Un deseo expreso de María
Año 1531. Ciudad de Méjico. Caminaba el indio Juan Diego por la falda de Tepeyac, una pequeña colina junto a la ciudad, al norte. De pronto, oyó que le llamaban. Volvió la cabeza y vio a una Señora bellísima que la miraba cariñosamente. De pies a cabeza resplandecía. Tras un breve silencio escuchó: Yo soy la Virgen María, Madre de Dios. Y añadió que era su deseo que Juan Diego pidiera al Obispo que levantase allí mismo, donde ellos estaban, un templo en su honor: la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.
Juan Diego se dirigió al obispo y, después de mucho esperar, cuando pudo hablar con él se lo contó; pero éste no le creyó. Volviendo a casa con gran desánimo se encontró de nuevo con la Virgen, la cual le dijo que siguiera insistiendo.
Después de la segunda visita, alegre porque el obispo le había hecho caso, se encaminó al cerro y se lo contó a la Virgen. Al día siguiente, de madrugada, el indio tuvo que ir a la ciudad en busca de un sacerdote, ya que un tío suyo se encontraba muy grave. No quiso acercarse al cerro para no retrasarse por si se encontraba con la Señora, porque Ésta le prometió el día anterior darle una señal para entregársela al obispo. Al llegar cerca del cerro, el indio Juan Diego la vio bajar y se acercó hacia él. La Señora le dijo: -¿Qué te ocurre, hijo mío? ¿Adónde vas? Él le contó la enfermedad de su tío y la Virgen le enseñó a acogerse a su protección y a confiar en Ella, pues era su Madre. -Tu tío ya está recuperado, le dijo la Señora. Y a continuación le pidió: -Antes de ir a la casa del obispo, sube al cerro y recoge las rosas que allí veas. Juan Diego subió sin dudar, aunque era imposible que en la cima de aquel cerro, en el mes de diciembre pudieran florecer rosas. Al llegar arriba quedó sorprendido, pues toda la cumbre estaba llena de preciosas flores, difundiendo un olor suavísimo. El indio cortó todas las rosas que pudo, las recogió en su túnica, doblándola en su regazo y poniéndola en forma de bolsa. Al bajar del cerro, se las enseñó a la Virgen, que las tomó en sus manos y las volvió a dejar.
Cuando Juan Diego llegó a casa del obispo, pasó al despacho de éste y soltó la túnica. Las flores cayeron al suelo, y todos los que miraron se sorprendieron, porque en la túnica del indio estaba milagrosamente grabada la imagen de la Virgen Santísima, tal como está ahora en el templo de Guadalupe.
Ese era el deseo de María: un templo dedicado a Ella. Es lógico, pues esas "casas" de María son ocasión para que muchos hijos suyos vayan a buscarla. Y es verdad que la Virgen agradece que vayamos a esos templos marianos, y le visitemos, y allí hablemos más confiadamente con Ella.
Madre mía, en cualquier sitio puedo hablar contigo. Pero voy a procurar durante este mes ir algún día, o algunos días, a verte a un Santuario, Iglesia o ermita dedicado a Ti. ¡Te lo aseguro!
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