MARÍA, PROFETA
“Engrandece mi alma al Señor, porque su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada.” (Lc 1, 46. 50-53)
Al escuchar tu cántico, me resuena el sermón del monte, cuando Jesús proclamó las bienaventuranzas, que tú ya habías anunciado: “Bienaventurados los pobres;los mansos; los que lloran, los que tienen hambre y sed; los misericordiosos…” (Mt 5, 3-10) En tu Magníficat, adelantaste la bendición de Jesús, cuando pronunció: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.» (Mt 11, 25)
Sobre todo, al meditar tu himno de alabanza, anticipaste los títulos por los que heredaremos el reino, y que Jesús proclamó: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." (Mt 25, 34-36)
En verdad, el Espíritu te inundó, no solo para que concibieras en tu seno y dieras a luz al Hijo de Dios, sino para conocer y profesar los valores del reino de Dios. Tú no solo los proclamaste, sino que los viste como verdadero profeta.
Tu capacidad de escucha, tu meditación silenciosa te permitió no hablar por ti, sino por la fuerza del Espíritu. Tu espíritu se alegró al percibir dentro de ti la
Buena Nueva, el Evangelio hecho carne.
Tú no hablaste por propia cuenta, tus palabras obedecieron siempre a las mociones del Espíritu, fuiste guiada por Él en tu obrar y en tu decir. Con razón concebiste en tu seno la Palabra por obra del Espíritu, porque fuiste dócil y obediente a su inspiración.
El que nació de ti fue el nacido de lo alto, engendrado por la fuerza del Espíritu. María, profecía de Dios y del Evangelio, enséñanos a no hablar precipitadamente, sino como tú, por haber escuchado y meditado la moción consoladora del Espíritu.
Amén
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