EL BAUTISMO DE ADULTOS Y LA IMPORTANCIA DEL RITO DE LA CONFIRMACIÓN
Por Gabriel González del Estal
1.- Él os bautizará con Espíritu Santo. En tiempos de Jesús el bautismo era siempre una decisión personal, que suponía un propósito claro y público de conversión y de entrega absoluta al Señor. Lo que más podría parecerse al bautismo de niños que hacemos ahora los cristianos, salvando lógicas diferencias teológicas y culturales, era el rito de la circuncisión. Mediante la circuncisión los padres del niño querían dejar muy claro que su hijo comenzaba a formar parte y a ser miembro activo de la religión judía y del pueblo judío. Todos los niños judíos eran circuncidados, pero sólo algunos, libre y voluntariamente, se bautizaban cuando ya eran mayores. A Jesús de Nazaret, según los evangelios, sus padres le hicieron circuncidar a los ocho días de nacer, pero él no decidió bautizarse hasta los treinta años. Es decir, que en tiempos de Jesús, el bautismo era siempre un bautismo de adultos. ¿Qué quiero decir, o mejor, sugerir, con todo esto? Que también en nuestro tiempo, tan amante de la libertad individual, debemos hacer de nuestro bautismo una decisión personal. ¿Cómo y cuándo? En el momento de recibir el sacramento de la Confirmación. En el momento de la Confirmación nuestros jóvenes deben decidir, libre y voluntariamente, si quieren vivir según el espíritu de Cristo, es decir, si quieren recibir el Espíritu Santo y vivir como auténticos cristianos. Nuestros jóvenes deben entender que cuando sus padres les bautizaron les hicieron miembros de la Iglesia Católica y partícipes de la plena gracia de Dios. Pero ahora, cuando ya son adultos, son ellos los que deben decidir si quieren vivir, o no, como personas bautizadas, es decir, llenas del Espíritu Santo. Esto deben expresarlo en el momento de la Confirmación.
2.- Tú eres mi Hijo amado, mi preferido. En nuestras relaciones con Dios, siempre es Dios quien nos lleva la delantera. No comenzamos a ser hijos de Dios cuando nosotros decidimos serlo, sino cuando Dios nos hace hijos suyos. Jesús de Nazaret no comenzó a ser Hijo amado de Dios cuando se bautizó, sino que, en el momento del bautismo, es Dios quien le dice que es su Hijo amado, desde siempre. La voz de Dios, la teofanía de Dios, iba dirigida preferentemente a los discípulos de Jesús. Los discípulos de Jesús debían saber que su Maestro era el Hijo amado de Dios, su preferido. Es decir, que debían escucharle y seguirle como a la palabra de Dios.
3.- Sobre él he puesto mi espíritu. En este texto del profeta Isaías está anunciado proféticamente cuál es el espíritu que llenará y guiará la vida del Mesías. Será un espíritu manso y fuerte a la vez, justo y misericordioso, luz y guía de los pueblos. Su misión será promover la justicia y el derecho, acordándose siempre de los últimos y de los más débiles. En Jesús de Nazaret se hará realidad este texto, cuando Jesús instaure en la tierra el reino de Dios. Nuestra misión, como cristianos, es luchar con todas nuestras fuerzas para que este reino de Dios, anunciado por Jesús, se haga realidad en el mundo en el que nosotros vivimos.
4.- El Señor bendice a su pueblo con la paz. La paz de la que habla hoy el salmo responsorial es “la paz que nos traería Jesucristo”, como se nos dice en el texto de los Hechos de los Apóstoles que leemos hoy. Esta es la paz que predicó Jesús de Nazaret, “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”. Este puede ser un buen propósito final para terminar este tiempo litúrgico de Navidad: trabajar por la paz y la justicia, haciendo siempre el bien y tratando de ayudar a todas las personas que, por las causas que sea, se sienten oprimidos por el diablo, es decir, por las fuerzas del mal. Que el Señor nos bendiga todos con la paz.
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