Un entrañable tema que escuché por primera vez a mediados de los ochenta en las voces del grupo venezolano “Somos Iguales”, magistralmente interpretado ahora por la agrupación Las Brujas y Zuzón, una de cuyas componentes, Lucia Montanari Muro, es la compositora original de la canción.
La fuerza profética del canto radica en el desvelamiento de la humanidad de María, una mujer sencilla del pueblo que se ha entregado generosamente a Dios, que la ha elegido para ser la Madre de Jesús, el Mesías, cuya venida celebramos en este tiempo de adviento.
Más allá de las prerrogativas de Nuestra Señora, del grado eximio de santidad con que ha sido elevada, María fue ante todo una mujer, una creyente valiente y decidida, que fue descubriendo poco a poco el querer de Dios en medio de los acontecimientos de la vida diaria.
María ha peregrinado en la fe, se ha fiado de Él, desde la Anunciación hasta la Asunción, pasando por el drama del Calvario, y la alegría inefable de la Resurrección y Pentecostés.
Si leemos con atención los Evangelios, nos damos cuenta que Dios no exoneró a María del claroscuro de la fe. Ella ha vivido la noche oscura, sintiéndose en algunos momentos desconcertada por los acontecimientos y por la actuación de Jesús.
Pero, a pesar de todo, ella confío en Dios, y esa confianza se tradujo en la entrega fiel de sí misma como la servidora del Señor. Hasta el final.
Por eso este canto nos acerca a la Virgen, quien comparte con nosotros las mismas limitaciones y fragilidades que signan nuestro vivir diario. Nosotros, como María, a veces tampoco comprendemos del todo a Dios, y como ella hemos de aceptar en fe sus planes, y fiarnos de Aquel que conduce todas las cosas para nuestro mayor bien, y que siempre cuida amorosamente de nosotros y nosotras.
Dedico este canto a María Inmaculada, misterio de la misericordia de Dios manifestado en Nuestra Señora, y a través de ella, en toda la humanidad.
Lo dedico también a todas las mujeres, especialmente a las más pobres, que en medio de las incertidumbres del vivir humano, saben mantener con entereza la fe, y constituyen muchas veces el baluarte espiritual de muchas familias y pueblos.
Qué la Virgen Inmaculada nos enseñe a pronunciar también a nosotros ese sí generoso a Dios, en el día a día de nuestra vida. Amén.
Publicado por Marcelo en 20:21
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