Niña de Dios, por nuestro bien nacida; tierna, pero, tan fuerte, que la frente, en soberbia maldad endurecida, quebrantásteis de la infernal serpiente; brinco de Dios, de nuestra muerte vida, pues vos fuisteis el medio conveniente que redujo a pacífica concordia de Dios y el hombre la mortal discordia. Creced, hermosa planta, y dad el fruto presto en sazón, por quien el alma espera cambiar en ropa rozagante el luto que la gran culpa la vistió primera. De aquel inmenso y general tributo, la paga conveniente y verdadera en vos se ha de fraguar: creced, Señora, que sois universal remediadora.
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