miércoles, 20 de septiembre de 2017

La clara esperanza de María

  


La clara esperanza de María
  
Fue un viernes cuando murió Jesús en la cruz y, después de desclavarlo, fue enterrado. Todo indicaba que la aventura mesiánica había concluido. Los apóstoles se habían dispersado y la tristeza embargaba a las mujeres que le habían seguido incluso al pie del calvario. Sin embargo, al domingo siguiente, desde muy temprano, comienzan a darse señas de su presencia resucitada. La primera nos la cuenta el Evangelio de san Juan: “El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida.” (Jn, 20,1). 

¿Qué sucede durante aquel sábado? Las escrituras guardan silencio al respecto, quizás como eco de aquel silencio que vivían los que habían rodeado a Jesús hasta entonces. También el Evangelio de Juan menciona que los apóstoles estaban reunidos a puerta cerrada y temerosos “el día siguiente al sábado”.

¿Un silencio que evocaba desesperanza, desazón, miedo? Posiblemente sí, ya que los encuentros que se van reseñando después son sorpresivos, de un tránsito de la duda a la fe. Una fe que nace de haber visto, palpado, escuchado.

¿Y qué fue de María, la madre de Dios, después de que Jesús al verla al pie de la cruz y junto a ella al discípulo que más quería, le dijera: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»? Santa Teresa de Jesús, en sus Cuentas de conciencia habla de una revelación al respecto: “Díjome que en resucitando, había visto a nuestra Señora”.

Después de cerrar el sepulcro, María conservaba la esperanza en todo aquello que había vivido junto a su Hijo, desde el anuncio del ángel, hacía más de 30 años, hasta ese día. Un corte tan tajante en los acontecimientos que se venían suscitando no podía ser el fin. Tanta gente bebiendo de la palabra de Dios no podía quedar como ovejas sin pastor. El anuncio del Reino no era una mera utopía. Esa muerte no había sido en vano.

La esperanza de María era una esperanza clara, serena, silenciosa. Quizás no sabía lo que vendría después: aquellas presencias de Jesús entre los discípulos y amigos, su ascensión, aquel Pentecostés que los impulsaría a todos a continuar con la proclamación de la Buena Nueva… No sabemos lo que pasó por el corazón de María aquel Sábado Santo, pero sin duda no fue desesperanza. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, probablemente con estas palabras Jesús le encomendaba a su madre que acogiera la tarea evangelizadora comenzada por Él. 

Fuente: claraesperanza.trimilenio.net 

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