LOS LAICOS DE LA IGLESIA
“Por laicos se entiende a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia” (Cat 897). S. Pedro afirma: “vosotros sois raza elegida, reino de sacerdotes, nación consagrada, un pueblo que Dios eligió para sí para proclamar sus maravillas” (1 Pe 2,9; LG 10).
Su responsabilidad.
“Los laicos. están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en. que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos. Así, todo laico, en virtud de los dones que le han sido otorgados, se convierte en testigo y simultáneamente en vivo instrumento de la misión de la misma Iglesia en la medida del don de Cristo... Así pues, incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra” (LG 33).
Una preocupación especial de todo laico debe ser el fomentar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, “pues por tratarse de un problema vital que está en
el corazón mismo de la Iglesia, debe hallarse también en el centro del amor que todo cristiano tiene a la misma... Todos los miembros de la Iglesia, sin excluir ninguno, tienen la responsabilidad de cuidar las vocaciones” (Juan Pablo II, carta a los sacerdotes para el Jueves Santo 1992 No.41)
Los laicos, por el hecho de ser bautizados y ser de Cristo, tienen la grave responsabilidad de ser luz del mundo y sal de la tierra. Ellos deben hacer que resplandezca en toda su fuerza la luz del Evangelio para todos los hombres y, para ello,deben ser ejemplo de vida cristiana. Ellos están llamados a la santidad, cumpliendo las
obligaciones y tareas de la vida diaria. Esta vocación a la santidad implica que deben santificar el mundo de su trabajo y de su entorno con su participación activa en las actividades terrenas, incluso en la política. Como cristianos, deben someterse a las legítimas leyes y autoridades con tal de que no manden algo contra la ley de Dios como el aborto, la eutanasia. Deben pagar los impuestos, ejercer su derecho al voto, defender su país ( Cat 2240). Y cumplir la gran regla de oro de Jesús: “Haz a los demás lo que quieras que te hagan a tí” “No quieras para los demás lo que no quieras para ti” (Mt 7,12; Tob 4,15).
Para una evangelización eficaz, deben estar en comunión con la Iglesia universal e insertarse en la iglesia local, pues tanto los laicos como los sacerdotes constituyen un único pueblo de Dios.
Su dignidad.
El Papa Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Chistifideles laici (1988), hablaba sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Hablaba de la gran dignidad que tienen como seres humanos y que deben hacer resplandecer en su propia vida y deben respetar y defender en los demás. Deben luchar a favor de los derechos humanos y denunciar toda clase de violación de los mismos, porque el ser humano, por su dignidad personal, es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser tratado y considerado. Jamás puede ser tratado como un objeto utilizable, como un instrumento o cosa. La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad de todos los hombres entre sí y, por eso, son absolutamente inaceptables las más variadas formas de discriminación sean raciales, económicas, sociales, culturales, políticas, geográficas, pues toda discriminación constituye una injusticia completamente inaceptable.
La dignidad humana es el bien más precioso que el hombre posee como hijo de Dios y,por ello, supera en valor a todo el mundo material. El hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es. “¿De qué sirve ganar el mundo entero si después pierde su alma?” (Mc 8,36). La dignidad de la persona se manifiesta en todo su fulgor, cuando se considera su origen y su destino. Ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza y ha sido redimido por la sangre de Cristo. Está llamado a ser hijo de Dios y templo del Espíritu Santo y está destinado a una vida eterna de comunión con Dios, que lo llenará de una felicidad sin fin. Por eso mismo, “todo lo que atenta contra su vida como homicidios, genocidios, abortos, eutanasia y el mismo suicidio deliberado, todo lo que viola la integridad de la persona humana como las mutilaciones, torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos de dominar la mente ajena, las detenciones arbitrarias, deportaciones, esclavitud, prostitución, trata de blancas, las condiciones laborales degradantes, todas estas prácticas y otras parecidas son infamantes, degradan la civilización humana y deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son contrarias al honor debido al Creador” (GS 27).
Padre Ángel Peña Benito. O.A.R.
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