Luche para triunfar
Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.
Toda la vida exige lucha. Muchas veces, los que todo lo tienen se vuelven holgazanes, egoístas e insensibles a los verdaderos valores de la vida. Nos hemos convertido quizás en un pueblo que escoge el camino fácil. No nos exigimos a nosotros mismos. No luchamos por extraer más el potencial latente que Dios depositó en nuestro ser.
La lucha hace grande a los hombres. Quienes lo quieren todo fácil son hombres que desean cosechar sin arar la tierra. Sean las que sean las ventajas, obtendremos la victoria luchando. Parte de nuestros problemas consisten en que no hemos luchado con perseverancia. Parte ha consistido en que no hemos sido valientes. El triunfo fácil no es auténtico.
La lucha es esencial. Sin ella no existen ni el crecimiento ni el progreso. El triunfo no viene solo, nosotros lo logramos. Quienes esperan la oportunidad o la suerte desperdiciarán su vida esperando. No hay realización sin esfuerzo.
Luchar es usar y desarrollar todas las fibras de nuestra potencialidad. Es una guerra continua contra todo lo que nos impide convertirnos en la maravillosa persona que Dios quiere que seamos.
No nos gusta luchar y con frecuencia flaqueamos y nos ocultamos. No podremos prosperar hasta el día que el principio de la lucha se convierta en parte integral de nuestra vida.
Es preciso que comprenda este mensaje: existe una relación definitiva entre la lucha y el progreso. El triunfo y felicidad que podría ser mi vida, exige una entrega total a una lucha diaria. Dios creó al hombre para alcanzar una meta por medio del trabajo y el esfuerzo. Luchar significa: COMPETIR CON UNO MISMO, SUPERARSE.
Queremos triunfar pero sin esfuerzo. Nos conformamos a ser mediocres y comenzamos a dejar nuestras tareas para mañana. Nuestro carácter empieza a deteriorarse y así comenzamos a adquirir el hábito de la pereza. Como dijo Andrew Jackson: "Un hombre con valor es una mayoría en sí mismo". De la lucha nace la victoria. La victoria pertenece a los hombres que nunca dejan de esforzarse, que nunca se dan por vencidos.
Cuando se sienta que todo va en contra suya, al grado que parece que no puede resistir un minuto más, ¡no se rinda! Levántese y empuñe la bandera de sus ideales porque es el tiempo y el lugar justo en que debe triunfar. Jamás se rinda. Jesucristo fundó su Iglesia con pocos hombres y fue creciendo pese a la lucha y la perseverancia. La Iglesia creció porque se creyó en un ideal, porque se tuvo fe, porque se luchó. En esta vida todo se consigue a base de esfuerzo y sacrificio, porque así lo dejó Dios establecido.
La lucha nos ayuda a transformar el mundo en que vivimos y además produce resultados interiores. Se acrecienta el poder de perseverancia, la confianza en sí mismo y la autodisciplina. El hombre crece desde dentro y el que lucha y tiene coraje de hasta morir por sus ideales, crece hasta hacerse un gigante aunque el mundo no se de cuenta. La lucha nos hace grandes, nos hace héroes. No nacimos para ser enanos. La persona que ha aprendido a luchar pone en movimiento un crecimiento interior que perdura. Si comienza hoy a luchar, yo le garantizo un crecimiento y será grande interiormente. Esta es la voluntad de Dios.
Sea sincero con usted mismo. Dígase si no es verdad que muchas veces ha fracasado porque no ha luchado. Debemos reanudar la lucha para dar lo mejor que hay en nosotros cada día.
Si carecemos de la lucha en nuestras vidas es señal de que nuestras metas no han sido establecidas en forma apropiada. Revise su fe en Dios, en usted mismo y vea si está luchando por grandes ideales o si en verdad no tiene metas.
No se olvide que Dios lo mandó a este mundo para hacerlo mejor de lo que está. Usted no puede irse de él sin haberlo dejado un poco mejor. Usted está aquí y es necesario que su presencia se sienta entre nosotros. Y no se olvide que CON DIOS USTED ES INVENCIBLE.
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