Foco de luz, feliz, divino asiento; Te amo por que no estás escondida; Mi esperanza ya solo es sostenida, Por el milagro de tu alumbramiento. Eres recta vereda, que en mi vida Supiste señalar con sufrimiento; Por la cruz de Jesús, y el sentimiento, De tu alma ultrajada y malherida. No quiero ya placeres casquivanos, Ni de la fama la fatal llamada; Solo el tierno consuelo de tus manos. Acercas a Jesús, franca y celada, La torpe condición de los humanos, Y en ti, María, gozo su mirada. Rendida y recatada, Mi alma se desata en alabanza, Y te rinde su amor, ya sin mudanza.
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