Al refugio de los pecadores
Almas que en la lid terrible
De este mundo seductor
Alzáis al cielo los ojos,
Guardáis puro el corazón;
Vírgenes que en el martirio,
Llenas de divino ardor,
Dísteis el postrer aliento
Del Esposo ante la voz;
Arcángeles misteriosos
Que junto al trono de Dios
Véis la hermosura sin mancha
De la Madre que Él amó;
Pues que agradable a los cielos
Fue siempre vuestro clamor,
Dirigid hasta María
Mi amante deprecación.
Volad, volad y decidle,
Aunque a tanto indigno yo,
Que es su nombre mi esperanza,
Que vivo y muero en su amor.
Decidla que amiga torne
Sus ojos de compasión
A las penas que con mi alma
Fiero enemigo sembró.
Pues cual iris que en el cielo
Pinta en la tormenta el sol,
Es a mi afán su sonrisa,
Su clemencia a mi dolor.
Ya que quiere el dulce Esposo
Que para los hombres hoy
Brille en la gloria infinita
Con que pródigo la ornó,
Recordadle cuando estaba
En esta humana aflicción,
Junto a la cruz en que el Hijo
Madre nuestra la nombró.
Así en piedad rebosando
Su celestial corazón,
Nos amparará en el seno
Que Jesús santificó.
Antonio Arnao
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