domingo, 7 de julio de 2019

Dios nos llama para ser misioneros

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DIOS NOS LLAMA PARA SER MISIONEROS

Por Francisco Javier Colomina Campos

Si el domingo pasado escuchábamos una llamada de Jesús a seguirle, y éramos invitados a responder con valentía a esa llamada, hoy la liturgia de la palabra nos habla de envío. Y es que Dios nos llama para ser misioneros, para llevar a todo el mundo la buena noticia del Evangelio. La idea que recorre todas las lecturas de este domingo es la universalidad de la salvación. Dios quiere que todos se salven, y por eso cuenta con nosotros para que llevemos esta gran noticia a todos los rincones de la tierra.

1. “Yo haré derivar hacia Jerusalén, como un rio, la paz”. La primera lectura, del libro del profeta Isaías, es un texto lleno de esperanza y de consuelo. La ciudad de Jerusalén había quedado devastada tras el exilio de Babilonia, escucha ahora de labios del profeta una promesa de parte de Dios: restaurará la ciudad, la llenará de vida y de alegría. Isaías utiliza expresiones tomadas de la ternura de una madre que lleva en brazos a sus criaturas, que las acaricia sobre sus rodillas. Y el motivo de tanta esperanza es que Dios traerá a la ciudad la ansiada paz. Este es el motivo de tanta alegría. La ciudad de Jerusalén es símbolo de la Iglesia, la nueva Jerusalén. La primera lectura de hoy nos invita a contemplar nuestra Iglesia, que también se encuentra necesitada de esperanza. Hoy vemos a nuestra querida Iglesia que pasa por tantas dificultades. Muchas veces nos quejamos de que no viene la gente a la Iglesia, de que siempre somos los mismos… Vemos nuestro mundo y descubrimos en él una gran indiferencia hacia todo lo que suene a religión o a cristianismo. Los problemas dentro de la misma Iglesia, las divisiones, el antitestimonio por parte de muchos eclesiásticos, todo ello nos entristece. Pero en medio de esta tristeza hoy vuelve a resonar el canto de esperanza y de consuelo del profeta Isaías. Dios nos dará la paz abundantemente.

2. “Descansará sobre ellos vuestra paz”. En el Evangelio de hoy escuchamos la continuación del pasaje del domingo pasado. Después de hablar sobre la radicalidad del seguimiento de Jesús, mientras va de camino hacia Jerusalén, el mismo Jesús envía a setenta y dos de sus discípulos para que vayan a las aldeas a donde pensaba ir Él. Los envía de dos en dos con una misión muy concreta: llevar la paz allí donde vayan. Jesús comienza el envío recordando que la mies es mucha y los obreros son pocos. Esto mismo sigue sucediendo hoy en día. La mies es el mundo, especialmente aquellos que no conocen a Cristo o que, conociéndolo, se mantienen indiferentes ante su mensaje de salvación. Jesús envía a estos discípulos con instrucciones de ir de prisa, sin detenerse, pues es urgente el anuncio del mensaje del Evangelio. El pasaje del Evangelio concluye con la vuelta de los discípulos, que relatan a Jesús el éxito de su misión: “Hasta los demonios se nos sometían en tu nombre”. El mansaje de la paz lleva consigo una lucha contra el mal, contra el demonio. No puede haber paz allí donde el demonio campa a sus anchas creando división. Por ello, la misión que Jesús encomienda a sus discípulos, y también hoy a nosotros, es la de luchar contra el mal haciendo el bien.

3. “Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”. En la segunda lectura, san Pablo nos da testimonio de cómo ha de ser un verdadero discípulo de Cristo. En su carta a los Gálatas asegura que el mundo está crucificado para él, pues si se ha de gloriar no es en otra cosa sino en la cruz de Cristo. Y esto es lo que traerá la paz verdadera y la misericordia de Dios sobre Israel y sobre el mundo entero. Jesús, por medio de su entrega en la cruz, ha vencido al mal. El mismo Cristo, cuando aparece resucitado después de haber triunfado sobre la muerte con su resurrección, al aparecerse a sus discípulos, les saluda con la paz. Esta paz, que no es sólo ausencia de guerra, sino la vida misma vivida desde el amor y desde el perdón, sólo nos la puede dar Cristo, que la ha alcanzado con su muerte y resurrección. Por ello, como nos enseña hoy san Pablo, si queremos ser también nosotros apóstoles que, como él y como los setenta y dos discípulos, anunciemos la buena noticia del Evangelio de Jesús, lo hemos de hacer con nuestra propia vida, luchando contra el mal con el amor, con el perdón y la misericordia. De este modo, no sólo la ciudad de Jerusalén, sino también toda la Iglesia y el mundo entero se llenarán de la verdadera paz que el profeta Isaías anuncia hoy en la primera lectura.

En la Eucaristía, como hacemos cada día, después de rezar el Padrenuestro, nos daremos la paz. Es un signo bien sencillo, que lamentablemente hemos convertido muchas veces en un momento para saludarnos unos a otros. Es en realidad un gesto por el cual deseamos que la paz de Cristo habite en los demás y reine en el mundo entero. Hoy, el Señor nos llama y nos envía como a los setenta y dos discípulos, para que seamos mensajeros de esa paz en medio de nuestro mundo. Vivamos cada día según este mismo espíritu, luchando contra el mal a base de hacer el bien. Así seremos mensajeros auténticos de una paz que sólo Dios puede dar y que el mundo tanto necesita.

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