La venida del Espíritu Santo
Emma-Margarita R.A. -Valdés
Hace siete semanas que el Ungido
fue semilla y fue trigo. En este día
se hace ofrenda del pan, es Ley judía.
De Nueva Ley, Jesús lo ha revestido.
A rezar, con María, se han unido
sus leales seguidores. Les envía
el aliento de luz y valentía
que en las lenguas de fuego ha descendido.
Impregnados del Astro matutino,
tienen el don de hablar en otro idioma
y encuentran el sentido de la vida.
Se manifiesta entero, Uno y Trino.
Ellos baten sus alas de paloma
y proclaman la gracia recibida.
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El Ser, lumbre de fe y de santidad,
trae sus dones en llamas de indulgencia:
sabiduría, entendimiento, ciencia,
fuerza, consejo, amor a Dios, piedad.
Sus frutos: longanimidad, bondad,
mansedumbre, fidelidad, paciencia,
benignidad, modestia, continencia,
castidad, gozo, paz y caridad.
El Espíritu Santo es libertad,
es jubileo y conversión al Padre,
es dulce huésped de las almas puras.
Es alfaguara de inmortalidad
encarnada en el seno de la Madre
portadora de célicas venturas.
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Resurrección de amor es su doctrina.
El Verbo que amanece en claridad
es el Sol de esencial felicidad
que en la noche a las almas ilumina.
El paráclito guía y predestina
al creyente que vive en la verdad
cumpliendo la divina voluntad
y por Jesús el Reino vaticina.
Entre los pedregales del dolor
se descubren las arras de su herencia
en el sendero de la perfección.
Extiende su poder transformador
sobre las rocas de la indiferencia
con el milagro de su comunión.
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