EN SU BAUTISMO COMIENZA EL SEÑOR SU MISIÓN REDENTORA
Por Antonio García-Moreno
1.- DIOS SABE ESPERAR.- "La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará" (Is 42, 3) La caña cascada ya no sirve para nada, le falta consistencia. Mejor es tirarla, terminar de quebrarla, hacerla astillas para el fuego. Y el pabilo vacilante da poca luz, apenas si alumbra. También dan ganas de apagarlo de una vez y encender otra luz más fuerte y segura.
Así piensan los hombres. Tienen poca paciencia los unos con los otros. Se aguantan con dificultad, se echan en cara sus defectos, prescinden rápidamente de los que estorban, eliminan a los que no rinden.
Dios no, Dios sabe esperar, Dios tiene una gran paciencia. Y al débil le anima para que siga caminando, al que está triste le infunde la esperanza de una eterna alegría, y al que lucha y se afana inútilmente le promete una victoria final, una victoria definitiva.
"Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes que esperan las islas" (Is 42, 4) Cristo sigue promoviendo el derecho sobre la tierra, despertando en los hombres la inquietud por una justicia auténtica. Su voz sigue resonando en las conciencias, reclamando el derecho de los oprimidos. La Iglesia es la continuación de Jesús, es el signo sensible de su persona, su voz clara y valiente. Lo dijo Él: Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien a vosotros escucha, a mí me escucha.
Señor, da fortaleza a tu Iglesia para que siga levantando la voz en defensa de la justicia, para que siga recordando a los hombres el mensaje de amor que tú has traído a la tierra. Y concede a cada uno de nosotros una sensibilidad exquisita para todo lo que sea justo, una fidelidad heroica a las leyes divinas, a las normas del Evangelio, al Derecho de la Iglesia. Hacer justicia sin vacilaciones, vivir el Derecho, eclesiástico o civil, sin quebrantos ni claudicación alguna.
2.- DIOS SOBRE LAS AGUAS.- "La voz del Señor sobre las aguas" (Sal 28, 3)Se describe en este salmo el terrible espectáculo de una tempestad que, como impresionante azote, descarga sobre la tierra su flagelo de lluvias torrenciales y lanza, rasgando las nubes plomizas, el dardo encendido de sus rayos. Los truenos que hacen temblar los valles y las montañas son para el salmista la voz del Señor, que retumba sobre las aguas de forma grandiosa y potente.
Los vientos desencadenados y las aguas en cataratas sirven de símbolo para hacernos comprender, aunque sea de modo aproximado, el poderío y la majestad de Dios. En esos momentos en que la tempestad es más intensa y los truenos resuenan al unísono con el resplandor rutilante del relámpago, el hombre se ve pequeño e impotente, indefenso y frágil. Entonces es capaz de intuir la trascendencia y la majestad excelsa del Señor de los cielos y tierras. Es entonces también cuando la plegaria brota espontánea del alma, como un suspiro que se escapa o como un clamor desesperado.
"El Dios de la gloria ha tronado" (Sal 28, 4) Ante la grandeza divina reflejada en el fragor de una tormenta el salmista nos exhorta a que aclamemos al Señor, postrados en honda adoración, ante Dios, Creador y Redentor nuestro. En su templo sagrado ha de resonar un cántico unánime que glorifique el poder del Altísimo.
Poder que aquí se destaca en relación con las aguas, sobre las cuales su voz se hace sentir como un mandato que las suelta en aguaceros que caen a mares. El Señor, dice el canto sagrado, se sienta encima de las aguas como si estuviera sobre un trono. Y por esa soberanía sobre esas aguas les confiere el poder de purificar hasta la mancha más profunda del hombre, la del pecado original. Así ocurre, efectivamente, en la celebración del santo Bautismo cuando el agua derramada sobre el neófito en el nombre de Dios, uno y trino, lo lava de toda culpa y pecado. Pero el poder divino va más allá, pues el agua del Bautismo no sólo lava, sino que además fecunda el alma del nuevo cristiano, infundiéndole una nueva vida, la vida divina y transformándolo en hijo de Dios.
3.- LA OTRA JUSTICIA.- "Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia..." (Hch 10, 34) Dios es distinto, totalmente distinto. Por eso su justicia es también diversa, diferente de la justicia de los hombres. Ésta consiste en dar a cada uno lo suyo, según la conocida definición de la justicia retributiva. La justicia de Dios va mucho más allá. Da a cada uno lo que le corresponde y mucho más. Por eso la justificación del hombre es totalmente gratuita, se debe no a los méritos del ser humano, sino a la infinita misericordia de Dios.
No, Dios no es deudor de nadie; ni nadie tiene derecho alguno ante Dios. Su justicia equivale a su santidad, es decir, a su trascendencia, o más claro aún, a su inmenso amor, esa esencia inefable y misteriosa que rebasa infinitamente nuestra chata capacidad de entender y de amar... Conviene que cumplamos toda la justicia, dice el Señor al Bautista, que se resiste a bautizarlo según los designios de Dios. Claramente se refiere esa justicia a los planes divinos de la salvación, a la respuesta fiel del hombre a las exigencias divinas. A lo mismo se refiere Jesús cuando afirma que lo primero es buscar el Reino de Dios y su justicia. La justicia de Dios, no la de los hombres, tan raquítica y tan meticulosa.
"Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien..." (Hch 10, 38) Jesús de Nazaret practicó siempre la justicia; pero no la humana, sino la de Dios. Es esa justicia la que le hace clamar "injustamente" en la cruz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. O lo que le dijo al buen ladrón: En verdad te digo que esta tarde estarás conmigo en el paraíso... Así es la justicia de Dios: perfectamente combinada con la misericordia, con el perdón, con la benevolencia...
Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, sed misericordiosos como Él lo es, justo con la justicia de Dios. Lo demás es cuento, demagogia barata, conformismo, estrechez de miras, ramplonería... Entonces, sí habrá paz, comprensión, perdón, alegría, amor. La justicia, sí; pero la de Dios. Esta es la justicia que Cristo ha predicado y esa la que la Iglesia proclama, esa la que los hombres de Dios han de predicar, esa la que todos hemos de practicar. Sin dejarnos engañar con argumentos falaces que hablan a gritos -porque no tienen razón- de una justicia que no es la de Dios.
4.- BAUTISMO DE CRISTO.- "... y se presentó a Juan para que lo bautizara" (Mt 3, 13) Después de treinta años de vida oculta, ignorada de todos en una de las más recónditas y olvidadas aldeas de Palestina, Jesús desciende hacia el Jordán para iniciar su ministerio público. Hasta entonces su enseñanza había sido sin palabras, aunque desde luego una enseñanza muy elocuente e importante. En ese tiempo, en efecto, nos hizo comprender el valor de una vida sencilla, de una existencia ordinaria vivida en sus mil pequeñas cosas con un grande y profundo amor, que sabía dar relieve y altura a lo más corriente. Lección fundamental para la inmensa mayoría de los hombres cuya existencia también transcurre, día tras día, en un entramado de pequeños deberes. Un ejemplo que nos ha de llevar a dar valor a lo más pequeño y ordinario, que al vivirlo con amor y esmero por hacerlo bien puede alcanzar la bendición y la sonrisa de Dios.
Cuando Jesús llegó al Jordán para bautizarse, el Bautista se resistió a hacerlo. No entiende cómo ha de bautizar a quien está tan por encima de él. Tampoco comprende de qué se habría de purificar quien era la pureza misma. Pero el Señor vence su resistencia pues así lo disponían los planes del Padre. Ante todo para enseñarnos la primera lección que ha de aprender quien quiera entrar en el Reino de los cielos, la lección de la humildad. Luego lo repetirá de muchas formas y en repetidas ocasiones. Nos enseña, en efecto, que es preciso hacerse como niños y que quien se humilla será exaltado, o que quien quiera ser el primero que sea el último. También alabará la humildad de la mujer cananea, o el valor de la pequeña limosna que echó una pobre viuda en el gazofilacio del Templo. También se alegrará y alabará al Padre porque ha ocultado los misterios más altos a los sabios y a los orgullosos, y se los ha revelado a los sencillos y pequeños. También nos dirá que aprendamos de Él, que es manso y humilde de corazón.
Por otra parte, se bautiza porque ha venido a cargar con los pecados de la Humanidad y redimir así al hombre de la servidumbre a que estaba sometido desde la caída de Adán. Jesús, como vaticinó el profeta Isaías, es el Cordero de Dios que carga con los pecados del mundo para expiarlos con su mismo sacrificio. Así pues, en su Bautismo comienza el Señor su misión redentora, inaugura una nueva era al dar a las aguas el poder de purificar a cuantos creyendo en Él se bautizarían, una vez consumada la redención en la cruz.
El Bautismo de Cristo es así un modelo de lo que es el nuestro. También nosotros, al ser bautizados, además de ser purificados del pecado original, hemos sido objeto del amor del Padre, hemos recibido al Espíritu Santo que ha morado, y mora si estamos en gracia de Dios, en nuestro cuerpo y en nuestra alma como en su propio templo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario