Campesina
Monseñor Pedro María Casaldáliga
«Llamados a las filas de una nueva milicia,
marchan los hijos mozos con un macuto prematuro de ira,
y queda el campo fiel abandonado...
El pedazo de tierra que teníais, detrás de aquel otero
por donde entraba el sol,
lo trabajaban juntas tus manos y Sus Manos.
Salía el Sembrador una mañana, y abría el mundo el corazón estéril.
De pronto sorprendían Sus Ojos creadores
un filo de cizaña advenediza.
El grano de mostaza se hacía ya posada para todas las aves viajeras,
y crecía en el trigo la forma presentida de Su Carne...
Volvían los pastores, con la noche a la espalda
-¿con la muerte a la espalda volverían?-,
y balaba el aprisco recobrado y concorde.
Él volvía también, y te llamaba
como quien grita alerta, cada tarde,
a la hora precisa de las hostias.
Pero un día se fue, ya para siempre.
Junto al taller, cerrado por ausencia,
el mástil de un madero naufragaba en la sangre del ocaso,
y el campo y tú quedabais a la espera.
Se van los hijos mozos...
La tierra ya no da para la vida. No da para los ojos y el deseo.
Detrás del oleaje varado de los surcos
la múltiple sirena de la ciudad invita a la aventura.
Los brazos se han cansado de echar semilla al viento irresponsable,
¡y están muy lejos del dolor del campo
el Sanedrín blindado de leyes y el Pretorio!
Llegarán los tractores, ¿pero a tiempo?,
¿desplazarán los brazos?, ¿se llevarán las almas?
Sobre la tierra, núbil a pesar de los hombres desalmados,
tarde o temprano llueve.
Dios sigue amaneciendo cada día.
Aún tiene el horizonte camino para el alba y el regreso.
Y en el soto erizado de chopos de esperanza
permanece de guardia la alondra de tu ermita.
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