Novena Virgen del Carmen

miércoles, 26 de agosto de 2020

Usted no es inferior a nadie

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Usted no es inferior a nadie

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


El complejo de inferioridad es un sentimiento muy triste, doloroso y trágico. Muchas personas poseen buenas cualidades, grandes atributos morales, espirituales y emocionales, tienen conocimientos y experiencias muy positivas y están capacitadas para triunfar tremendamente en un campo profesional determinado; pero padecen de un profundo y terrible complejo de inferioridad. Estas personas fracasan, no por falta de cualidades, sino por una imagen tan negativa, un concepto tan pobre de sí mismos, por un pensamiento tan triste de sus capacidades y de lo que son como personas. Sucumben catastróficamente en el fracaso por creerse inferiores. Por lo menos el 95% de las personas sienten en sus vidas algún sentimiento de inferioridad y para millones de individuos esto es una seria barrera para alcanzar la felicidad y el éxito. 

Lógicamente, todos tenemos cualidades, talentos, conocimientos y experiencias que otros no tienen. Quizás nunca podremos pintar como Picasso, cantar como Plácido Domingo o batir el record de velocidad de 500 metros. El hecho que uno no se desenvuelva con tanta habilidad como otros individuos que han sobresalido en deportes, el arte, la música o la ciencia, no significa que uno sea menos que ellos. No es saludable compararse desfavorablemente con personas que han destacado en ciertos campos ni permitir que esto le produzca sentimientos de inseguridad ni que opaque su existencia. 

El sentimiento de inferioridad origina cuando nos juzgamos y comparamos con las normas de otras personas, no con las nuestras. Hay personas que alimentan cada vez más su complejo de inferioridad al compararse a individuos que sobresalen en otros campos y, a un nivel inconsciente, tratan de ser igual a ellos. Como cada ser humano es diferente y no puede ser igual o idéntico a otro, se frustra y aparece con más crudeza el complejo de inferioridad. 

La única comparación auténticamente válida es la que uno hace con su propio ser: con sus cualidades, habilidades, tendencias, metas y valores. Debe verse tal y como tendría que ser si desarrolla al máximo lo que tiene que desarrollar y dónde puede llegar de acuerdo con lo que Dios quiere para usted, con sus metas, valores y posibilidades y para estimularse a ser mejor. Cada persona es tan digna, valiosa y estimable como cualquiera otra. Simplemente cada uno es diferente, porque nació en su propio ambiente, con influencias y tendencias distintas. No se compare con nadie y menos con personas que destacan en campos de la vida que no son necesariamente de su interés. 

Muchas personas se acomplejan, sufren de envidia y caen en una amargura terrible por tener la idea totalmente errónea de que tienen que ser como otros. Cada persona es como Dios la ha creado, única e irrepetible, diferente a cualquier otra, con sus propias cualidades, habilidades y virtudes. Es absurdo fijarse en otros para averiguar cómo tiene que ser. 

Ciertamente, en el campo en que usted se desenvuelve, sea profesional, técnico u otro, es bueno fijarse cómo actúan otros para imitar lo bueno. Investigue y tome de ejemplo técnicas, normas, métodos, ideas y consejos de otros para mejorar en su profesión u oficio; pero no caiga en la autosuficiencia de creer que es el único que sabe, el que más conoce y el más importante, sin considerar que hay otros que pueden ser iguales o mejores que usted. 

Usted es único, no es inferior ni superior a nadie; es simplemente usted, con sus propias aptitudes y debilidades. La personalidad suya no puede competir con ninguna otra personalidad, porque no existen dos personas iguales en la superficie de la tierra. Dios nunca pensó crear a todos igual en cuanto a capacidades, conocimientos, formas de pensar y actuar. No existe un modelo de hombre o mujer que sea común ni uniforme. El Señor creó a cada ser humano como un individuo único en su género, del mismo modo que hizo individual y único cada copito de nieve, cada hoja de un árbol, cada plantita de la tierra y cada flor. Dios creó a gente baja y alta, grande y pequeña, delgada y gruesa, negros, amarillos, cobrizos y blancos. Él jamás mostró preferencia por algún tipo, tamaño, semblante o color determinado y ama por igual a todas las personas, aunque sean diferentes. 

Un complejo de inferioridad lleva al desastre. Cada vez que uno se compara con otra persona, real o ficticia y no logra hacer las cosas igual, creerá que no vale, que es tonto y bruto. Es absurdo y ridículo compararse o medirse con otras personas. Usted es único y maravilloso, como ninguna otra persona en la tierra. Aunque no destaque tanto en algunos campos, no significa que es inferior a nadie. 

El Dr. Norton Williams, un célebre psiquiatra, expresó que la ansiedad del hombre moderno y sus sentimientos de inseguridad tienen origen en la carencia de fe en sí mismo y que la seguridad interior sólo puede hallarse al encontrar dentro de sí esa individualidad única y distinta, la cual es afín a la idea de haber sido creado a la imagen de Dios. 

Cada uno está mandado por el Señor a reafirmar con valor, tenacidad, orgullo y fe lo hermosa, maravillosa y grandiosa que es su personalidad y luchar contra sus sentimientos y complejos de inferioridad. Esto no constituye soberbia, sino andar con la verdad, la que nos hará libres, dice nuestro Señor Jesucristo. Si usted quiere ser feliz, ámese, valórese, quiérase, respétese; nunca se compare ni se sienta inferior a nadie ni se acompleje. No mida a nadie por su condición social, económica o por el color de su piel ni se le ocurra jamás pensar que usted es menos que otra persona, porque tiene menos. 

Sacúdase de una vez por todas de ese complejo de inferioridad que le impide realizar en su vida las metas y valores que usted siente y que debe cumplir. A Jesucristo, el Hijo de Dios, nuestro Señor maravilloso, no le importó llevar siempre la misma túnica, el mismo manto. Jesucristo jamás bajó la cabeza ante algún tipo de poder ni se avergonzó por su origen humilde ni porque le llamaran carpintero o hijo de un carpintero; porque conocía perfectamente bien su dignidad y su valor. 

Jesucristo, el Señor, es Hijo de Dios en el sentido pleno, pero usted también es hijo de Dios en Cristo, hecho a Su imagen y semejanza y templo del Espíritu Santo. Usted es una persona maravillosa, fantástica, única, original e increíble, como ninguna otra que haya existido en la faz de la tierra. Despierte, abra sus ojos y aprenda de una vez por todas a desterrar ese sentimiento de inferioridad que es tan trágico y lamentable. Si usted se acerca al Señor y lo busca, Él puede ayudarlo a cambiar. Él puede hacer maravillas en su vida y ayudarle a eliminar su sentimiento o complejo de inferioridad. Con Él usted vence cualquier cosa, porque con Dios, usted es... ¡INVENCIBLE! 

                       

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