VER LAS COSAS DEL MUNDO A LA LUZ DE DIOS
Por Gabriel González del Estal
1.- Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. Para el evangelista san Juan Dios es, sobre todo, luz y amor. Dios es la Luz, Dios es el Amor. Este Dios Luz, este Dios Amor se manifestó plenamente, en lo humano, en el hombre Jesús de Nazaret. Por eso, para nosotros, Cristo es la Luz y el Amor. En el evangelio de este domingo, en concreto, el ciego de nacimiento, cuando se encontró con Cristo, recibió, además de la luz física para sus ojos, la luz espiritual para su alma. Cristo fue para él la Luz que iluminó sus ojos físicos e iluminó su alma para ver en Cristo la Luz de Dios y para ver todas las cosas del mundo bajo la luz de Cristo. Jamás se oyó decir, dice el ciego de nacimiento, que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si este no viniera de Dios no tendría ningún poder. Pues bien, tratando de aplicar este evangelio del ciego de nacimiento a nuestro tiempo actual, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que hay más ciegos espirituales que ciegos materiales. Nuestra sociedad es, en gran parte, agnóstica e increyente, incapaz de ver las cosas de este mundo bajo la luz de Dios, bajo la luz de Cristo. Los cristianos tenemos aquí el gran reto de mostrar, con nuestros hechos y con nuestras palabras, a los muchos ciegos espirituales de hoy a ver las cosas de mundo bajo la luz de Dios, bajo la luz de Cristo. Para los ciegos espirituales todas las cosas de este mundo empiezan y terminan en este mundo. Lo único importante para ellos es tener buena salud física, triunfar en los negocios, gozar de los bienes materiales del sexo, de la vanagloria, del poder, etc. En cambio, para los que queremos ver las cosas de este mundo bajo la luz de Cristo, los bienes reales de la salud, del dinero, del poder, del goce material de los sentidos, sólo son totalmente valiosos si están subordinados a los bienes espirituales de la salud espiritual y, en definitiva, al amor de Dios y al amor al prójimo. Que Dios nos libre de la ceguera material y nos dé su Luz para ver todas las cosas bajo la Luz de Dios.
2.- La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón. El profeta Samuel se disponía a juzgar a los hijos de Jesé por las apariencias, pero Dios, mirando el corazón, eligió a David para que fuera el futuro rey de Israel. Todos juzgamos muchas veces a los demás por las apariencias, por los prejuicios, por las siglas que les identifican, o por lo que hemos oído decir de ellos. Es posible que muchas veces acertemos, pero es muy probable que algunas veces nos equivoquemos totalmente. Las apariencias engañan muchas veces, porque, en nuestras relaciones con los demás, a todos nos interesa aparentar no exactamente lo que somos, sino lo que queremos que los demás vean y piensen de nosotros. Nosotros no siempre podemos ver el corazón de las personas, por eso es preferible que nos abstengamos de hacer juicios precipitados cuando juzgamos a los demás. Dejemos que sea Dios el que nos juzgue a todos.
3.- Hermanos: en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz, (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz). Estas palabras que dice san Pablo a los cristianos de Éfeso debemos aplicarlas cada uno de nosotros a nosotros mismos. Cristo es para nosotros la única luz segura y verdadera; la luz de Cristo debe ser la principal luz que nos guíe en nuestros pensamientos, palabras y obras. Y, puesto que toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz de Cristo, tratemos de actuar siempre nosotros con bondad, justicia y verdad. Esto es algo muy difícil de conseguir para tenemos la obligación cristiana de intentar conseguirlo siempre. Esta debe ser una característica que nos identifique como verdaderos cristianos.
4.- El Señor es mi pastor, nada me falta. Como este salmo 22 lo rezamos muchas veces en nuestras eucaristías y otras celebraciones litúrgicas, es bueno que lo meditemos y lo recemos de corazón siempre. Sobre todo, en nuestras dificultades y en los momentos en los que no nos vayan las cosas como nosotros quisiéramos, confiemos en el Señor, intentemos conocer su voluntad y sepamos que el Señor siempre va a estar junto a nosotros, guiándonos por el sendero justo. Seamos dóciles a la voz del Señor, porque su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida.
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