domingo, 4 de agosto de 2019

Liberados de las riquezas que pasan

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 LIBERADOS DE LAS RIQUEZAS QUE PASAN

Por José María Martín OSA

1.- La verdadera sabiduría. “Qohélet” es el nombre del autor del libro del Eclesiastés. Designa al “Presidente de la Asamblea”. Su pregunta fundamental es: “¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?”. A partir de ahí va trabando sus reflexiones sobre los diversos valores y pretensiones del hombre, subrayando la cara negativa y los límites de estas realidades tradicionalmente valoradas como positivas. Su diagnóstico sobre la realidad, en clara oposición con la sabiduría tradicional, no puede ser más desalentador: el hombre no logra ninguna felicidad o provecho con los bienes de este mundo y sus esfuerzos por conseguirlos, pues todo es vanidad, absurdo y vacío. Para Qohélet, en efecto, el mundo es “vanidad de vanidades”. No debemos centrar nuestra vida en lo pasajero. Que todos nuestros trabajos bajo el sol tengan sabor de eternidad. Aprendamos a ser sabios; aprendamos a disfrutar cada momento de nuestra vida; aprendamos a ser felices en una relación fraterna y de amistad con nuestros semejantes; aprendamos a llenar nuestras manos de buenas obras; pasemos haciendo el bien a todos. No vivamos de un modo egoísta y enfermizo tras la avidez de lo pasajero. No dejemos que las preocupaciones de la vida emboten nuestra mente y nuestro corazón. La persona es tal en la medida en que ha madurado interiormente y ha alcanzado la capacidad de amar, de servir y de vivir la auténtica solidaridad cristiana con los más desprotegidos.

2.- Una vida nueva. La segunda lectura de la Carta a los Colosenses nos ofrece una rica reflexión del misterio pascual de Cristo realizado en el creyente. Desde el día en que fuimos bautizados fuimos incorporados a Cristo. Y, aun cuando caminamos en medio de tribulaciones, sin embargo no podemos manifestar, desde nuestra vida, comportamientos que se conviertan en signos de pecado y de muerte. Debemos amarnos los unos a los otros, pues no podemos hacer distinciones a causa de las condiciones sociales, o de raza o cultura, sino que Cristo y su Iglesia han de ser todo en todos. Aprendamos a morir al pecado. Así el Apóstol Pablo de un modo especial nos llama a no dejarnos dominar por nuestra concupiscencia. Pero al mismo tiempo nos invita a no entregarle nuestro corazón a las cosas pasajeras. Las “cosas de arriba” indican los valores de la vida nueva en Cristo; “las cosas de la tierra”, la existencia humana cerrada al Reino de Dios y al Evangelio. El sentido de la antítesis (cosas de arriba / cosas de la tierra) no indica, por tanto, un desprecio de las realidades terrestres creando una religión alienante y de evasión. El hombre viejo es lo que en otros textos Pablo llama “la carne” o “el pecado”, realidades que el bautizado ha dejado atrás y a las que continuamente debe renunciar, ya que las ha sepultado en la fuente bautismal. Esta vida nueva que irrumpe en nosotros es Cristo mismo.

3.- Los valores verdaderos. El Evangelio de hoy nos recuerda la relatividad del presente y de las cosas, su finitud, su límite. El evangelio de hoy está centrado en la parábola del rico insensato que ha puesto toda su preocupación y su confianza en las riquezas. Jesús la cuenta a propósito de un pleito por cuestiones de herencias entre dos hermanos, de los cuales uno de ellos se acercó al Señor pidiéndole que interviniera diciéndole: “Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Jesús, sin embargo, evita a toda costa de involucrarse en el litigio familiar y plantea su discurso a un nivel diferente. No quiere ser visto como un simple “juez” de querellas jurídicas familiares, que da la razón a uno de los contendientes y condena al otro. No se pone de parte de ninguno, sino que contando la parábola demuestra que tanto un hermano como el otro estaban en un error, pues ambos estaban cegados por la ambición material y el deseo de “tener”, considerando los bienes de la herencia de primera importancia por encima de la fraternidad y la libertad del corazón. El mensaje de la parábola es claro: el rico descrito es un insensato, un necio, pues no ha descubierto lo relativo y efímero de los bienes materiales y lo engañoso de la ambición y del deseo de poseer, y ha olvidado que la única realidad auténticamente consistente es Dios. Acoger la palabra de Dios este domingo es reconocer nuestro apego a los bienes materiales y nuestra ansia de posesión y de “tener”. Lo que el evangelio llama “hacerse ricos a los ojos de Dios” es descubrir otro punto de vista para relacionarnos y juzgar los bienes de este mundo. Más importante que las riquezas son los valores evangélicos.

4.- Volvamos nuestros ojos a los necesitados. Amontonar tesoros en el cielo es descubrir el valor de la fraternidad y la justicia, de la solidaridad con los más pobres, es también abrir los ojos ante la ambigüedad que se esconde en un desarrollo económico mundial y en una técnica que desconoce la dignidad del hombre y la miseria en la que vive la gran mayoría de la humanidad. El Señor nos invita a evitar toda clase de avaricia, pues al ponerla en el centro de nuestro corazón difícilmente Dios volvería a ocupar ese lugar en nuestra vida; desplazado el Señor, fácilmente nos iríamos tras las injusticias, tras los egoísmos enfermizos y tras la falta de un sincero amor fraterno. No seamos tan miopes que sólo nos veamos a nosotros mismos; volvamos también la mirada hacia nuestro prójimo. No podemos desligarnos de la fidelidad en el compromiso que tenemos de construir un mundo más justo, más humano, más fraterno, más digno de todos. Desde nuestra fe sabemos que nuestro paso por esta tierra debe ser un comenzar a poner los pies en el camino del Reino de Dios. La Iglesia, así, trabajará en el mundo sin ser del mundo, se esforzará por dar una solución adecuada a los problemas del hombre; pero se inclinará hacia ellos con el mismo amor y ternura como Dios lo ha hecho para con nosotros por medio de su Hijo Jesús, y no conforme a los criterios de este mundo.

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