MAESTRO Y DOCTOR, LUZ Y CAMINO
Por Antonio García-Moreno
1.- EL NUEVO PROFETA.- Los cananeos recurrían a los hechiceros para que les adivinaran el porvenir, para consultarles la conveniencia de hacer la guerra, para que predijeran el resultado de sus luchas. Unas prácticas mágicas, unos ritos misteriosos que fascinaban a los hombres primitivos de aquel tiempo. Los judíos, al ponerse en contacto con ellos, se sintieron también atraídos por aquellas prácticas, procurando buscar a escondidas al adivino que les dijera cuál había de ser el futuro.
Pero Dios no permite que su pueblo practique la adivinación, la magia, las artes de encantamiento, las consultas a los espíritus. Dios dará a su pueblo quien le guíe con acierto y seguridad. Un Profeta que no engañe a la gente con supercherías y halagüeñas predicciones Por eso un Profeta surgió en medio de los hombres, para iluminar la vida humana con sus palabras: Cristo, el Hijo de Dios.
Su palabra vibró en el aire, llenando de consuelo el corazón afligido del hombre, palabra llena de sabiduría, de esa ciencia que supera las pobres limitaciones del humano entender... Y sin embargo, Señor, tus palabras resbalan por nuestras almas como resbala el agua por la piedra. Perdona nuestra torpeza, perdona que recurramos a la sabiduría de los hombres, o al horóscopo de una revista cualquiera para decidir lo que hemos de hacer. Perdona que no te consultemos a ti llevando nuestros problemas a la oración, consultando a los que tú has dado misión para ser tus sacerdotes y profetas.
Tus sacerdotes, los hombres de Dios. Los que tienen la misión de hablar en tu nombre. ¡Qué difícil misión, Señor! Y qué difícil también escuchar a veces tu voluntad en sus palabras. Necesitan tu luz para ver claro cuáles son tus planes; necesitan valor para decir lo que han de decir, aunque les cueste. Y necesitamos fe, sacerdotes y laicos, para creer en las palabras de un hombre.
Pero lo difícil, Señor, es entender cuál es tu deseo cuando esos que son tus profetas y sacerdotes se contradicen. ¿Qué hacer entonces?... Tú contabas con todo esto. Y por eso quisiste que tu Iglesia, tu pueblo, fuera una sociedad jerárquica. Quisiste que hubiera una cabeza visible, un Vicario que hiciera tus veces, y que en último término dijera la palabra definitiva. El Romano Pontífice es el profeta. Y los que siguen sus palabras te siguen a ti. Y los que no, están al margen de Ti.
Tú mismo, Señor, nos pedirás cuentas un día. Nos exigirás que te digamos cómo hemos ejecutado tus palabras, cómo respondemos a las exigencias -a veces heroicas- de nuestra fe. Y no servirán las excusas, no valdrá el refugiarse en que nos dijeron esto o lo otro, no podremos eludir nuestra personal responsabilidad, y echar la culpa propia sobre los demás... Haz, Señor, que lo comprenda a tiempo. Concédeme la luz necesaria para saber cuál es tu voluntad en cuanto hago. Y dame también fortaleza suficiente para hacerlo.
2.- SÓLO UN MAESTRO.- Sin duda que una de las facetas más importantes de la vida de Jesús fue la de Maestro. Siempre que los evangelistas, en especial San Mateo, resumen en pocas palabras la actividad de Cristo, destacan que enseñaba y predicaba a la multitud. Es cierto que también hacía milagros y que expulsaba a los demonios. Pero en realidad todo aquello no era otra cosa que el aval de su palabra, un confirmar con obras extraordinarias el poder santificador que latía en su enseñanza. En alguna ocasión dirá Jesús mismo que ya que no creen en lo que Él dice, que crean, al menos, en lo que hace. Así dirá en algún momento que las obras dan testimonio en su favor.
Nadie enseñó en Israel, ni en el mundo entero, como él enseñó. Bien pudo decir a sus discípulos que a nadie llamaran maestro, "porque uno sólo es vuestro Maestro", ni tampoco doctores "porque uno sólo es vuestro Doctor, el Mesías". Sí, Jesús es el único que realmente tiene palabras de vida eterna. Ante esto, nosotros, como Pedro un día, hemos de reconocer que no tenemos a otro a quien ir más que a él, Maestro y Doctor, Luz y Camino para todos los hombres, incluso para los de nuestro tiempo. En efecto, él quiso seguir hablando y enseñando a lo largo de toda la Historia. Por eso transmitió sus poderes, su doctrina y su mensaje a los que él escogió como Apóstoles. Y los envió lo mismo que el Padre lo había enviado a él, confiriéndole el poder de perdonar los pecados y de hacer discípulos de entre todas las gentes, asegurándoles que quien a ellos escuchaban y recibían, a él mismo era a quien aceptaban.
La Iglesia es, por tanto, quien a través del Papa y de los obispos en comunión con él, transmite a los hombres el Evangelio de la salvación, las palabras de Jesús que comportan, en quien las cumple, la vida eterna. Es ésta una verdad que no podemos olvidar nunca, una cuestión fundamental de nuestra fe que es preciso aceptar con todas sus consecuencias, si queremos vivir cerca de Dios.
Hay que convencerse de que es imposible vivir unidos al Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia, si no permanecemos en comunión de doctrina y de obras con quienes hacen cabeza. Con razón llamaba Santa Catalina al Papa "el dulce Cristo de la tierra". Y así es efectivamente. Por lo cual hemos de estar atentos a sus palabras, y desconfiar de quienes predican en disconformidad, aunque sea mínima, con lo que él nos enseña.
El justo vive de la fe, dice San Pablo. De ahí que si uno no se mueve por motivos de fe, corre el peligro de caminar en pos de falsos pastores, lobos con piel de oveja, mercenarios que buscan su bien personal y no el del rebaño. Dios quiera que no nos dejemos engañar y sepamos discernir la voz del buen pastor.
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