No tengo, dulce madre, duro oído Que oír tu suave arrullo yo quisiera, Y tu ausencia no sufro, aunque pudiera Las fuentes de tu amor haber perdido.
No dejes que mi amor, entumecido, Dormite descuidado en tal manera, Que aplace tu socorro en la ribera Del mar de la indolencia y del olvido.
Herido estoy de amor tan penetrante, Que el alma me traspasa la saeta De tu divino amor, suave y constante. No quiero por orgullo delirante, Cerrarme la divina y santa meta De Cristo, eterno Dios y regio amante.
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