domingo, 11 de agosto de 2019

Estemos alerta

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ESTEMOS ALERTA

Por Francisco Javier Colomina Campos

Si en el evangelio del domingo pasado Jesús nos habló de la importancia que hemos de dar a los bienes de aquí abajo, buscando los de arriba, la palabra de Dios nos habla este domingo de la espera y de la alerta. Muchas veces nos pasa que necesitamos ver y tener en mano aquello que consideramos importante. Sin embargo, la fe es precisamente lo contrario: la espera de lo que todavía no tenemos en mano y que tampoco vemos, pero que sabemos que Dios nos lo ha prometido. Por eso debemos estar alerta, como nos dice hoy el Evangelio.

1. La fe, fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve. Cuántas veces he podido escuchar expresiones como: “Yo le tengo mucha fe a este santo, o a esta imagen de Cristo o de la Virgen”, o también “yo tengo mi fe, a mi manera”. Muchas veces la palabra “fe” ha sido manipulada de tal modo que para muchos resulta difícil poder saber qué es exactamente la fe. Hoy, el autor de la Carta a los Hebreos nos da en la segunda lectura una definición preciosa de lo que es la fe. La fe no se basa en lo que vemos, en imágenes de madera y en gestos y ritos. La fe es la esperanza de aquello que Dios nos ha prometido, que aún no vemos, pero que, porque tenemos la confianza puesta en Dios, nuestro Padre, y porque nos fiamos de la palabra de su Hijo Jesucristo, esperamos alcanzar un día. Y a continuación, el autor de la carta nos propone el ejemplo de Abrahán, al que llamamos “nuestro padre en la fe”. Dios le prometió una tierra, y él salió de su casa, sin saber todavía qué tierra era esa, porque se fiaba de Dios. También se fio de Dios cuando le prometió que iba a tener un hijo, él que era mayor y su mujer estéril, y que de ese hijo iba a nacer una gran descendencia. Y cuando finalmente Dios le dio un hijo, Abrahán estuvo dispuesto a entregarlo en sacrificio cuando Dios se lo pidió. Vivió como extranjero en la tierra prometida, sin poseerla todavía, igual que los demás patriarcas. Así nos enseña el autor de la Carta a los Hebreos que la fe es esperar aquello que todavía no tenemos, que no vemos, pero que confiamos en Dios que es quien lo ha prometido, y sabemos que Él siempre cumple sus promesas. Y esto nos da ánimo, como hemos escuchado en la primera lectura del Libro de la Sabiduría.

2. Donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón. En el Evangelio, Jesús nos recuerda que Dios ya nos ha dado lo prometido: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. Dios ha cumplido su promesa, por eso no debemos tener miedo. Pero ya no se trata de una porción de tierra aquí abajo, como le prometió a Abrahán, sino el Reino de los Cielos que Dios nos prometió desde antiguo y que nos ha traído ya por medio de Jesucristo. Por eso Jesús nos llama a poner nuestro corazón en el Cielo, donde tenemos nuestro tesoro, que es la promesa cumplida de Dios. Si tenemos nuestro tesoro aquí en la tierra, tendremos nuestra esperanza puesta sólo en las cosas de aquí, que sabemos que tarde o temprano terminan acabándose. Pero Dios nos promete algo más grande, algo que es para siempre. Por eso, la actitud propia del cristiano es la de olvidarse de las cosas de aquí para poner su corazón en las cosas de arriba. Allí donde está nuestro tesoro está nuestro corazón, y no hay mayor tesoro que el Reino que Dios nos ha prometido.

3. Estad alerta. Pero si una actitud propia del cristiano es llevar el corazón al Cielo, donde está nuestro tesoro, otra actitud propia del cristiano es la de estar alerta. Y es que la fe, puesto que es esperar aquello que no vemos, exige de nosotros que estemos atentos, pues Dios nos dará lo prometido cuando menos lo esperemos. Si lo viésemos, sabría por dónde va, y sabríamos cuándo viene y por dónde. Sin embargo, Dios siempre nos sorprende, y llega a nosotros cuando menos lo esperamos. Por ello, la actitud que Jesús nos pide en el Evangelio es la de estar alerta. La cintura ceñida nos recuerda a la Pascua, cuando Dios mandó a los israelitas que comiesen el cordero así. Además, es el modo de vestir propio para el trabajo, la cintura ceñida para sujetar bien la espalda y poder llevar a cabo el trabajo en el campo. Por otro lado, la lámpara encendida nos recuerda la noche, momento en el que solemos dormir, despreocupándonos de lo que pasa a nuestro alrededor. Por ello, la lámpara encendida es signo de la vigilia, de la espera de aquél que puede llegar en cualquier momento, incluso a altas horas de la noche.

“Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará”, nos ha dicho Jesús. A nosotros Dios nos ha dado la prenda de la promesa del reino: nos ha dado su palabra, que acabamos de escuchar, y nos ha dado la Eucaristía, su cuerpo entregado en señal del amor de un Dios que cumple siempre lo que promete. A nosotros, que Dios nos ha dado tanto, nos reclama una respuesta de verdadera fe, una fe como la de Abrahán, que nos hace salir de nosotros mismos para alcanzar aquello que Dios nos quiere dar.

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