Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron
Padre Roberto Fernández Iglesias, OP
La Navidad no se puede usar, es para contemplarla, vivirla y compartirla. Para entenderla bien, hay que pensarla sobre todo teológicamente, o sea desde los relatos de la fe cristiana.
La Navidad no se puede usar, es para contemplarla, vivirla y compartirla. Para entenderla bien, hay que pensarla sobre todo teológicamente, o sea desde los relatos de la fe cristiana. En ésta se procede siempre desde el dato revelado hasta la praxis de la fe. Y la teología se encarga de legitimar ese recorrido con razones que nos ayudan a comprender el sentido de lo que debemos creer y practicar. Así se gestan los dogmas que llegan a ser la expresión madura de certezas asumidas por la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo y tras mucha meditación, y no, como han pensado algunos, abusos de su autoridad y poder.
Como vivimos en una época que niega lo absoluto, entonces los creyentes lo tenemos más difícil, a contrapelo de nuestra sociedad que todo lo considera pasajero, relativo y casual. Quizá por eso el error en algunos grupos de creyentes de dar énfasis a lo accidental y secundario que a lo principal y sustancioso. Aquí también convendría reequilibrar las cosas con un poco más de dogma que de moral, con más razones que fervores.
Hay que volver a lo más profundo de la Navidad, a su mensaje nuclear: El Hijo de Dios que se hace hombre en las entrañas de la Virgen María. Ahí está lo fascinante de ese misterio de la fe que enlaza maravillosamente lo divino y lo humano en una alianza nueva y eterna. La razón de este acontecimiento está dada por San Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único...” (Jn 3,16). Dios nos ha amado siempre y nos seguirá amando y nos convencerá de su amor con su prueba: nos entregó a Jesucristo, su Hijo Único, para nuestra redención. Cualquier padre de este mundo comprenderá lo que significa entregar a su único hijo.
Para cumplir sus designios escogió Dios a la Virgen María. A Ella le pregunta, por medio del ángel, si está dispuesta a colaborar en la tarea redentora. Y Ella es signo de toda la humanidad, representa a todo el pueblo de la Antigua Alianza, significa la sed de Dios de cada ser humano. Dios no se impone a la humanidad. Se propone. “Si comprendieras quién es el que te pide de beber...”. María lo comprende y dice sí con humildad y decisión. Y queda para siempre unida a Cristo por su maternidad, obra del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra”... (Lc 1,31ss). Así la Virgen María es bendita entre todas las mujeres de la tierra (Lc 1, 42) y es dichosa porque llevó en su seno y crió al Hijo del Eterno Padre (Lc 11, 27). Y es más dichosa todavía porque escuchó la palabra de Dios y la puso en práctica (Lc 11, 27-28). Y por eso y por mucho más pudo interceder en Caná cuando no tenían vino (Jn 2,1-11). Y podrá seguir intercediendo ahora que está en el cielo coronada de luz. Pues que Ella, vida, dulzura y esperanza nuestra, interceda por nosotros también en esta Navidad.
Fuente: periodismocatolico.com
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