LA PRESENCIA FÍSICA Y LA PRESENCIA ESPIRITUAL DE CRISTO
Por Gabriel González del Estal
1.- Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis, ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para irse al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse. Como sabemos, la Ascensión de Jesús al cielo es el momento último de su estancia en la tierra, de su presencia física entre los hombres. Fue muy importante, importantísima, la estancia de Jesús entre nosotros, la vida de Jesús en la tierra, como Verbo encarnado del Padre. Sin esta estancia física de Jesús en la tierra el cristianismo no hubiera sido posible. Jesús es el camino, la verdad y la vida, para que los hombres sepamos cómo llegar a nuestro Padre Dios, mientras vivimos en este mundo, y esto es posible porque vivió físicamente, en forma plenamente humana, entre nosotros. No tendríamos los Evangelios, ni el Nuevo Testamento, si Dios no se hubiera encarnado en Cristo. La presencia física de Cristo entre nosotros es por eso, como vengo diciendo, esencial en nuestra religión cristiana. Esto es algo que sabemos todos los cristianos y que nadie puede poner en duda. Pero al celebrar esta fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo celebramos también el momento en el que Jesús nos dice que ahora comienza nuestro tiempo de vivir el cristianismo sin la presencia física de Jesús entre nosotros. A partir de ahora ya no podemos caminar religiosamente, plantados en la tierra y mirando al cielo. ¿Es que Jesús nos ha dejado huérfanos? No, a partir de ahora los cristianos tendremos que caminar religiosamente dirigidos por la presencia espiritual de Cristo entre nosotros, dirigidos por el Espíritu de Cristo. No olvidemos que después de la fiesta de la Ascensión viene inmediatamente la fiesta de Pentecostés. La Iglesia cristiana no puede celebrar estas dos fiestas como algo separado; a la presencia física de Cristo en la tierra viene, inmediatamente y sin interrupción alguna de tiempo, la presencia espiritual de Cristo en nosotros y entre nosotros. Celebremos, pues, con gozo y agradecidamente, la fiesta de la Ascensión y comencemos a vivir ya desde ahora mismo, con el mismo gozo y agradecimiento, la fiesta de Pentecostés.
2.- Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo, en todos. Son palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios. Se refieren, por supuesto, a la voluntad del Padre que puso todo a los pies de su Hijo, y, a través del Hijo, lo puso todo a disposición de la Iglesia de Cristo. La Iglesia es el cuerpo místico de Cristo y Cristo es la cabeza de este cuerpo místico. Se refiere, evidentemente, a la Iglesia cristiana como comunidad espiritual, como comunidad de fe en Cristo. Es el Espíritu de Cristo el que debe regir la Iglesia de Cristo. No es el Papa, ni lo obispos, ni los sacerdotes, ni los fieles, los que deben regir la Iglesia. El Papa, los obispos, los sacerdotes, los fieles, deben actuar siempre movidos por el Espíritu de Cristo. La Iglesia no es democrática en el sentido político, no es la comunidad cristiana la que elige a su cabeza, a Cristo. Cristo es la única cabeza de la Iglesia; el Papa, los obispos, los sacerdotes, los fieles, son miembros vivos de la única cabeza espiritual de la Iglesia de Cristo. Naturalmente, como institución humana e histórica, la Iglesia de Cristo está dirigida y gobernada por una cabeza visible que es el Papa, en comunión con los obispos, sacerdotes y fieles. Seamos todos y cada uno de nosotros piedras vivas de este edificio, de este templo espiritual que es la Iglesia cristiana, cuya cabeza única es y debe ser siempre el Espíritu de Cristo. Que Dios, nuestro Padre, nos dé a todos “espíritu de sabiduría y revelación para conocer esto”.
3.- Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolos a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Con estas palabras termina el evangelio según san Mateo. Cristo, físicamente ya no está entre nosotros; a partir de ahora debemos ser nosotros, la Iglesia de Cristo, los que debemos anunciar y proclamar el evangelio de Cristo, dirigidos siempre por su Espíritu. La Iglesia de Cristo, nosotros los cristianos, somos la presencia viva de Cristo en el mundo, los encargados de predicar el evangelio de Cristo. Repetimos una vez más: Seamos ahora nosotros, los cristianos, fieles continuadores de Cristo, de la presencia física de Cristo, aquí en la tierra. Tenemos la promesa de Cristo de que él no nos abandonará nunca, mientras nosotros seamos fieles a su Espíritu. Con la Ascensión terminó el tiempo de Cristo, de su presencia física de Cristo entre nosotros. Ahora es el tiempo de la Iglesia de Cristo, somos la presencia física de nuestra cabeza espiritual que es Cristo. El Espíritu de Cristo nos inundará, como veremos el domingo próximo, en la fiesta de Pentecostés.
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