lunes, 18 de enero de 2021

Camino de Infancia Espiritual de Santa Teresita

 


Camino de Infancia Espiritual de Santa Teresita 

Autor: Padre Álvaro Cárdenas Delgado


              La Nueva Evangelización tiene como objetivo mostrar a los hombres de nuestro tiempo el camino que lleva a la Vida y que el Señor nos ha enseñado, el camino que nos permite recibir su Reino y ser felices. Y por eso mismo, la Iglesia está llamada a ofrecer los medios y crear las condiciones necesarias en el corazón de cada hombre para que esto pueda hacerse realidad. ¿Cuál es este camino que lleva a la Vida verdadera? ¿Cuál es la condición fundamental para que el Reino de los Cielos pueda llegar a nosotros? La infancia espiritual. “El que no reciba el Reino de Dios como un niño -dijo Jesús- no entrará en él” (Mc 10,15). Hay que ser pequeño como un niño para atraer el  poder del Amor de Dios, que quiere derramarse sobre nuestro mundo, y ser llenado por él.  

Si la condición que Jesús pone para poder recibir su Reino es acogerlo como un niño, ¿cómo debemos comprender esta decisiva enseñanza del Señor? Jesús propone a un niño como modelo para todos aquellos que quieren entrar en su Reino. ¿Pero en qué sentido el niño es modelo? No por su inocencia infantil, como solemos afirmar con frecuencia. Esta idea de la inocencia infantil es ajena al Antiguo Testamento y al judaísmo, que enseñan que el niño desde el mismo momento de su concepción, y también desde su nacimiento, posee ya “malas inclinaciones”. El niño es modelo única y exclusivamente como expresión de lo que es pequeño, de lo que es frágil y delicado, de lo que significa poco, (al menos a los ojos de los adultos), de lo que es débil. Sólo esta interpretación está de acuerdo con el contexto del Evangelio, particularmente con las palabras del Señor, que promete el Reino de Dios a los pequeños, a los pobres, a los débiles y sencillos; a los poco importantes; a los pecadores y a los paganos (cf. Mt 11,25; Lc 10,21; 18,10).  Precisamente por eso, Jesús nos muestra a un niño como ejemplo de aquella gente sencilla, que recibe con fe y apertura de corazón sus palabras acerca de su Reino. Es en este sentido en el que el niño es un modelo para todos los creyentes.  

Además, estas palabras de Cristo contienen también una fuerte oposición al fariseísmo, que hacía depender de la justicia humana el derecho de pertenecer al Reino. La justicia consistía en el  cumplimiento fiel de la Ley y de las buenas obras. Cristo nos enseña que el Reino no depende del cumplimiento de la Ley; sino que es un don libre del Amor Divino. Un niño pequeño, a semejanza de los pequeños, los pobres, los pecadores y los publicanos, según la visión judía, no es nadie y carece de méritos, porque no observa la Ley; no obstante, merece el Reino y la salvación. El Reino será dado a los pequeños, a los sencillos y a los pobres, y no a  los que quieren ser grandes delante de Dios por su justicia; el Reino y la salvación son don y gracia.  

            Jesús adopta para con los niños el mismo comportamiento que Dios. Y como había beatificado a los pobres, bendice también a los niños (Mc 10,16), revelando de esta manera que unos y otros están plenamente capacitados para entrar en el Reino. Los niños simbolizan a los auténticos discípulos, “de los tales es el Reino de los Cielos” (cf. Mt 19,14). En efecto, se trata de acoger el Reino como lo haría un niño pequeño (cf. Mc 10,15), de recibirlo con toda sencillez y simplicidad, como don del Padre, en lugar de exigirlo como algo merecido. Hay que hacerse “como los niños” (volver-convertirse a la condición de niños) (cf. Mt 18,3), y aceptar “nacer de lo alto”, es decir “renacer”, si se quiere tener acceso al Reino (cf. Jn 3,5). El secreto de la verdadera grandeza consiste en “hacerse pequeño” como un niño (cf. Mt 18,4); y ésta es la verdadera humildad, sin la cual no es posible llegar a ser hijo del Padre Celestial. Los verdaderos discípulos, son para Jesús precisamente, aquellos “pequeñitos”, a quienes el Padre ha querido revelar sus misterios, “ocultos –por otro lado- a los sabios e inteligentes” (cf. Mt 11, 25 s.). Además, en el lenguaje de los Evangelios, las palabras “pequeño” y “discípulo” parecen ser muchas veces sinónimos. (cf. Mt 10,42; Mc 9,41)" (cf. Vocabulario de teología bíblica, X. Léon-Dufour, Editorial Herder,1996, p. 585-586).  

            Cuando le preguntaron a Santa Teresita del Niño Jesús, cómo entendía ella el consejo, que repetía con frecuencia, de que había que permanecer siempre niños y pequeños delante de Dios, respondió: Permanecer pequeño es reconocer la propia nada y esperarlo todo de Dios, como un niño lo espera todo de su padre; es no inquietarse por nada, ni siquiera por ganar fortuna. Ser pequeño significa también, no atribuirse a uno mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone ese tesoro de virtud en la mano de su hijito para que se sirva de él cuando lo necesite; pero el tesoro siempre será de Dios. Consiste, por último, en no desanimarse por las propias faltas, pues los niños se caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño (cf. Teresa de Lisieux, Obras Completas, Monte Carmelo,1998, p. 880-881).

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