La frivolidad
Autor: Padre Alfonso Sánchez-Rey López de Pablo
La sonrisa es como la luz que ilumina un rostro. Cuando uno ve ese punto de tristeza dibujado en la cara del que está frente a ti hay algo que desazona y deja como en suspenso: ¿qué ocurre?. Porque parece que uno tuviera casi derecho a respirar alegría a su alrededor. La alegría es un don del cielo, pero es algo que siempre se vende caro, y que, precisamente por eso, algunos quieren comprarlo a precio de saldo, a toda costa. Surgen así sucedáneos de la alegría, muecas que intentan disfrazar la verdadera sonrisa.
Uno de estos subproductos que hemos ido creando para engañarnos a nosotros mismos es la frivolidad. Es esa forma un poco chusca de vestir de estampados todas las situaciones de la vida. Y claro, hay cosas a las que le van los estampados y cosas a las que no. Un chaqué con flores grandes, por decir algo concreto, parece que no es lo más adecuado para una boda (aunque a veces es mejor no dar ideas, porque luego siempre existe alguien que se ve en la obligación de ponerlas en práctica).
La frivolidad consiste en tomarse con ligereza cosas que son serias, que son profundas. Porque hay cosas que, sin tener que ser un luto, son serias, en el sentido más noble de la palabra. Esto no tiene que ver con el sentido del humor, que siempre es bueno, y le pone esa pizca de sal a todo aquello que puede ser excesivamente ³estirado². La frivolidad tiene que ver más bien con esa falta de juicio que se oculta detrás de la carcajada que no viene a cuento, detrás de esa visión superficial que ridiculiza lo que tiene
valor.
La frivolidad se apoya en el desconocimiento, en la ignorancia, en el no saber estar. Uno no sabe estar cuando no sabe quién es uno mismo y quién es el otro y pierde la compostura. Uno es frívolo cuando viste de payaso al sentido común, y trata de hacerlo pasar por gracioso.
Tenemos tan metida esa pretensión por desmitificarlo todo que terminamos por perder la medida, y hacemos del afán por llamar la atención una pose falsa, un estilo de vida que resulta llamativo de puro vacío. Entonces ¿cuál es la alternativa? ¿hay que ser gente estirada y lejana? Pues no, todo lo
contrario, hay que ser gente que sepa iluminar su cara sin sucedáneos, que sepa salpicar sus acciones de sencillez y cercanía. Sin frivolidades.
Conozco muchas personas cuyo talante me admira, que me hacen estar relajado cuando me encuentro a su lado, porque saben hacer respirar a su alrededor esa sensación de estar como en la propia casa, saben hacerte creer que estás en zapatillas aunque estés vestido de etiqueta. Y, algo que es también bastante importante, tienen, por ejemplo, la delicadeza de no contarme chistes sobre un atentado terrorista, o la violencia con los niños, que no deja de ser, entre otras cosas, una frivolidad.
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