirnos ver a Jesús transfigurado y sentado a la derecha del Padre. En este mundo y en esta sociedad en la que nosotros vivimos sólo podemos ver a Jesús si vivimos con el alma transfigurada por la fe, y sólo viviendo transfigurados por la fe en Cristo podremos ser anunciadores de su evangelio y de su mensaje de salvación. Hoy, más que nunca, necesitamos que nuestra fe transfigure la realidad en la que vivimos, haciendo que la sociedad pueda ver y oír en nuestras obras y en nuestras palabras las obras y las palabras de Jesús. Primero debemos ser nosotros, los cristianos, los que escuchemos a Jesús, el Hijo predilecto del Padre, y los que transmitamos su mensaje a esta sociedad tan descristianizada. Si los cristianos de este siglo XXI no transfiguramos la realidad con los ojos de nuestra fe, con nuestras palabras y con nuestras obras, no esperemos que sean los políticos, o los economistas, o los medios de comunicación, los que la transfiguren.

2.- No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada; ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo. También en esta lectura del Génesis podemos ver al patriarca Abrahán viendo la realidad con los ojos de la fe. El Señor le manda sacrificar a su único hijo, Isaac, en el que el patriarca tenía puestas todas sus esperanzas. Obedecer a Dios implicaba para él renunciar a todas sus esperanzas, pero el patriarca obedece a Dios y sube al monte Moría dispuesto a cumplir el mandato del Señor. Por esta fe en Dios el patriarca Abrahán es considerado hoy padre en la fe de las tres religiones: la religión hebrea, la cristiana y la musulmana. Será el mismo Dios el que le diga al patriarca que la práctica de sacrificar a Dios personas humanas es una práctica que le desagrada, aunque la practiquen otros muchos pueblos. Es ahora cuando la fe del patriarca vuelve a transfigurar la realidad según la auténtica y verdadera voluntad de Dios. Así lo creemos también nosotros, los cristianos, aun cuando sigan existiendo algunas personas de otras religiones que crean que pueden y deben seguir sacrificando en nombre de Dios a personas humanas. Respetemos nosotros siempre la vida humana, defendámosla, y luchemos contra los que están dispuestos a sacrificarla por la causa que sea. Nuestro Dios es autor de la vida, nunca de la muerte; así es como tenemos que ver nosotros siempre la realidad, con los ojos de la fe.

3.- Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? También san Pablo vio siempre la realidad con los ojos de la fe. Sólo así podremos entender su vida. A partir de su conversión a Cristo, vivió única y exclusivamente para Cristo, aceptando riesgos, peligros, persecuciones y penalidades sin cuento, con la fe clara y segura de que si Dios estaba con él, nadie podría contra él. Cristo intercede por nosotros desde el cielo, dejemos que esta fe transfigure siempre la realidad en la que nosotros vivimos. Apoyados en nuestra fe en Cristo, en nuestra fe en Dios, vivamos firmes y confiados, aunque sean muchas las dificultades por las que tengamos que pasar en esta vida.

LECTURA BREVE Is 30, 15. 18


LECTURA BREVE   Is 30, 15. 18

Así dice el Señor, el Santo de Israel: «Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma; vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos.» El Señor espera para apiadarse, aguarda para compadecerse; porque el Señor es un Dios recto: dichosos los que esperan en él.

sábado, 24 de febrero de 2018

Santo Evangelio 24 de febrero 2018


Día litúrgico: Sábado I de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».

«Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan»

Rev. D. Joan COSTA i Bou 
(Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio nos exhorta al amor más perfecto. Amar es querer el bien del otro y en esto se basa nuestra realización personal. No amamos para buscar nuestro bien, sino por el bien del amado, y haciéndolo así crecemos como personas. El ser humano, afirmó el Concilio Vaticano II, «no puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». A esto se refería santa Teresa del Niño Jesús cuando pedía hacer de nuestra vida un holocausto. El amor es la vocación humana. Todo nuestro comportamiento, para ser verdaderamente humano, debe manifestar la realidad de nuestro ser, realizando la vocación al amor. Como ha escrito San Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente». 

El amor tiene su fundamento y su plenitud en el amor de Dios en Cristo. La persona es invitada a un diálogo con Dios. Uno existe por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva, «y sólo puede decirse que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente este amor y se confía totalmente a su Creador» (Concilio Vaticano II): ésta es la razón más alta de su dignidad. El amor humano debe, por tanto, ser custodiado por el Amor divino, que es su fuente, en él encuentra su modelo y lo lleva a plenitud. Por todo esto, el amor, cuando es verdaderamente humano, ama con el corazón de Dios y abraza incluso a los enemigos. Si no es así, uno no ama de verdad. De aquí que la exigencia del don sincero de uno mismo devenga un precepto divino: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).

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Eres corredentora


Eres corredentora

Emma-Margarita R.A. -Valdés

Tú compartes, María, el sufrimiento,
el pesar de sentirse abandonado,
el vacío de inmensa soledad,
la aridez del sendero del calvario.

El mismo azote rompe vuestra esencia
con calumnias, con ira, con tensión;
latigazo del odio irracional
por el orgullo roto con su voz.

La misma espina hiere vuestra mente,
arrancada del tallo de la envidia;
es el rencor punzante del hermano
por el amor que disteis sin medida.

La misma cuesta crece con la infamia
y lacera los pies en el camino;
es la oblación de vida y de trabajo
que rendisteis, en paz, al enemigo.

El mismo clavo rasga vuestros pulsos
con el mazo ofensivo del pecado;
es réplica al abrazo de piedad
abierto para ser crucificados.

La misma lanza horada vuestro aliento
con el fiero bramido de la injuria;
es mensaje del claro manantial
de agua viva que el mal transformó en turbia.

Tú compartes, María, el sufrimiento.
Tu albedrío inmolado, tu indulgente
y virginal entrega, tu abnegada
valentía, son tu pasión y muerte.

LECTURA BREVE Is 44, 21-22


LECTURA BREVE   Is 44, 21-22

Acuérdate de que eres mi siervo. Yo te formé, siervo mío eres, Israel, no te olvidaré. He disipado como niebla tus rebeliones, como nube tus pecados: vuelve a mí, que yo soy tu redentor.

viernes, 23 de febrero de 2018

Santo Evangelio 23 de febrero 2018


Día litúrgico: Viernes I de Cuaresma

Santoral 23 de Febrero: San Policarpo, obispo y mártir

Texto del Evangelio (Mt 5,20-26): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego. 

»Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».


«Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano»

Fr. Thomas LANE 
(Emmitsburg, Maryland, Estados Unidos)

Hoy, el Señor, al hablarnos de lo que ocurre en nuestros corazones, nos incita a convertirnos. El mandamiento dice «No matarás» (Mt 5,21), pero Jesús nos recuerda que existen otras formas de privar de la vida a los demás. Podemos privar de la vida a los demás abrigando en nuestro corazón una ira excesiva hacia ellos, o al no tratarlos con respeto e insultarlos («imbécil»; «renegado»: cf. Mt 5,22).

El Señor nos llama a ser personas íntegras: «Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24), es decir, la fe que profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en nuestra vida cotidiana y afectar a nuestra conducta. Por ello, Jesús nos pide que nos reconciliemos con nuestros enemigos. Un primer paso en el camino hacia la reconciliación es rogar por nuestros enemigos, como Jesús solicita. Si se nos hace difícil, entonces, sería bueno recordar y revivir en nuestra imaginación a Jesucristo muriendo por aquellos que nos disgustan. Si hemos sido seriamente dañados por otros, roguemos para que cicatrice el doloroso recuerdo y para conseguir la gracia de poder perdonar. Y, a la vez que rogamos, pidamos al Señor que retroceda con nosotros en el tiempo y lugar de la herida —reemplazándola con su amor— para que así seamos libres para poder perdonar.

En palabras de Benedicto XVI, «si queremos presentarnos ante Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias».

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De pies estabas

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De pies estabas

Emma-Margarita R.A. -Valdés


De pie estabas,
frente a la Cruz, al lado de tu hijo;
de pie estabas,
tu corazón llagado, estremecido.

Madre de Dios, pequeña golondrina,
palpitabas
con el dolor de clavos y de espinas.
Madre de amor, de un manantial de vida,
rebosabas
lágrimas de perdón por las heridas;
cobijabas
en tu pecho la cuna primitiva,
en tu pecho, de nanas y caricias,
conservabas
todo el fervor de tu alma de novicia.

De pie estabas,
en el monte sagrado del martirio;
de pie estabas,
frente al cadáver frío de tu hijo.

LECTURA BREVE Cf. Jr 3, 12b. 14a


LECTURA BREVE   Cf. Jr 3, 12b. 14a

«Volveos -oráculo del Señor-. No os pondré mala cara, porque soy compasivo y no me irrito para siempre. Volved, hijos rebeldes», oráculo del Señor.

jueves, 22 de febrero de 2018

Santo Evangelio 22 de febrero 2018


Día litúrgico: 22 de Febrero: La Cátedra de san Pedro, apóstol

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». 

Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».


«Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy celebramos la Cátedra de san Pedro. Desde el siglo IV, con esta celebración se quiere destacar el hecho de que —como un don de Jesucristo para nosotros— el edificio de su Iglesia se apoya sobre el Príncipe de los Apóstoles, quien goza de una ayuda divina peculiar para realizar esa misión. Así lo manifestó el Señor en Cesarea de Filipo: «Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). En efecto, «es escogido sólo Pedro para ser antepuesto a la vocación de todas las naciones, a todos los Apóstoles y a todos los padres de la Iglesia» (San León Magno).

Desde su inicio, la Iglesia se ha beneficiado del ministerio petrino de manera que san Pedro y sus sucesores han presidido la caridad, han sido fuente de unidad y, muy especialmente, han tenido la misión de confirmar en la verdad a sus hermanos.

Jesús, una vez resucitado, confirmó esta misión a Simón Pedro. Él, que profundamente arrepentido ya había llorado su triple negación ante Jesús, ahora hace una triple manifestación de amor: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn 21,17). Entonces, el Apóstol vio con consuelo cómo Jesucristo no se desdijo de él y, por tres veces, lo confirmó en el ministerio que antes le había sido anunciado: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16.17).

Esta potestad no es por mérito propio, como tampoco lo fue la declaración de fe de Simón en Cesarea: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Sí, se trata de una autoridad con potestad suprema recibida para servir. Es por esto que el Romano Pontífice, cuando firma sus escritos, lo hace con el siguiente título honorífico: Servus servorum Dei.

Se trata, por tanto, de un poder para servir la causa de la unidad fundamentada sobre la verdad. Hagamos el propósito de rezar por el Sucesor de Pedro, de prestar atento obsequio a sus palabras y de agradecer a Dios este gran regalo.

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Sigues la huella roja de sus pies


Sigues la huella roja de sus pies

 Emma-Margarita R.A. -Valdés

 Por el sendero angosto
sigues la huella roja de su pie.
Tu maternal cuidado se adelanta
y se posa en su frente,
quieres llenar el cuenco de tus manos
con inocentes lágrimas de su niñez perdida
y así lavar su rostro.

Al final la amenaza del monte
que se eleva ante ti con su faz cadavérica.
Te enardece la música del violín de las sombras.
Calcinada en tu lumbre 
avivas las cenizas entre el velo enlutado.
Amordazas los gritos, los quejidos,
con cuerdas de laúd.
En el sigilo lánguido de tus labios sensibles
cicatrizan las llagas
dejando en tus rincones la amargura,
acelerando el pulso febril de tus arterias.

Pesa la iniquidad sobre tus hombros
cuando alcanzas la Cruz
y el martillo quebranta tu interior
clavándote fronteras.
Ves su cuerpo desnudo,
es la piel infantil que tu mimaste
con ternura infinita.
Reparten sus vestidos
y la preciosa túnica, tejida por tus dedos.
Recuerdas cómo y cuándo se la diste,
y un aluvión de hiel desemboca en tu centro.

Levantan el madero que se cimbrea lúgubre.
Un golpe seco, un vertical suspiro,
crucifican tu esencia.
Las bíblicas miradas ascienden hacia Él.

Desolación, tristeza, desamparo,
tortura, dolor, sed,
le agobian en la cruz.
Tú atiendes, anhelante, a sus menores gestos.
Deseas convertirte en bálsamo amoroso
que mitigue su lúcida agonía.

Escuchas sus palabras que caen como la sangre.
Te encomienda ser Madre de este suelo,
postrer rayo de Sol.
Terminó su misión y rinde a Dios su espíritu.
Manifiesta su Reino. El sismo de las cumbres 
agrieta endurecidos corazones.
La cortina del templo deja paso a la luz.

Mientras muriendo esperas sus restos fríos, rígidos,
con el cálido abrigo de tus brazos,
iluminas penumbras y ruegas comprensión
para tu pobre arcilla dolorida.

LECTURA BREVE 1Pe 5, 1-2a


LECTURA BREVE   1Pe 5, 1-2a

A los presbíteros de esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a descubrirse, os exhorto: Sed pastores del rebaño de Dios a vuestro cargo.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Santo Evangelio 21 de febrero 2018











Día litúrgico: Miércoles I de Cuaresma


Texto del Evangelio (Lc 11,29-32): En aquel tiempo, habiéndose reunido la gente, Jesús comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás».


«Así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación»

Fr. Roger J. LANDRY 
(Hyannis, Massachusetts, Estados Unidos)

Hoy, Jesús nos dice que la señal que dará a la “generación malvada” será Él mismo, como la “señal de Jonás” (cf. Lc 11,30). De la misma manera que Jonás dejó que lo arrojaran por la borda para calmar la tempestad que amenazaba con hundirlos —y, así, salvar la vida de la tripulación—, de igual modo permitió Jesús que le arrojasen por la borda para calmar las tempestades del pecado que hacen peligrar nuestras vidas. Y, de igual forma que Jonás pasó tres días en el vientre de la ballena antes de que ésta lo vomitara sano y salvo a tierra, así Jesús pasaría tres días en el seno de la tierra antes de abandonar la tumba (cf. Mt 12,40).

La señal que Jesús dará a los “malvados” de cada generación es su muerte y resurrección. Su muerte, aceptada libremente, es la señal del increíble amor de Dios por nosotros: Jesús dio su vida para salvar la nuestra. Y su resurrección de entre los muertos es la señal de su divino poder. Se trata de la señal más poderosa y conmovedora jamás dada.

Pero, además, Jesús es también la señal de Jonás en otro sentido. Jonás fue un icono y un medio de conversión. Cuando en su predicación «dentro de cuarenta días Nínive será destruida» (Jon 3,4) advierte a los ninivitas paganos, éstos se convierten, pues todos ellos —desde el rey hasta niños y animales— se cubren con arpillera y cenizas. Durante estos cuarenta días de Cuaresma, tenemos a alguien “mucho más grande que Jonás” (cf. Lc 11,32) predicando la conversión a todos nosotros: el propio Jesús. Por tanto, nuestra conversión debiera ser igualmente exhaustiva. 

«Pues Jonás era un sirviente», escribe san Juan Crisóstomo en la persona de Jesucristo, «pero yo soy el Maestro; y él fue arrojado por la ballena, pero yo resucité de entre los muertos; y él proclamaba la destrucción, pero yo he venido a predicar la Buena Nueva y el Reino».

La semana pasada, el Miércoles de Ceniza, nos cubrimos con ceniza, y cada uno escuchó las palabras de la primera homilía de Jesucristo, «Arrepiéntete y cree en el Evangelio» (cf. Mc 1,15). La pregunta que debemos hacernos es: —¿Hemos respondido ya con una profunda conversión como la de los ninivitas y abrazado aquel Evangelio?


«Aquí hay algo más que Salomón (...); y aquí hay algo más que Jonás»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio nos invita a centrar nuestra esperanza en Jesús mismo. Justamente, Juan Pablo II ha escrito que «no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ‘¡Yo estoy con vosotros!’».

Dios —que es Padre— no nos ha abandonado: «El cristianismo es gracia, es la sorpresa de un Dios que, satisfecho no sólo con la creación del mundo y del hombre, se ha puesto al lado de su criatura» (San Juan Pablo II).

Nos encontramos empezando la Cuaresma: no dejemos pasar de largo la oportunidad que nos brinda la Iglesia: «Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación» (2Cor 6,2). Después de contemplar en la Pasión el rostro sufriente de Nuestro Señor Jesucristo, ¿todavía pediremos más señales de su amor? «A aquel que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que nos hiciéramos justicia de Dios en Él» (2Cor 5,21). Más aún: «El que ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?» (Rom 8,32). ¿Todavía pretendemos más señales?

En el rostro ensangrentado de Cristo «hay algo más que Salomón (...); aquí hay algo más que Jonás» (Lc 11,31-32). Este rostro sufriente de la hora extrema, de la hora de la Cruz es «misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración». En efecto, «para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del “rostro” del pecado» (Juan Pablo II). ¿Queremos más señales?

«¡Aquí tenéis al hombre!» (Jn 19,5): he aquí la gran señal. Contemplémoslo desde el silencio del “desierto” de la oración: «Lo que todo cristiano ha de hacer en cualquier tiempo [rezar], ahora ha de ejecutarlo con más solicitud y con más devoción: así cumpliremos la institución apostólica de los cuarenta días» (San León Magno, papa).

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Crucifixión y muerte del Señor


Crucifixión y muerte del Señor

 Emma-Margarita R.A. -Valdés


Pies y manos le clavan sin luchar.
Sus brazos en la cruz, escarnecido,
son un abrazo abierto a quien le ha herido,
consagración de amor sobre el altar.


Llagado, solo y próximo a expirar,
otorga su perdón en un gemido.
Absuelve con el último latido
al infiel que le va a crucificar.


Se olvidó de sí mismo. Con piedad
al buen ladrón por su sentir bendijo
concediéndole el Reino de su Padre.
Sabiendo la polémica hermandad
dijo a María: "Ahí tienes a tu hijo",
y dijo a Juan: "Ahí tienes a tu Madre".

*****
La ingrata humanidad le ha ajusticiado.
Su queja, su clamor, su amante celo
extraña de su Padre el fiel consuelo:
¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?

Tiene sed de los hombres que ha salvado,
y no acepta el vinagre. Mira al cielo,
triunfante brinda al Padre su desvelo:
por Él la redención se ha consumado.
Cristo es fruto del árbol de la vida,
maduro en sacrificio sobrehumano,
rezumando en agraz su savia ungida.
La voluntad de Dios está cumplida,
deposita el espíritu en su mano,
y muere por amor al deicida.

*****  

Tembló la tierra, el cielo ennegreció,
un centurión y muchos comprendieron
realmente era Dios al que prendieron
y para ellos la Vida comenzó.
El velo del Santuario se rajó,  
el signo de la Antigua Ley perdieron,  
con una lanza al Bien acometieron  
y una fuente de gracias le brotó.

Como el gusano de las profecías  
se revela ante el mundo el nuevo Abel,  
el Ser que descendió de las alturas.
El hijo de María es el Mesías,  
es el Rey que unifica esta Babel  
y destierra las lápidas oscuras.

LECTURA BREVE Za 1, 3b-4b


LECTURA BREVE   Za 1, 3b-4b

Así dice el Señor de los ejércitos: «Convertíos a mí, y me convertiré a vosotros. No seáis como vuestros padres, a quienes predicaban los antiguos profetas: "Así dice el Señor: Convertíos de vuestra mala conducta y de vuestras malas obras", pero no me obedecieron.»

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