«Se tiró, rostro en tierra, a los pies de Jesús, dándole gracias»
Cristo está junto a mí:
me acerco a él y me abraza.
Yo no hubiera sabido amar al Señor
si él mismo no me hubiera amado primero.
¿Quién puede comprender el amor
si no es el que ama?
Estrecho al amado y mi alma le acoge
y allí donde él descansa, allí permanezco.
Ya no seré un extraño para él,
porque el Señor no conoce el odio.
Estoy unido a él como la amada
que ha encontrado a aquel que ama.
Porque amo al Hijo,
llegaré a ser hijo.
Sí, el que se adhiere a aquél que no muere jamás,
tampoco él morirá.
El que encuentra su complacencia en el que es la Vida,
también él vivirá.
Así es el Espíritu del Señor sin mentira
que enseña a los hombres a conocer sus caminos.
Odas de Salomón (texto cristiano hebraico de principio del siglo II)
Nº 2
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