Pablo VI, un Papa Mariano
Vicente Taroncher, Capuchino
LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA "MARIALIS CULTU" DE PABLO VI
El Concilio Vaticano II, en el capítulo VIII de la Constitución Lumen Gentium, sobre la Iglesia en el mundo, se viene a referir a la Sma. Virgen y su vinculación al misterio de la Iglesia. “María -afirma el Concilio unida a la estirpe de Adán con todos los hombres que necesitan de salvación... es verdadera madre de los miembros de Cristo por haber correspondido con amor a que nacieran en la Iglesia los fieles que son miembros de aquella cabeza”. Cristo, pues, es la cabeza de la Iglesia y María es madre del Cristo total: de Cristo Cabeza y de nosotros, miembros de su cuerpo místico.
Y por eso, también lo afirma el Concilio, desde los tiempos más antiguos, la Iglesia venera a María como Madre de Dios, confirmando las palabras del Magníficat: “Bienaventurada me llamarán todas las generaciones”. Y exhorta a los fieles a promover y a avanzar en el culto a María.
Pablo VI, como primer hijo de la Iglesia, quiso ser fiel al mandato del Concilio, y en pleno año jubilar de 1975, publicó la Exhortación Apostólica a todos lo fieles sobre el culto mariano. El culto cristiano, afirma el Papa, tiene su origen y eficacia en Cristo Redentor, y por él conduce al Padre y al Espíritu. Y “en este plan redentor de Dios, corresponde un culto singular, al puesto también singular que María ocupa en él”, esto es, en el misterio de Cristo Redentor.
Por eso el Papa, haciéndose eco del Concilio, exhorta a los hijos de la Iglesia a que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen María y a que estimen en mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia Ella, fundamentándolos en la Sagrada Escritura y en la tradición cristiana.
En cuanto a esta fundamentación del culto mariano, el Papa resalta la dimensión trinitaria de la Sma. Virgen. “Ante todo- afirma Pablo VI- es sumamente conveniente que los ejercicios de piedad a la Virgen María expresen claramente la nota trinitaria, que le es intrínseca y esencial”. Esto es, contemplar a María como Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Y esto es, ni más ni menos, el meollo de la devoción a la Virgen de las Tres Avemarías.
Hija del Padre . “Dios Padre -dice Pablo VI- la eligió desde toda la eternidad para ser la Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo, que no fueron concedidos a ningún otro”. Por esta elección de Dios, María es la Hija predilecta entre todas las criaturas, la que mejor respondió a los designios salvíficos del Padre. Reconociendo con María que “el Señor hizo en mi maravillas”, tributamos culto reverencial a Dios-Padre.
Madre Del Hijo. María concibió en su seno al Hijo del Eterno Padre, quien -como afirma Pío IX- preestableció “con un único y mismo decreto el origen de María y la encarnación de la Divina Sabiduría. Por eso el culto a María redunda en culto al Hijo de Dios, pues, como afirma San Hildefonso: “Se atribuye el Señor lo que se ofrece como servicio al esclavo; de esta manera redunda en favor del Hijo lo que es debido a la Madre”.
Esposa del Espíritu Santo. Ante el asombro de María, que es invitada a la maternidad divina, le dice el Ángel: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35). Y María se halló encinta por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18). Reflexionando sobre estos textos, los Santos Padre -afirma Pablo VI- descubrieron en la intervención del Espíritu Santo, que hizo fecunda la virginidad de María, su maternidad virginal. De ahí que Prudencio la llame: “La Virgen núbil, que se desposa con el Espíritu Santo”.
María, que engendra al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, también por obra de ese mismo Espíritu, engendrará místicamente a los hijos de la Iglesia. María es, en verdad, nuestra Madre. Recemos fervorosamente las tres Avemarías, para vivir unidos al misterio de Dios Trino y Uno.
Fuente: El Propagador, Capuchinos, Valencia, España
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