A la Virgen de los Dolores
Gustavo Daniel D´Apice
Siete son tus dolores
número perfecto es
plenitud de sufrimiento
asociado al de Él.
Él era circuncidado
y eras tú la que sufrías,
¿para qué derramar la sangre
si concebido fue inmaculado?
Cuando perdiste a tu Hijo
en el Templo al caminar,
tres fueron esos días
hasta poderlo encontrar.
Estaba entre los doctores, Jesús,
sin preocupación consabida,
sus virginales papás lo buscaban
con angustia por su vida.
-“¿Qué tengo Yo con vosotros?”
Pareció decir el Niño.
Si su Padre era Otro
en sus cosas debía estar,
aunque no era esa la edad
para dejar su familia,
y a Nazareth se volvía
con la obediencia debida.
Sin Jesús la vida es nada
muertos los días están
pero si lo buscas, has de encontrarlo,
Resucitado ya está.
En el Camino* a Él le dicen
que su Madre lo buscaba
-“¿Quién es mi Madre, amigos?,
sino quien cumple mi Palabra”.
María fue más feliz
por concebirlo en su mente,
con su fiat ofrecía
al Hijo Eterno su vientre,
y en la Cruz ella entregaba,
al Hijo Eterno de su vientre.
En la calle de la amargura
acompañándolo ibas,
qué mujer se te igualara
en una ocasión tan dura.
Qué dolor el de la Cruz,
torturado a más no poder,
pero de pie te mantenías
a lo largo de ese día
para con Él padecer.
Estaba sobre tu regazo
después de la redención amorosa,
la madre se le asociaba,
compadeciendo dolorosa.
Debemos terminar ahora
este dolor dolorido
esta soledad soledosa
de quien sigue al mismo Hijo.
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