Novena Virgen del Carmen

domingo, 16 de junio de 2019

Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo

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DIOS, QUE ES PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO

Por Francisco Javier Colomina Campos

Hemos vuelto de nuevo al tiempo ordinario, desde que el pasado domingo celebrábamos la solemnidad de Pentecostés. La Iglesia celebra hoy, una vez que Cristo resucitado ha vuelto al Padre y desde allí nos han mandado al Espíritu Santo, tal como celebrábamos el pasado domingo, la solemnidad de la Santísima Trinidad. Hoy estamos invitados en la liturgia a acercarnos al misterio mismo de Dios,que es Padre, Hijo y Espíritu Santo

1. Dios se nos revela. En las lecturas de este domingo, Dios mismo se nos revela, y se nos revela como Trinidad, como una comunidad de personas. Dios no es un ser solitario, sino que es comunión de personas. Por eso podemos decir que Dios es amor. La teología nos enseña que la Trinidad es una comunidad de amor en la que Dios Padre es el que ama, el Hijo es el amado, y el Espíritu Santo es el amor mismo. No es que sean tres dioses distintos, sino que es un solo Dios en tres personas. Es el Padre, el que creó el mundo, el que escogió al pueblo de Israel en Abrahán, el que hizo la alianza con su pueblo en el Sinaí, y el que constantemente estuvo al lado de su pueblo Israel. Es el Hijo, Jesucristo, la Palabra eterna de Dios, que desde antes de la creación del mundo estaba junto a Dios, y que por medio de ella fue creado todo, que en la plenitud de los tiempos se hizo carne, bajó a la tierra y vivió como uno más de nosotros, que murió por nosotros en la cruz, que resucitó al tercer día y que subió a los cielos, y ahora está sentado a la derecha del Padre. Es el Espíritu Santo, el espíritu mismo de Dios, que ya se cernía sobre las aguas en la creación del mundo, que habló por medio de los profetas, el que llenó a María en el momento de la Encarnación, el que descendió sobre Jesús en su Bautismo, el espíritu que Jesús entregó al Padre en la cruz y que después, una vez resucitado, exhaló sobre los discípulos, y finalmente el que envió el Padre junto con el Hijo desde el cielo el día de Pentecostés, el que da fuerza a la Iglesia, el que recibimos le día de nuestro bautismo y el que nos hace llamar a Dios Padre. Es un misterio que no comprendemos, pero hoy Dios se nos revela Trinidad.

2. El hombre ante el misterio de la Trinidad. Ciertamente es difícil entender este misterio, pues precisamente por eso es un misterio. Recordamos esa anécdota de san Agustín, no sabemos si real o no, que cuenta que un día estaba san Agustín, el que escribió un tratado precioso sobre este misterio de la Trinidad, paseando por la orilla de la playa. Estaba pensando en este misterio cuando se encontró un niño que estaba haciendo un hoyo en la arena de la playa. Ante la curiosidad de san Agustín que le preguntó qué estaba haciendo, el niño le respondió que quería pasar toda el agua del mar a ese pequeño hoyo que estaba haciendo en la arena. Cuando san Agustín se sonrió y le dijo que eso era imposible, ya que el mar era demasiado grande como para que cupiese en ese hoyo tan pequeño, aquel niño le respondió que del mismo modo era imposible que el misterio de Dios, que es tan grande, cupiese en la mente humana, tan pequeña. Sea cierta o no esta anécdota, creo que ilustra muy bien la grandeza del misterio de Dios y la insignificancia de nuestra inteligencia. Por mucho que queramos entenderlo, Dios es siempre más grande que nuestro entendimiento. Por ello, ante este misterio tan grande, nuestra actitud ha de ser la de alabar y dar gloria a Dios, que ha tenido a bien manifestarse a nosotros, los hombres, y que nos ha revelado su esencia: Dios es amor.

3. Jornada Pro Orantibus. Como es costumbre, en este día de la Santísima Trinidad, celebramos en la Iglesia la jornada Pro Orantibus, es decir, el día en el que recordamos a todos aquellos hombres y mujeres, monjas y monjes de clausura, que desde el silencio del claustro oran cada día por nosotros y por toda la Iglesia. Quién mejor que ellos viven cada día esta actitud de oración y de presencia ante Dios. Ellos se dedican cada día de su vida a orar, a vivir en la presencia de Dios, a contemplar su misterio. Son personas consagradas del todo a la oración. Puede que no los veamos, porque están en sus monasterios viviendo la clausura, pero sabemos bien que la Iglesia les necesita, que sus vidas son esenciales para la misión que tiene la Iglesia encomendada que es la evangelización. Igual que el cuerpo humano tiene pies para poder caminar y llegar lejos, y tiene manos para poder trabajar, y tiene oídos y ojos para escuchar y ver, pero si no tiene pulmones que recojan el oxígeno y lo distribuyan a todos los miembros del cuerpo no puede hacer nada de lo anterior, del mismo modo la Iglesia tiene catequistas, misioneros, sacerdotes, voluntarios, colaboradores que se dedican a las múltiples tareas de la evangelización y de la caridad, pero nada de esto funcionaría sin la oración de las personas consagradas que oran cada día por el pueblo de Dios. Ellos son los pulmones que oxigenan con el oxígeno de la oración a todo el cuerpo de la Iglesia. Ellos oran cada día por nosotros, y hoy, de forma especial, nosotros los recordamos y oramos por ellos.

Vamos a celebrar la Eucaristía, que es una celebración trinitaria por excelencia. Hemos comenzado la celebración en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y concluiremos con la bendición también en el nombre de la Trinidad. Pero, además, toda la celebración de la Eucaristía es una oración dirigida al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. A Dios que es comunidad amor, a Él que hoy nos revela su misterio, a Él que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, sean dadas por siempre la alabanza, la gloria y el honor, por los siglos de los siglos. Amén.

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