martes, 2 de diciembre de 2014

Dios va a venir a nuestras vidas



DIOS VA A VENIR A NUESTRAS VIDAS

Por Pedro Juan Díaz

1.- Comenzamos un nuevo Adviento, un tiempo de esperanza, un recorrido espiritual, interior, para vivir con intensidad la presencia de Dios en medio de nosotros. Eso es la Navidad. Y el Adviento nos prepara, nos ayuda a tomar conciencia, a romper el ritmo ordinario y ponernos en alerta, en vigilancia, porque Dios va a venir a nuestras vidas, una vez más, a ver si de una vez por todas consigue hacerse un hueco en nuestro duro corazón. Y no queremos que nos encuentre dormidos, ¿verdad?

2.- Por eso la primera invitación del Adviento que nos hace el evangelio es “velad”, es una vigilancia activa, que va dando calidad a lo que hacemos cada día. Velar es la mejor manera para trabajar nuestro interior, purificando nuestro corazón y limpiándolo de malas intenciones, para que Dios “tome posesión” de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestros pueblos, de nuestras comunidades cristianas.

3.- ¿Por qué velar? La razón primera es nuestra confianza en Dios. Así lo hemos dicho en la primera frase de la primera lectura de hoy: “Tú, Señor, eres nuestro padre”. Y más abajo lo hemos vuelto a repetir: “Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano”. No es habitual atribuirle a Dios el título de “padre” en el AT, pero la situación de destierro del pueblo requiere una confianza total en un Dios Padre que se va a hacer responsable de su pueblo. Esa confianza es la fe. Confiamos porque creemos. Y en el Salmo responsorial, ese Dios que va a hacer brillar su rostro y nos va a salvar, se convierte en “Pastor de Israel”, que visita “su viña” y la protege, para que el pueblo no se vuelva a desviar del camino que le marca Dios. Esa es nuestra gran esperanza. Velamos porque confiamos, confiamos porque creemos y creemos porque somos personas de esperanza, porque no nos conformamos, ni queremos dejar las cosas como están. Velar, en el fondo, es esperar, pero una espera activa, una espera de conversión, de ser conscientes de nuestros fallos, de nuestros pecados, y ponerles remedio, “no sea que el Señor venga inesperadamente y nos encuentro dormidos”.

4.- Si esto lo aplicamos a la situación actual en la que vivimos, necesitamos un Adviento para que se haga presente una nueva realidad, y la vigilancia es la actitud fundamental. El evangelio insiste: “Mirad, vigilad… velad… lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!”. Si permanecemos dormidos, no tenemos futuro. Hay que intensificar nuestra relación con Dios, como exige nuestra vocación cristiana, para que nuestras comunidades sean más vivas. “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases – dice el profeta Isaías – porque “jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él!”.

5.- A pesar de que “nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti”, a pesar de que no se cuente con Dios en nuestro mundo, nosotros seguiremos siendo LUZ, y seguiremos diciendo con el Salmo: “Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.

6.- Vigilar es vivir atentos a la realidad. Escuchar los gemidos de los que sufren. Sentir el amor de Dios a la vida. Vivir más atentos a su venida a nuestra vida, a nuestra sociedad y a la tierra. Sin esta sensibilidad, no es posible caminar tras los pasos de Jesús. Por eso nuestra vigilancia pasa por una escucha más atenta de la Palabra de Dios, una vivencia activa de los sacramentos y un ejercicio práctico y esperanzador de la caridad hacia los hermanos que más sufren.

7.- Hace falta el Adviento, hay mucho que esperar y mucho que hacer. Dios nos brinda de nuevo la oportunidad de esperarle, de acogerle. En cada Eucaristía que celebramos se hace presente la Navidad, porque Dios “baja”, se encarna, se hace hombre, pan, alimento, para que no perdamos la esperanza. Que nuestra comunidad parroquial sea un lugar para aprender a vivir despiertos, sin cerrar los ojos, sin escapar del mundo, sin pretender amar a Dios de espaldas a los que sufren. Puede ser un buen propósito para comenzar el Adviento.

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